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Muchas personas llegan a conocer a Jesucristo por fe mucho antes de que puedan explicar la teología de la regeneración y la conversión. Lentamente nos damos cuenta de que confiar en Cristo, lo que parecía un “simple” acto, era de hecho una experiencia compleja de actividad divina. El Espíritu Santo necesitaba estar secretamente activo, ya que “nadie puede decir: ‘Jesús es el Señor’, excepto por el Espíritu Santo” (1 Co. 12:3).

Entretejida en esta obra de gracia está la inadvertida actividad del Espíritu, quien nos persuade que las Escrituras, nuestra principal fuente para conocer a Cristo, son la Palabra de Dios. Llegar a esta convicción parece simple y directa. Pero cuando se examina de cerca revela la complejidad de la maravillosa actividad divina.

En el caso de la fe en Cristo, el patrón es:

  1. la encarnación del Hijo;
  2. la revelación de su identidad;
  3. su corroboración multifacética en palabras y obras;
  4. la iluminación en los corazones de los creyentes.

Todo esto resulta en ver quién realmente es Jesús y en poner nuestra confianza en Él.

Por lo tanto, el Espíritu nos persuade de Jesús enteramente con base en Jesús mismo. Sin embargo, esta convicción surge porque el Padre lo ha enviado, porque Jesús da evidencia de quién Él es, y porque el Espíritu abre nuestros ojos ciegos para reconocerlo. Al igual que con Pedro, nuestra convicción no viene de carne y sangre (Mt. 16:16-17); como María en el jardín, al principio no podemos reconocer quién realmente es Jesús (Jn. 20:14); o como los discípulos de camino a Emaús, nuestros ojos necesitan ser abiertos (Lc. 24:31).

No obstante, nuestro único acceso hoy en día al conocimiento de la Palabra Viviente (Jesús) es a través de la Palabra escrita. La fe en Cristo depende del carácter y el testimonio divino de la Escritura. Venimos a Cristo a través de las palabras de los apóstoles (Jn. 17:20).

Nuestro único acceso hoy en día al conocimiento de la Palabra Viviente (Jesús) es a través de la Palabra escrita.

Por lo tanto, como era de esperar, el proceso por el cual estamos convencidos de que la Escritura es la Palabra de Dios tiene una estructura subyacente similar a la convicción de la fe en Cristo:

  1. La inspiración de las Escrituras: es inspirada por Dios.
  2. La revelación de la identidad de la Escritura en su afirmación interna de ser la Palabra de Dios.
  3. La corroboración de la autoridad de las Escrituras probando que es la Palabra de Dios a través de su mensaje sobre el carácter de Dios, sus obras salvíficas, la profecía cumplida, y sus efectos en la vida del pueblo de Dios.
  4. El mensaje de las Escrituras es iluminado por el Espíritu, quien ablanda nuestros corazones endurecidos, quebranta nuestra obstinada voluntad, y abre nuestros ojos ciegos al leer y escuchar su mensaje.

Pregunta: ¿Por qué, entonces, la conversión a Cristo y la convicción de que las Escrituras son la Palabra de Dios nos parecen tan simples? ¿Tan simples como decir: “Creo en Jesucristo” y “Creo que la Escritura es la Palabra de Dios”?

Respuesta: Porque en ambos casos, el objeto en el que confiamos es la razón final por la cual confiamos. Por lo tanto, el Espíritu no agrega nueva información acerca de Jesús. Él simplemente abre nuestros ojos para ver quién realmente Él es: “Tú eres el Cristo”.

Tampoco el Espíritu nos susurra de manera directa y personal diciéndonos: “La Biblia es la Palabra de Dios”. No, su testimonio proviene de las Escrituras mismas. Él nos permite ver las Escrituras como verdaderamente son cuando las leemos o escuchamos. Él hace que nuestros corazones ardan cuando experimentamos que, en las Escrituras, Dios se dirige a mí (ver el verbo en tiempo presente en He. 12:5).

Por ende, el Espíritu nos convence acerca de las Escrituras a través de ellas mismas.

Esta fue la experiencia de Timoteo. Dios “inspiró” las Escrituras (2 Ti. 3:16). Ellas afirman ser la Palabra de Dios (v. 15). Timoteo fue confrontado con la evidencia (incluyendo las vidas cambiadas de su madre, abuela, y padre espiritual, vv. 10, 14). Timoteo estaba convencido (v. 14).

El Espíritu nos convence acerca de las Escrituras a través de ellas mismas.

Esta fue la experiencia de los tesalonicenses. Pablo llevó la Palabra a Tesalónica; habló de la Palabra de Dios; dio testimonio de su identidad; los tesalonicenses “la aceptaron, no como la palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la Palabra de Dios” (1 Ts. 2:13). Esta convicción fue obra del Espíritu (1:5). Esta es la doctrina del testimonio interno del Espíritu expresada en su forma más simple.

Esta también es nuestra experiencia. El mismo testimonio del Espíritu se experimenta cada vez que alguien pone su fe en Cristo y confía en las Escrituras como la Palabra de Dios. Alguien lo experimentará hoy. Tómese un tiempo y de gracias a Dios por esto.


Publicado originalmente en Ligonier. Traducido por Paula Luccioni.
Imagen: Lightstock.
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