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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de El Cristo Completo: Legalismo, antinomismo y la seguridad del evangelio: una controversia antigua para hoy (Poiema Publicaciones, 2019), por Sinclair Ferguson. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

¿Qué es el legalismo? La respuesta genérica de los cristianos evangélicos probablemente sería algo así: “Tratar de ganarse la salvación haciendo buenas obras”. Pero alrededor y debajo de eso se forma una red de mayor extensión, la cual está entretejida de manera confusa e invisible para atrapar a los ingenuos. Y la red siempre es mucho más resistente de lo que imaginamos, porque el legalismo es una realidad mucho más sutil de lo que tendemos a suponer.

Una raíz sorprendente

Lo que fue inyectado en la mente y los afectos de Eva durante la conversación con la serpiente en el Edén fue una profunda sospecha de Dios que pronto se torció aún más hasta convertirse en rebelión contra Él. La raíz de su antinomismo (oposición y transgresión de la ley) en realidad era un legalismo que oscurecía su entendimiento, adormecía sus sentidos y destruía su afecto por su Padre celestial. Como un hijo que lloriquea frente al padre más generoso, ella actuó como si hubiera querido decirle a Dios: “Tú nunca me das nada. Insistes en que me gane todo lo que vaya a tener”.

Puede que esto no se vea como el legalismo con el que estamos familiarizados. Pero está en su raíz. Porque lo que la serpiente consiguió en la mente, los afectos y la voluntad de Eva fue una separación entre la voluntad revelada de Dios y Su carácter bondadoso y generoso. La confianza en Él se convirtió en sospecha de Él al mirar la “ley desnuda” en lugar de escuchar la “ley de los labios bondadosos del Padre celestial”. De esta forma, Dios se volvió para ella “Aquel cuyo favor se tiene que ganar”.

Es esto —la incapacidad de ver la generosidad de Dios y Sus sabios y amorosos planes para nuestra vida— lo que subyace en la raíz del legalismo y lo impulsa. Vale la pena repetirlo: en el caso de Eva, el antinomismo (su oposición y rechazo de la ley de Dios) ¡era en sí mismo una expresión de su legalismo!

Cuando esta distorsión del carácter de Dios está completa, inevitablemente desconfiamos de Él; perdemos de vista Su amor y Su gracia; lo vemos esencialmente como un Dios prohibitivo. Geerhardus Vos expresa esto adecuadamente en otro contexto: “El legalismo es un extraño tipo de sumisión a la ley de Dios, algo que ya no siente el toque divino personal en la norma a la que se somete”.

El legalismo consiste simplemente en separar la ley de Dios de la persona de Dios. Eva ve la ley de Dios, pero ha perdido de vista a Dios mismo. En consecuencia, al separar Su ley de Su amor y generosidad, fue engañada y terminó “escuchando” la ley solo como una privación negativa y no como la sabiduría del Padre celestial.

La esencia del legalismo no está arraigada en nuestra visión de la ley como tal sino en una visión distorsionada de Dios como el dador de Su ley.

Esta es la distorsión, la “mentira acerca de Dios”, que ha entrado en el torrente sanguíneo de la raza humana. Es el veneno que se transforma en antinomismo tanto en forma de rebelión contra Dios como a modo de falso antídoto para sí mismo. Examinemos a cualquiera que no sea cristiano, y esta será la disposición de su corazón (independientemente de lo que él o ella diga). Cualquier afirmación de lo contrario es en sí misma una nueva forma de autoengaño.

Por lo tanto, la esencia del legalismo no está arraigada en nuestra visión de la ley como tal sino en una visión distorsionada de Dios como el dador de Su ley. En la mente humana (no solo en el intelecto, el cual nunca es una parte aislada de nuestro ser), la verdad ha sido cambiada por la mentira. Dios se ha convertido en un policía magnificado que da Su ley solo porque quiere privarnos y sobre todo acabar con nuestra alegría. La “mentira” que ahora creemos es que glorificar a Dios no es —de hecho, no puede ser— gozar de Él para siempre, sino perder todo gozo. Cuando aconteció el trágico intercambio, Adán y Eva —y con ellos toda su descendencia, con una excepción— perdieron el instinto que los capacitaba para decir, creer y probar la visión de la fe del “Dios de mi alegría y mi deleite” (Sal. 43:4), y para hacer la simple confesión de fe: “Me darás a conocer la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; en Tu diestra hay deleites para siempre” (Sal 16:11).

Lo que Dios unió (y que ningún hombre ni mujer debió haber separado) —Su gloria y nuestro gozo— ha sido divorciado. En consecuencia, excepto a través del evangelio, para el hombre y la mujer ya no es posible conocer su fin principal de glorificar a Dios y disfrutar de él. Estas consideraciones nos dan algunas pistas sobre por qué el legalismo y el antinomismo son, de hecho, mellizos que salen del mismo vientre. El rechazo de la ley de Dios por parte de Eva (antinomismo) en realidad era el fruto de su visión distorsionada de Dios (legalismo).

El rechazo de la ley de Dios por parte de Eva (antinomismo) en realidad era el fruto de su visión distorsionada de Dios (legalismo).

Por lo tanto, el legalismo solo puede ser eliminado cuando vemos que la verdad acerca de Dios es que cuando lo glorificamos también llegamos a gozar de Él para siempre. Para el incrédulo, esto es incomprensible. Pero es el primer principio de la vida feliz del creyente.

Implicaciones de esta verdad

Una vez que la “mentira acerca de Dios” (Ro 1:25) fue inyectada en el genoma humano, por así decirlo, se alojó permanente y profundamente en el alma humana. Es la condición predeterminada del corazón del hombre natural. Las ramificaciones teológicas y pastorales de esto son significativas. Porque lo que a menudo vemos como “legalismo”, ya sea en la persona no cristiana o en el cristiano, en efecto es un síntoma de un asunto mucho más grande, más fundamental, más radical, y de mayor alcance que la cuestión del rol de la ley.

A ese nivel, el legalismo y el antinomismo parecen simples opuestos; lo único que se necesita, aparentemente, es doctrina correcta. Pero la cuestión más básica es: ¿cómo pienso acerca de Dios, y qué instintos, disposiciones y afectos suscita esto en mí? A ese nivel, el legalismo y el antinomismo comparten una raíz común que ha invadido no solo la mente sino el corazón, los afectos y la voluntad —tanto lo que sentimos hacia Dios como la doctrina de Dios que profesamos.

Por tanto, el legalismo no es solo un asunto del intelecto. Claramente, la manera en que pensamos determina la manera en que vivimos. Pero no somos intelectos abstractos. El legalismo también está relacionado con el corazón y los afectos —lo que sentimos hacia Dios. No nos relacionamos con Dios en un contexto libre de afectos y emociones, de cerebelo de criatura a cerebelo de Creador, por así decirlo, sino como personas plenas —mente, voluntad, disposiciones, motivaciones, y afectos en diversos grados de integridad o desintegración.

Dentro de este legalismo base que está en la raíz se encuentra la manifestación de una disposición restringida hacia Dios, pues esta hace que uno lo vea a través de un lente de ley negativa que obscurece el contexto más amplio del carácter santo y amante del Padre. Esta es una enfermedad fatal. Paradójicamente, es esta misma visión de Dios, y la separación de Su persona de Su ley, lo que subyace en la raíz del antinomismo. La cuestión de fondo de estos dos “ismos” es idéntica. Es por eso que sólo el evangelio es el remedio para ambos.


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Imagen: Lightstock.
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