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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Un año de cambios: un devocional centrado en disfrutar a Dios, por Nicolás Tranchini.

Aunque resulte paradójico, ambas ideas tan disímiles —la finitud y la eternidad— producen un mismo efecto: una disposición a querer cambiar. Por eso si deseas tomar decisiones sabias, considera estas dos verdades en conjunto.

Considera tu finitud

Algunas noches tuve la experiencia que expresa el salmista: «Señor, hazme saber mi fin, y cuál es la medida de mis días, para que yo sepa cuán efímero soy» (Sal 39:4).

A veces me sucede después de ver una película con un final triste o de leer algo que me conmueve. Otras veces, al observar a mi esposa dormida a mi lado. El punto es que cuando soy invadido por la realidad de mi finitud, no puedo hacer otra cosa que llorar.

¿Por qué lloro? Lloro al pensar que mi esposa podría morirse; lloro al considerar que alguno de mis hijos podría tener un accidente, lloro al reflexionar que yo mismo podría perder la vida en uno de mis múltiples viajes.

Pero ¿sabes lo que me produce esta clase de llanto? Un compromiso renovado por vivir mejor. Un nuevo deseo por amar a mi esposa con mayor entrega. Una renovada pasión por servir a mis hijos con mayor sacrificio. Un reforzado anhelo de vivir para Dios y Su reino.

Aunque resulte paradójico, la finitud y la eternidad producen un mismo efecto: una disposición a querer cambiar

También me genera un desapego de vivir para mis ídolos. Cosas que suelen tener valor en este mundo, dejan de tenerlo cuando medito en que «todo nuestro ajetreo diario termina en la nada. Amontonamos riquezas sin saber quién las gastará» (v. 6 NTV). ¿Puedes ver lo que dice el salmista? ¡Qué preciosa experiencia!

El impacto de la finitud

El deseo de David es poder sentir más seguido el impacto de su propia finitud. Ni tú, ni yo, ni ninguna persona que amamos viviremos en esta tierra para siempre. David lo sabía, pero lo que quiere es volver a «llorar» por eso. Quiere ser sacudido por esta realidad y llevar un estilo de vida que corresponda a ella. Considerar nuestra finitud debe llevarnos a usar bien el tiempo en esta tierra y a aprovechar al máximo nuestros dones y dinero.

Una de mis películas favoritas es La lista de Schindler. Allí se relata la vida de Oskar Schindler, un empresario alemán que salvó del Holocausto a más de mil judíos polacos. El final de la película es conmovedor. Cuando los aliados ganan la guerra, Schindler tiene que dejarlo todo y cientos de personas se congregan para despedirle. ¿Sabes que dice antes de irse? «Una más, podría haber salvado una más. Si hubiera vendido este coche o este prendedor de oro, podría haber tenido más dinero para salvar más personas».

Considerar nuestra finitud debe llevarnos a usar bien el tiempo en esta tierra y a aprovechar al máximo nuestros dones y dinero

Schindler experimenta lo que pide el salmista: «Recuérdame que mis días están contados, ¡y cuán fugaz es mi vida!» (v. 4 NTV). Y tú, ¿cómo quieres vivir? Si te proyectas al final de tu vida, ¿de qué forma te hubiera gustado usar tu tiempo? ¿De qué manera hubieras gastado tu dinero?

Todavía estás a tiempo. Pídele a Dios lo que pide David: «Ayúdame a ver qué corta es mi vida. No quiero malgastarla, quiero vivir para aquello que merece la pena vivir». 

Considera tu eternidad

Ya meditamos en la necesidad de poner la mirada en nuestra finitud, ahora meditemos en la necesidad de poner los ojos en la eternidad. «Si ustedes, pues, han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 3:1).

Escuché a distintos agnósticos afirmar que nadie centrado en el cielo puede tener un impacto real en la tierra. El máximo exponente de este pensamiento fue Karl Marx, quien sostuvo que «la religión es el opio de los pueblos».

¿Qué significa esta expresión? En pocas palabras, que si entretenemos a la gente con la fantasía de un mundo mejor estarán como «drogadas», distraídas de la realidad y de esta forma podrán ser engañadas con mayor facilidad. ¡Nada más alejado de la verdad!

Como C.S. Lewis escribió: 

Si leemos la historia, veremos que los cristianos que más hicieron por el mundo presente fueron precisamente los que más se ocuparon del mundo venidero (…) Desde que los cristianos han dejado de pensar en el otro mundo han llegado a ser ineficaces en éste. Aspiren al cielo y obtendrán la tierra «por añadidura»; aspiren a la tierra y no tendrán ni lo uno ni lo otro (Cristianismo… ¡y nada más!, p. 133).

¿Por qué poner nuestro enfoque en el cielo produce un impacto profundo en la tierra? Déjame responderte de esta forma: ¿Por qué eres egoísta, buscas lo tuyo y te cuesta compartir? ¿Por qué eres orgulloso y buscas ser reconocido, halagado y estimado como superior a otros? La respuesta a estas preguntas es la misma: porque estás vacío.

Cristo, la religión verdadera, es el único capaz de llenar el corazón y así librarnos de nosotros mismos para poder conectarnos con las necesidades de los demás

En ti y en mí hay una inclinación a pedirle a este mundo que nos dé algo que este mundo no nos puede dar. 

El impacto de la eternidad

Sin embargo, ¿qué sucede cuando recuperas tu aprecio por Cristo? ¿Qué pasa cuando vuelves a percibir la belleza de Su amor, poder y bondad? En palabras de Octavius Winslow: 

Su plenitud llena mi vacío. Su sangre limpia mi culpa. Su gracia subyuga mi pecado. Su paciencia soporta mis debilidades. Su mansedumbre alivia mis penas. Su belleza cautiva mi ojo. Él es el Salvador, el Cristo que necesito, y ¡no hay palabras para describir su valor para mi alma!

Erik Raymond agrega: «El cielo es un lugar tan feliz porque quienes están allí han conseguido ver, sin los impedimentos y las cargas del pecado, que Dios es su todo en todo» (En busca del contentamiento, pos. 1743)

¿Puedes verlo? La religión no es el opio de los pueblos. Cristo, la religión verdadera, es el único capaz de llenar el corazón y así librarnos de nosotros mismos para poder conectarnos con las necesidades de los demás.

Ahora sí es posible ser generoso y sensible a las necesidades de otros, dejar de lado nuestras ambiciones personales para conectarnos con el mundo y poner primero el interés de los demás. ¿Por qué? Porque no viviré para siempre (al menos no en esta tierra) y lo que me espera es sencillamente glorioso.

Por eso, y justamente por eso, hoy puedo morir a mí mismo y vivir de otra manera.

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