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En un viaje reciente de negocios mi esposo estaba sentado cerca de un hombre que estaba por comenzar una vida nueva. Mientras más hablaban, más supo mi esposo en cuanto a este hombre y sus planes para el futuro. Después de un matrimonio fallido y una serie de intentos de hacer algo de su vida, finalmente se reconectó con su novia de secundaria. Este vuelo era su viaje de ida. Él iba a recogerla para que pudiera vivir con él y así vivirían felices para siempre. Lo que falló la primera vez no volvería a suceder, estaba seguro.  Tenía una segunda oportunidad de ser feliz, y él la iba a tomar

Con el lanzamiento de las redes sociales y herramientas de búsqueda (como Google), lo que antes era una hazaña imposible (encontrar una novia de hace mucho tiempo), ahora es posible. Estudios han demostrado que Facebook ha llevado a la desaparición generalizada de los matrimonios, el descontento con nuestra vida actual, y el anhelo de lo que podría haber sido. Es posible que hayamos terminado con esa persona en la escuela secundaria o la universidad (por buenas razones), pero el paso del tiempo y un perfil bien elaborado hace que el pasto luzca más verde en el jardín del vecino.

Cuando el matrimonio se pone difícil, o nuestros hijos son ingratos, es fácil mirar al pasado y pensar que tomamos la decisión equivocada. Me casé con la persona equivocada. Te aseguro: no lo hiciste.

El Dios que ordena todo

Una vez oí decir que Dios sabía exactamente lo que estaba haciendo cuando puso una pareja de casados juntos. En las semanas y meses previos al día de la boda, esta puede sentirse como la declaración más verdadera que has escuchado. Has conocido a tu alma gemela. Tu corazón palpita más fuerte cuando sostienes su mano. Difícilmente puedes dormir los días antes de estar casado con ella. En las palabras de Jerry Maguire, realmente se “completan” el uno al otro.

Avanzando rápidamente unos meses o años y puedes sentir que te has casado con un monstruo. La vida real se establece y la persona verdadera sale a la luz, y no siempre es bonita o lo que esperabas. Pero si Dios sabe lo que está haciendo, entonces hay algo que tenemos que aprender a veces en las turbias aguas del matrimonio.

Cuando Jesús defendió el matrimonio en el Nuevo Testamento, no lo hizo  en el nombre del amor o de la compatibilidad, sino sobre la base de la autoridad de Dios sobre el matrimonio (Mt. 19: 6; Marcos 10: 9). Creemos en la permanencia terrenal del matrimonio, porque sabemos que Dios ha unido a ese hombre en particular con esa mujer. Desde nuestros primeros padres, Adán y Eva, a nuestros propios matrimonios, Dios nos ha dado el uno al otro. Nuestra cultura moderna hace que sea fácil para nosotros pensar que hemos cometido un error cuando el matrimonio se vuelve difícil, porque nosotros elegimos. Hay pocos matrimonios arreglados en la cultura occidental.  Muchos hombres y mujeres salen a citas, compran el anillo, y eligen la fecha por su cuenta. Sé que lo hice. Con la excepción de mi marido pidiéndole a mi padre permiso para casarse conmigo (y el hecho de que fuimos presentados por amigos), realmente estuvimos “en control” de nuestra relación. Cuando el matrimonio se pone duro, esta percepción de control nos hace pensar que tenemos una salida, o al menos que merecemos una salida.

Pero Dios no es menos soberano sobre nuestros matrimonios de lo que fue en el Antiguo Oriente o en una villa remota en África. El matrimonio es Dios uniendo a dos personas con un propósito unificador. Él es sobre todas las cosas (Ef.  4:6) La comprensión de su buen propósito nos da esperanza cuando sentimos las paredes de conflicto acercándose a nosotros.

El propósito del matrimonio

Gary Thomas dijo que el propósito del matrimonio es para hacerte santo, no feliz. Por supuesto, un beneficio secundario del matrimonio es el compañerismo, las experiencias compartidas, y, muchas veces, la verdadera felicidad. Pero ese no es el objetivo principal. El objetivo principal es para hacernos como Jesús. Nosotros no llegaremos al día final por nuestra cuenta. El matrimonio es uno de los buenos medios de Dios para santificarnos y llevarnos seguros a casa.

La creencia de que nos casamos con la persona equivocada es mucho más siniestra de lo que somos guiados a creer. Se siente bien ser amado y apreciado. Se siente bien saber que la pasión es posible otra vez. Pero todo ese amor, aprecio, y pasión se desvanecen cuando contemplamos el otro lado de los pastos más verdes del proverbio. Las personas son solo personas. Ellos no pueden satisfacer las necesidades más profundas de nuestras almas, aunque sus palabras, acciones y perfiles de Facebook nos digan lo contrario.

Una visión a largo plazo del matrimonio (y de vida para el caso), nos salva de la propensión a huir cuando se pone duro o es menos de lo que esperábamos. Dios ha prometido que el último día seremos más como Jesús que cuando comenzamos (Filipenses 1:6).

El hombre que estaba sentado al lado de mi esposo no alcanzó a comprender que la mujer que iba a encontrarse en el otro extremo del vuelo no era la respuesta a sus anhelos más profundos. Él no se había perdido a  “la indicada” todos estos años. Y nosotros no la hemos perdido tampoco. Quizá nuestra pareja puede no ser todo lo que esperábamos que él o ella sería (o que ellos prometieron ser en nuestro día de boda), pero seamos sinceros, nosotros tampoco lo somos. Pero Dios es fiel. Él nos ha unido en su plan soberano para nuestras vidas, prometiéndonos que no nos casamos con la persona equivocada.


Este artículo fue publicado originalmente el 6 de octubre 2014 en The Gospel Coalition. Traducido por Felipe Orellana.
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