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Jonathan Edwards

Un recorrido por la vida y ministerio del pastor y teólogo del Gran Despertar

En colaboración con BITE
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Sarah Edwards: una esposa piadosa

Acerca de esta clase

Sarah Pierrepont nació el 9 de enero de 1710 en New Haven, Connecticut.

Fue hija de una de las familias más distinguidas de la región, ella recibió una educación sobresaliente como mujer en aquella época, evidenciada en sus habilidades sociales y en su no muy conocido gusto por la música.

En 1723, Sarah conoció a quien llegaría a ser el reconocido pastor y teólogo puritano Jonathan Edwards, y con quien se casaría más tarde, siendo ella de diecisiete años y Edwards de veinticuatro.

Ser la esposa de un hombre que llegó a convertirse en legado de la iglesia en los siguientes siglos, demandó mucho sacrificio. Pero Sarah supo administrar sus capacidades de tal forma que llegó a ser de gran ayuda para su esposo.

Aunque no fue fácil convivir con el temperamento de Jonathan, esta mujer piadosa, encontró la manera de hacer de su hogar un lugar apacible, donde se hiciera evidente el amor por él y por sus once hijos, amparada en el refugio que Dios significaba para ella. Siendo su casa el mejor espacio para darle gloria al creador.

Sarah fue una mujer que supo acompañar a su esposo en el ministerio, manteniendo en orden a sus hijos y a su hogar, para que Jonathan pudiera dedicarse a enseñar verdades como las de la familia en Cristo, que fácilmente podían ser desvirtuadas si no fuera por el testimonio del hogar que ella criaba.

En una época y un lugar donde el bienestar estaba mediado por la capacidad de mantener y resguardar la familia contra la fuerza de la naturaleza y los problemas de salud, el rol de la mujer en casa fue sin duda un trabajo indispensable, dispendioso y exigente.

Sarah debía hacer o delegar en otros tareas imprescindibles para el cuidado de su familia, relacionadas con el abrigo y el alimento, principalmente: romper el hielo para obtener el agua, lavar ropa, cuidar a sus bebés y amamantarlos; cultivar y conservar los alimentos, traer leña y mantener el fuego, cocinar, empacar comida para los visitantes; confeccionar la ropa de la familia con la lana que obtenían de las ovejas, lo cual implicaba también hilar y tejer para coser.

Tareas a las que había que sumar el enseñar a los niños lo que no aprendían en la escuela, al mismo tiempo que cuidaba y atendía a sus hijos cuando enfermaban. Una obra magna que se hacía imposible sin la gracia dada por Dios, quien en todo momento era su fortaleza.

En la crianza de sus hijos, su testimonio fue notorio. Entre sus reglas mantenía la indiscutible obediencia, el respeto y la importancia de la enseñanza de la verdad de Dios.

El papel preponderante que Sarah cumplió en casa, dio su fruto, teniendo en cuenta que las condiciones hostiles y de guerra, salubridad e higiene de la época eran adversas, y aún así todos sus hijos lograron vivir hasta la adolescencia. Lo cual era extraordinario en un contexto tan contrario, como las colonias británicas en Norteamérica.

Para entonces, la hospitalidad era un don que se manifestaba hacia los extranjeros recién llegados o a los viajeros. La casa del pastor era la segunda opción de hospedaje cuando en la zona no había otro lugar donde refugiarse o las posadas no eran adecuadas. Así que, en Northampton, Sarah siguió ejerciendo sus dones a través de la hospitalidad.

La casa de los Edwards siempre fue un lugar a donde se podía llegar, ya fuera para buscar refugio físico o para encontrar socorro espiritual.