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Dada nuestra debilidad, ¿por qué Dios alguna vez “nos dejaría caer en tentación”?

Martín Lutero proveyó una respuesta: Unus Christianus temptatus mille, “Un cristiano que ha sido tentado vale más que mil [que nunca han sido tentados]”.

Dios obra en nuestras vidas a través de la tentación. Esto fue cierto también en el Señor Jesús. Para Él, la tentación fue un proceso de aprendizaje. Entonces, para nosotros, los tiempos de tentación pueden ser un medio, no de destrucción, sino de santificación. Esa es la razón por la cual, aunque los cristianos experimenten la carga de varias tentaciones, aún pueden regocijarse porque saben que Dios tiene propósitos en la tentación y a través de ellas (1 P 1:6).

Pero, ¿con qué fines? Dios puede guiarnos a la tentación para mostrarnos nuestro pecado y castigarnos por él.

Esto es parte del significado de los extraños (para nosotros) pasajes paralelos en 2 Samuel y 1 Crónicas, en los que se dice que tanto Dios como Satanás incitaron a David a censar a Israel:

“De nuevo la ira del SEÑOR se encendió contra Israel, y provocó a David contra ellos y dijo: «Ve, haz un censo de Israel y de Judá»” (2 S 24:1).

«Satanás se levantó contra Israel y provocó a David a hacer un censo de Israel» (1 Cr 21:1).

¿Quién fue? Aquellos que se acercan a las Escrituras con su propia lógica, en lugar de permitir que las Escrituras revelen su propia lógica (la de Dios), sacarán una de dos conclusiones. O enfatizamos un texto y excluimos el otro, o simplemente admitimos que tenemos una contradicción y que un autor de forma deliberada, aunque pudo tener “buenas” razones, contradijo al otro.

La Escritura nos presenta una lógica diferente.

No dividas la responsabilidad

Tendemos a pensar que los eventos en los que tanto Dios como los seres humanos están involucrados son llevados a cabo por uno o por el otro. Si tanto Dios como los seres humanos están involucrados, tendemos a “dividir la responsabilidad”. Una de las ilustraciones más comunes es la forma en que la gente ha pensado y ha hablado sobre la salvación: Dios hace mucho, quizás el 90 por ciento, pero hay algo que Dios no hace (de hecho no puede hacer): creer por ti. debes hacer esto: el último 10 por ciento. De modo que la salvación resulta de la gracia de Dios (90 por ciento) más tu fe (el 10 por ciento adicional).

Pero no es así como las Escrituras interpretan las cosas. La gracia de Dios es 100 por ciento operativa para llevarnos a Cristo; nosotros estamos 100 por ciento operativos en venir a Cristo. La actividad de Dios no minimiza nuestra responsabilidad. Pero lo que hacemos no aporta nada a nuestra salvación, ya que la fe es enteramente receptiva. Los teólogos tienen una forma más técnica de decir esto: la soberanía absoluta de Dios sobre todas las cosas no anula, sino que realmente establece, la causalidad secundaria (por ejemplo, nuestras acciones en la historia).

La soberanía absoluta de Dios sobre todas las cosas no anula, sino que realmente establece, la causalidad secundaria

Estos dos versículos de 2 Samuel y 1 Crónicas amplían un poco el campo de acción. Aquí, tomando ambas declaraciones, Dios, Satanás, y David están todos involucrados en la misma acción. No deberíamos tratar de resolver la tensión diciendo, por ejemplo, que Dios estaba involucrado en un 20 por ciento, Satanás en un 20 por ciento, y David en un 60 por ciento, ya que fue él quien realmente hizo el censo. No, las tres partes estuvieron totalmente involucradas en el evento, cada una operando dentro de su propia esfera.

El diablo de Dios

Otra forma de ver este evento es considerar que la vida de David (como la de Job antes de él) sirvió como el escenario en el que se desarrolló el antagonismo entre Dios y Satanás. En un mismo acto del rey coincidieron los propósitos de Dios y los deseos de Satanás, pero con fines completamente diferentes. Dios actuó bajo el juicio de su pacto y expuso el pecado de David y de su pueblo para limpiar a la nación y llevar al rey a niveles más profundos de arrepentimiento (¡y cómo lo necesitaba!). Satanás, por otro lado, buscaba destruir al pueblo de Dios. Aunque David peca, los motivos de Dios son santos y sus metas son justas. Tampoco debemos perder de vista el hecho, como dijo Lutero, de que el Diablo es el diablo de Dios.

Un ejemplo más sencillo se encuentra en los Evangelios. Satanás pidió a Simón Pedro para zarandearlo como a trigo (Lc 22:31). ¿A quién se lo pidió? Las palabras nos recuerdan la escena del Antiguo Testamento en el libro de Job, donde Satanás se apareció ante Dios para cuestionar la fe de Job (Job 1:6-12). ¿Ocurrió algo similar en el caso de Pedro? ¿Le había dicho Satanás a Dios: “¡Déjame tenerlo por una hora y verás que no es nada!”?

Dios puede guiarnos a la tentación para mostrarnos nuestro pecado y castigarnos por ello

Esto fue un desafío directo tanto al ministerio de Cristo como a su obra en la vida de Pedro. Sin embargo, Dios había accedido a la demanda porque tenía sus propios propósitos. Satanás acosó a Pedro; Jesús oró por Pedro. Tras su fracaso, Pedro recordó que su Salvador ya lo había previsto (Mt 26:75); su corazón estaba roto y vaciado del orgullo de su autoconfianza. Castigado, más tarde fue restaurado por Jesús en el mar de Galilea (Jn 21:15-19). Lleno del Espíritu, su primer sermón se convirtió en el más fructífero que jamás se haya predicado (Hch 2).

La voz del Pastor

Estas experiencias, dice John Owen, son como los ladridos del perro pastor que el pastor envía tras la oveja descarriada. La persecución del perro hace que la oveja esté lista para escuchar la voz del pastor.

Así que, cuando somos tentados, descubrimos la verdad sobre nosotros mismos. Aprendemos a pensar menos en nosotros mismos y más en nuestro Salvador. Así fue para Job, quien confesó: “Por eso me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:6). Así fue para David. Cuando fue sacado del “hoyo de la destrucción” en el que había caído su alma, el “cántico nuevo” en su boca era una alabanza a un Dios fiel (Sal 40:2-3).


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Sam Ortíz.
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