¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×
Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Solo en Cristo (Poiema Publicaciones, 2016). Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

Hoy en día, todos tenemos mucha conciencia de iglesia. En muchos ámbitos, eso es algo saludable, porque a veces el mundo evangélico se ha obsesionado en exceso con la conversión individual y las estructuras paraeclesiásticas al tiempo que es débil en la doctrina y práctica de la vida de iglesia. En contraste con esto, la visión de Jesús era eclesiocéntrica. Él dijo “edificaré mi iglesia…” (Mt. 16:18).

Hoy existe una sobreabundancia de literatura acerca de la iglesia, principalmente de tipo pragmática. De este pródigo bufé, uno puede seleccionar cualquier cosa desde manuales amigables con el usuario, a los que se guían por un propósito, hasta aquellos del tipo “por lo menos lo hacemos bien”.

Característico de los cristianos reformados es mirar estas tendencias con suspicacia. Los reformados tienden a tener un sentido por sobre la media de la historia de la iglesia. Ya lo hemos visto todo —o al menos hemos leído algo de ello.

La transformación de los discípulos de un pequeño grupo temeroso a audaces testigos de Cristo jamás habría ocurrido sin la resurrección

Todo esto lo lleva a uno a preguntarse acerca de la promesa de Jesús a los apóstoles: cuando venga el Espíritu Santo, dijo, “recibirán poder [dynamis] y serán mis testigos” (Hch. 1:8). Ellos obedecieron su orden “quédense en la ciudad de Jerusalén”, y efectivamente fueron “investidos de poder [dynamis] desde lo alto” (Lc. 24:49). El resto, como se dice, es historia. Un grupo que repletaba una sala (ciento veinte personas, según Hechos 1:15) pronto daría vuelta el mundo al revés.

¿Hay alguna explicación?

¿Se explican estos hechos simplemente diciendo que, en aquellas semanas a menudo ignoradas entre la resurrección y la ascensión, nuestro Señor estaba impartiendo su propio seminario de expansión del reino (Hch. 1:3)?

La transformación de los discípulos de un pequeño grupo temeroso apiñado en un cuarto a una banda de audaces testigos de Cristo jamás habría ocurrido sin la resurrección. Y las semanas de enseñanza que le siguieron, cuando él los instruyó acerca del reino de Dios, obviamente tuvieron un rol clave.

Pero todo esto rindió su fruto solo cuando vino el Espíritu Santo. Cuando Cristo estaba con ellos, los discípulos recibieron instrucción. Pero solo cuando vino sobre ellos el Espíritu Santo recibieron el poder (dynamis) que necesitaban para dar testimonio de Él (“cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo recibirán poder”).

¿No es eso lo que nos hace falta: poder? Nos falta poder para dar testimonio.

¿Pentecostés una vez para siempre?

Algunos de los que lean estas palabras quizá podrían sonreír por su aparente ingenuidad teológica. Ellos saben que Pentecostés fue un suceso de una vez para siempre en la historia de la redención, un hecho que no pretendía ser un paradigma de la experiencia cristiana.

Así es, en efecto. Pero eso no hace de Pentecostés un suceso que exista en una esfera cuasiplatónica. La historia de la redención es una historia real, historia terrenal; los participantes de Pentecostés efectivamente experimentaron lo que se describe. No solo eso, sino que ciertos elementos de esa experiencia se repitieron en sus vidas y también se manifestaron en la vida de otros.

Cuando Cristo estaba con ellos, los discípulos recibieron instrucción. Pero solo cuando vino el Espíritu Santo recibieron el poder para testificar de Él

El poder para testificar fue una realidad experimentada en la vida de los primeros discípulos. Además, la llenura del Espíritu en el Día de Pentecostés (Hch. 2:4) se repitió (Hch. 4:8, 31; 13:9). Y por cierto las evidencias de poder similar están esparcidas por todo el Nuevo Testamento (por ejemplo, 1 Tesalonicenses 1:6-8).

Los apóstoles vieron que Pentecostés fue un suceso de una vez para siempre que marcaba una época, pero con elementos incorporados a menudo repetibles. La potenciación para testificar que prometió Jesús no se limitaba ni al suceso de Pentecostés en particular ni a los apóstoles. Se extendía más allá de las personas presentes y de ese momento (Hch. 2:4).

Una palabra para los reformados

Esto es lo que todavía necesitamos: poder para testificar. La verdad es que nada acallaría con tanta presteza a los opositores a la fe reformada como esto. Lo que es mucho más importante, es solo a través de tal potenciación que iremos más allá de testificar a los hermanos cristianos acerca de la fe reformada y comenzaremos a testificar a los no cristianos acerca de la fe salvadora.

Mirando a las últimas décadas, los cristianos reformados tienen mucho de qué alegrarse. Desde un punto de vista humano, es probable que muchos de los lectores nunca hubieran descubierto la teología reformada hace cincuenta años. Los medios de comunicación por los cuales la hemos aprendido casi no existían. Solo unos pocos expertos conocían las revistas y libros reformados. Podemos gozarnos por el derramamiento de las riquezas que hemos recibido. Consecuencia de esto, la comunidad reformada ha estado creciendo exponencialmente en el mundo.

Pero a veces el crecimiento resulta ser una especie de silla musical eclesiástica. Necesitamos ser ejemplo de algo mucho más rico que eso: en el impacto en el mundo pagano. Eso requiere poder para testificar.

Poder mediante la comunión

¿Cómo se ‘recibe el poder’? Es el fruto, no meramente de aprendizaje de libros, sino de comunión con Cristo

¿Cómo se “recibe el poder”? Es el fruto, no meramente de aprendizaje de libros, sino de comunión con Cristo: estar más con él, ocuparse de una seria intercesión en su nombre, meditar más en sus glorias. Quizá entre tanto estudiar y discutir hemos perdido el arte bíblico de “esperar” y estamos demasiado propensos a ir al frente cuando el Espíritu no nos ha enviado con su unción.

Pero aquí se requiere otra cosa crucial. Los que recibieron dicho poder en los días apostólicos tuvieron que resolver la inherente cuestión de la crucifixión. Ellos comprendían que el Señor exaltado era Aquel que primero se había convertido en un Salvador crucificado. Seguirlo significaba una marca sobre los hombros, una perforación en las manos y los pies, y sí, también una abertura en el costado. Esperar sin despojarse no conducirá a ir con la llenura del Espíritu.

Las vidas que generalmente han estado marcadas por el poder para testificar siempre han sido así.

Y entonces, ¿qué hay de la iglesia reformada potenciada? ¿Qué hay de la iglesia reformada llena del Espíritu? ¿Se define por estas cosas la iglesia reformada? Solo si primero hay una iglesia reformada crucificada.


Consigue este libro en Amazon | Poiema

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando