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John Wesley

Un recorrido por la vida y ministerio del fundador del metodismo

En colaboración con BITE
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John Wesley: su vida y ministerio

Acerca de esta clase

John Wesley nació en 1703 en Inglaterra. Su padre, Samuel, era clérigo, y su madre, Susanna, fue la maestra de él y de sus 18 hermanos.

Wesley asistió a Oxford donde fue ordenado al ministerio anglicano. En Oxford, se unió al “Santo Club” fundado por su hermano Charles, cuyos miembros hicieron votos para llevar vidas santas, visitar las cárceles, orar y leer la Biblia diariamente.

A fines de 1735, John Wesley viajó a América a servir como pastor a los colonos británicos en Savannah, Georgia. Pero el barco en el que viajaban enfrentó una fuerte tormenta. Wesley, que también era capellán del barco, temió por su vida. Pero notó que un grupo de misioneros protestantes moravos alemanes, no tenían miedo en absoluto. De hecho, durante la tormenta, cantaron con calma. Cuando terminó el viaje, le preguntó al líder de los moravos acerca de su serenidad, y el moravo le preguntó a Wesley, ¿eres cristiano? Wesley dijo que sí, pero luego reflexionó diciendo: “Me temo que fueron palabras vanas”.

De hecho, Wesley estaba confundido por la experiencia y su confusión lo condujo a un período de búsqueda y finalmente a la conversión verdadera.

Su viaje a América fue un fracaso. Cuando intentó imponer la disciplina del “Santo Club”, la congregación se rebeló. Un decepcionado Wesley regresó a Inglaterra.

Después de hablar con otro moravo, Wesley concluyó que carecía de fe salvadora.

Pero el 24 de mayo de 1738, John Wesley tuvo una experiencia de conversión que cambiaría su vida para siempre.

Mientras tanto George Whitefield, excompañero del “Santo Club” estaba teniendo un gran éxito como predicador, especialmente en la ciudad industrial de Bristol. Cientos de pobres de la clase trabajadora, oprimidos por la industrialización y descuidados por la iglesia, se estaban convirtiendo bajo su ardiente predicación. Pero Whitefield necesitaba ayuda.

Así que le pidieron a Wesley que le apoyara, pero él desconfiaba del estilo de Whitefield; cuestionó la predicación al aire libre, que era revolucionaria en su momento, también se sentía incómodo con las reacciones emocionales de las personas. Pero finalmente aceptó la propuesta.

Wesley no tenía la intención de fundar una nueva denominación, pero las circunstancias históricas y su genio organizativo conspiraron para que así fuera.

Los seguidores de Wesley empezaron a reunirse en los hogares. Cuando crecieron, Wesley organizó “clases”, cada una con 11 miembros y un líder. Se reunían semanalmente para orar, leer la Biblia, conversar sobre su espiritualidad y recaudar dinero para obras de caridad. El movimiento creció rápidamente.

Aunque Wesley programó su predicación itinerante para que no interrumpiera con los servicios anglicanos locales, causó descontento entre los anglicanos. Wesley respondió: “El mundo es mi parroquia”, una frase que se convirtió en lema de los misioneros metodistas.

Finalmente, el crecimiento obligó a los metodistas a emplear predicadores laicos, pero con funciones limitadas.

En 1787, se le pidió a Wesley que registrara a sus predicadores laicos como no anglicanos. Mientras tanto, la Revolución aisló a los metodistas americanos de sus conexiones anglicanas y se les tuvo que otorgar autonomía. Con estas y otras circunstancias, el metodismo gradualmente se separó de la Iglesia de Inglaterra.

En sus últimos años, no es exageración decir que Wesley era la figura pública más respetada y querida en Inglaterra.


Susana Wesley: una madre ejemplar

Acerca de esta clase

Susana Wesley fue la madre de John Wesley y Charles Wesley. John fue el hombre que pudo cambiar el carácter de toda una nación más que cualquier otra persona en su generación. Charles llegó a ser uno de los más grandes escritores de himnos de todos los tiempos. Sin embargo, quien más influyó en la formación de estos hombres, fue Susana, su madre.

Susana nació en Inglaterra en 1669, en un hogar constituido por 25 hijos siendo ella la mayor. Fue criada en un ambiente de fe y rectitud. Su padre fue el clérigo Samuel Annesley quien le dio una excelente educación, permitiéndole permanecer en su estudio cuando muchos de los hombres famosos de la época se reunían allí para discutir temas teológicos y de filosofía.

Fue una mujer inteligente, apasionada por los estudios, y siendo muy joven pudo aprender griego, latín y francés. Mientras que sus compañeras jugaban con muñecas, ella meditaba en profundos asuntos espirituales.

A los 19 años, se casó con Samuel Wesley con el cual tuvo diecinueve hijos de los cuales diez lograron sobrevivir, los otros diez murieron en la infancia. Las pruebas que Susana soportó podrían haberla aplastado. Solamente diez de sus diecinueve hijos sobrevivieron hasta una edad adulta. Samuel, su primogénito, no habló hasta los cinco años. Durante aquellos años ella lo llamaba “el hijo de mis pruebas”, y oraba por él noche y día. Otro hijo se asfixió mientras dormía. Sus gemelos murieron, al igual que su primera hija, Susana.

Entre 1697 y 1701 cinco de sus bebés murieron. Una hija quedó deformada para siempre, debido al descuido de una empleada. También luchó por salvar a sus hijos de la viruela.

En realidad era una mujer de naturaleza frágil. Pero ¿cómo encontraba las fuerzas para criar a diez hijos y administrar su hogar?; Susana dedicaba cada mañana y tarde para estar a solas con Dios, orando y meditando en las Escrituras no importando lo que sucediese, apenas el reloj sonaba ella se disponía a buscar comunión con Dios.

Además de la muerte de sus hijos, tuvo que enfrentar deudas familiares que crecían; sin embargo en el aspecto espiritual, tuvo una vida de riquezas y de victoria.

Ella entregó los mejores veinte años de su vida a la enseñanza y al cuidado doméstico de sus hijos sin dejar de depositar en todos ellos su pasión por el aprendizaje y por la rectitud.

En su escuela doméstica de seis horas diarias, durante veinte años, ella enseñó a sus hijos de manera tan amplia que llegaron a ser muy cultos. No hubo siquiera uno de ellos en el cual ella no hubiese depositado una pasión por el aprendizaje y por la rectitud.

Ella forjó en tres varones y siete mujeres, un gran amor al Señor y las cosas espirituales aún hasta sus años de madurez.

Era tal su sabiduría que su hijo, el pastor John, la buscaba para recibir su consejo incluso cuando ya era un famoso y reconocido predicador. John nunca se olvidó de los cultos que su madre conducía en su casa los domingos en la noche.