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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Un año de cambios: un devocional centrado en disfrutar a Dios (Ministerio Cambios Profundos, 2021), por Nicolás Tranchini.

Una de las preguntas más importantes que debes hacerte en la vida es: ¿Cómo me llama Dios a impactar el mundo? No leas esta pregunta tan rápido. Medita en ella unos segundos. Aunque parezca mentira, nunca es demasiado tarde (ni demasiado temprano) para pensar en el llamado de Dios.

Piensa un momento en Nehemías. Un hombre adulto, con una posición laboral inmejorable en el gobierno más importante de su época, con una óptima situación de vida (vivía en un palacio) y, de repente, recibe noticias de que las murallas de Jerusalén están sin construir. «¡Eso!» grita este hombre. «¡A eso le voy a dedicar todo mi tiempo, dinero y mi energía!».

El rey me dijo: ¿Qué es lo que pides? Entonces oré al Dios del cielo, y respondí al rey: Si le place al rey, y si tu siervo ha hallado gracia delante de ti, envíame a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis padres, para que yo la reedifique (Neh 2:4-5).

3 tipos de llamado

Ten en cuenta este principio bíblico para tomar decisiones sabias: Dios nos llama a utilizar nuestros dones, talentos y fortalezas. Por eso quiero invitarte a que pensemos juntos en el llamado de Dios. Con el objetivo de clarificar algunos conceptos que suelen confundirse, quisiera proponerte que identifiquemos tres tipos distintos de llamados. 

El llamado primario o teocéntrico: Dios ha llamado a todos Sus hijos e hijas de todas las naciones, de todas las culturas y de todas épocas a que sus vidas giren en torno a amarlo a Él (Mt 22:36-38). Hay un llamado que está por encima de todos los llamados, es el llamado a Dios mismo. Como dice Os Guinness: 

Nuestro llamado primero como seguidores de Cristo lo hace él, a él y por él. Antes que nada fuimos llamados a Alguien (Dios), no a algo (como la maternidad, la política o la docencia), ni a alguna parte (como el centro de la ciudad o la zona rural de Mongolia) (El llamamiento: Cómo hallar y cumplir el propósito esencial de tu vida, p. 69). 

El llamado secundario o misional: Dios ha llamado a todos Sus hijos e hijas de todas las naciones, de todas las culturas y de todas épocas a que compartamos el evangelio y discipulemos a otras personas (Mt 28:19-20). No importa quién seas ni a qué te dediques, no puedes no hacer esto. Hablar a otros de Cristo es la gran misión en tu vida.

El llamado particular de Dios para tu vida es un filtro indispensable para decidir qué vas hacer con tu tiempo, tu dinero, tus dones y talentos

Más allá del trabajo, ministerio y la edad que tengas, siempre tienes que estar evangelizando y siempre tienes que estar ayudando a alguien a crecer en su fe.

El llamado terciario o particular: Dios ha llamado a todos Sus hijos e hijas de todas las naciones, de todas las culturas y de todas épocas a que, sin descuidar los primeros dos llamados, nos enfoquemos de manera especial en una forma de servicio particular que se corresponda con nuestros dones, fortalezas y anhelos más profundos con el objetivo de entregar gran parte de nuestro tiempo y esfuerzo a este servicio (1 P 4:10-11). 

¿De qué estoy hablando? De algo que te apasiona; de un impulso divino que no te deja dormir; de una dulce carga puesta por Dios que, como a Nehemías, hasta te hace llorar (Neh 1:4). Las posibilidades de servicio son tan grandes y diversas que me resulta absolutamente imposible de nombrar. 

¿Necesitas algunos ejemplos? Servir a enfermos terminales; ayudar a refugiados; construir pozos de agua en regiones necesitadas; enseñar la Biblia con excelencia y creatividad; ser una abogada que se enfoca en tomar casos de gente sin recursos; ser el CEO de una compañía que dedica sus esfuerzos a purificar el aire contaminado. Las posibilidades son tan infinitas como diversas, incluso ¡construir una muralla!

Decide según tu llamado particular

Te ruego, oh Señor, que tu oído esté atento ahora a la oración de tu siervo y a la oración de tus siervos que se deleitan en reverenciar tu nombre; haz prosperar hoy a tu siervo, y concédele favor delante de este hombre (Neh 1:11).

¿Qué pide Nehemías? ¿Un millón de dólares? No. Estaría mal pedir eso, ¿verdad? Te equivocas. Nehemías no pide un millón de dólares, ¡pide muchísimo más que esa cantidad! Pide que decenas de hombres trabajen para él; que a todos sus hombres se les financie un viaje al otro lado del imperio; dinero para comprar madera y piedras con el fin de amurallar ¡una ciudad entera! Finalmente se le entregan oficiales del ejército y hombres de a caballo para que lo acompañen en su travesía, sin que él lo pida (Neh 2:4-11). 

Sirviendo es donde llegamos a ser la mejor versión de nosotros mismos, donde fluimos y nos destacamos; donde vivimos la plenitud en Cristo

El problema no es lo que pedimos; el problema es lo que queremos con lo que pedimos. ¿Qué quería Nehemías? Quería vivir su llamado.

Dios te ha hecho un llamado particular. Ese llamado divino no es un llamado a la fama, ni al éxito, ni a la popularidad ministerial. Tampoco es un llamado a hacer algo extravagante, especial o distinguido. El llamado cristiano es una pasión especial por una forma de servicio especial.

Cuando sirves a otros en la forma particular en la que Dios te ha llamado sientes dentro de ti: «¡He sido creado para esto!». Sirviendo es donde llegamos a ser la mejor versión de nosotros mismos, donde fluimos y nos destacamos; donde vivimos la plenitud en Cristo. En una forma muy real, volvemos al Edén y anticipamos el cielo.

Como escribió Pablo: «Y yo muy gustosamente gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré por vuestras almas» (2 Co 12:15; cp. Hch 20:24). Os Guinness no pudo ser más claro respecto a la importancia del llamado de Dios para cada uno: 

La fe en Cristo recuperará su autoridad decisiva en el mundo moderno solo cuando nosotros, los que seguimos al Señor, temamos a Dios más que a los poderes y a los favores de la modernidad; cuando escuchemos el llamado de Dios y nos sintamos tan cautivados por su convocatoria que digamos, como Lutero… «Aquí estoy. No puedo hacer otra cosa» (El llamamiento, p. 125-26).

El llamado particular de Dios para tu vida es un filtro indispensable para decidir qué vas hacer con tu tiempo, tu dinero, tus dones y talentos.

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