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“Ya ni siquiera sé quién soy”, dije entre lágrimas mientras mis bebés gemelos gritaban por el pasillo de nuestro estrecho apartamento.

Solo unos meses antes, no podía imaginar otra cosa que ser su madre. Esperé mucho tiempo para quedar embarazada de ellos. Antes me la pasaba yendo a la oficina todos los días como asociada de marketing y comunicaciones, dando seminarios de vez en cuando, y pasando el tiempo extra que podía trabajando en mis propios proyectos de escritura.

Después de que llegaron, dejé todo eso, pues creí que el tiempo concentrado con ellos en sus primeros años era importante. Estaba perfectamente contenta de poner en pausa mi carrera y mis oportunidades de escribir para poder dedicarme por completo a la casa porque, después de todo, ¿no era eso lo más gratificante que podía hacer con mi vida?

Unos meses después de la maternidad, todas esas expectativas se encontraron de frente con la vida real. No necesariamente quería irme a la oficina todos los días (eso sonaba abrumador), pero me preguntaba si todas las expectativas que tenía sobre quedarme en casa realmente se harían realidad.

No creo que sea la única. Les decimos a las futuras madres que el trabajo es duro pero gratificante. Les decimos que es el mejor trabajo que harán. Les decimos que en el sacrificio encontrarán su verdadero propósito.

Pero ¿y si no ven o sienten eso? Más mujeres ahora reciben educación más allá del bachillerato y pasan años construyendo una carrera antes de tener hijos. Hay oportunidades sin precedentes para el avance y la aventura.

Después de todo eso, puede ser difícil que la mujer que se queda en casa cumpla con sus esperanzas y sueños.

Expectativas fuera de lugar

Parte del problema puede ser que haya expectativas demasiado altas. Vemos hermosos bebés tranquilos en los comerciales, y fotos dulces de los niños pequeños de nuestros amigos en Instagram. Imaginamos que tendremos suficiente tiempo y energía para limpiar la casa y lavar la ropa y leerle al bebé. Muchas veces nos han dicho que la maternidad es lo más gratificante que puedes hacer con tu vida, y cuando la realidad no coincide, podemos desilusionarnos y frustrarnos.

Todos los días hago muchas cosas ordinarias y cotidianas. Conduzco a la misma hora. Hago el mismo almuerzo, para mis hijos y para mí, porque ¿no es eso ser eficiente? Lavo, doblo, y guardo la ropa de cuatro niños pequeños. A veces me agradecen por la alimentación casi constante, la limpieza, y el traslado hacia y desde las actividades, pero la mayoría de las veces ni siquiera saben que estoy haciendo algo por ellos. Esto a veces puede hacerme sentir que no vale la pena el esfuerzo.

Además de eso, quedarse en casa agota el saldo bancario de muchas maneras, incluso cuando nos ahorra dinero en otras cosas. Muchas madres en casa sacrifican un pasatiempo o una rutina regular en el gimnasio. Para mí, sacrifiqué mis sueños educativos. Cuando mi esposo y yo nos casamos, ambos estábamos inscritos en el seminario. Pero una vez que observamos nuestras metas a largo plazo (tener hijos más temprano que tarde) y nuestra pequeña cuenta bancaria (así como la creciente deuda de préstamos estudiantiles), vimos que continuar con la escuela era insostenible para mí. Me vi devastada. Sentí que estaba renunciando a todo, mientras que mi esposo prácticamente no perdió tracción para alcanzar sus objetivos. Ver que algo que amaba estaba siendo empujado hacia un lado fue más difícil de lo que imaginé. También me llevó a una crisis de identidad.

Identidad fuera de lugar

Si me hubieras conocido hace 10 años, te habría dicho: “Hola. Soy Courtney. Soy asociada de marketing y comunicaciones, y tomo clases de seminario los fines de semana. También trato de escribir cuando puedo”.

Te lo habría dicho con bastante confianza, porque me sentía competente en mi trabajo, y estaba acostumbrada a que otros dependieran de mi conocimiento y habilidad. Pasaba mis días de maneras interesantes, pensando en cómo contar una buena historia para una organización, o pensando profundamente en el contexto de una relación escritor/editor.

Pero si me hubieras conocido poco después de que dejara de trabajar para quedarme en casa a tiempo completo con mis bebés, habría tenido problemas para presentarme. Podría haber dicho: “Hola. Soy Courtney. Soy mamá”. O: “Soy madre de gemelos”.

La solución a nuestro problema de maternidad es la solución a nuestros otros problemas con el trabajo en un mundo caído: el evangelio.

No podía encontrar una mejor definición de mí. Pasé de una vida plena con muchos intereses diferentes, a una vida plena con un único interés: mantener vivos a dos humanos. Esta reducción de propósito puede ser difícil para alguien que alguna vez floreció en otras actividades.

Peor aún, me sentí perdida en este nuevo rol. Tenía un sinfín de preguntas sobre las tareas que tenía ante mí, y pocas respuestas. De repente, estas pequeñas personas dependían de mí para todo, y no estaba equipada ni preparada. La maternidad consumió todo mi tiempo y energía, pero me sentí como un fracaso.

Tampoco había formas claras de mejorar. Antes de ser ama de casa, tenía marcadores medibles de lo bien que me iba en mi trabajo. Podría recibir comentarios sobre un artículo. Podría rastrear los dólares recaudados por mis materiales de campaña que había escrito. Podría obtener una calificación en una tarea. En casa, me faltaban resultados medibles y revisiones de desempeño laboral. Mi vida se sentía incompleta sin comentarios claros de que estaba en el camino correcto.

La solución del evangelio

No estaba preparada para la verdadera naturaleza del trabajo en casa. Idealicé la maternidad, sin darme cuenta de que el trabajo de quedarse en casa, como todo otro trabajo, está lleno de tensión, indiferencia, y “espinas y cardos”.

Todo trabajo, incluso la maternidad, nos va a decepcionar.

Y ningún trabajo, incluida la maternidad, es suficiente para salvarnos o satisfacernos. Toda madre es también una hija, una trabajadora, y una imagen de Dios con talentos únicos tanto en el hogar como en el lugar de trabajo en general. La solución a nuestro problema de maternidad es la solución a nuestros otros problemas con el trabajo en un mundo caído: el evangelio.

La maternidad es una bendición, pero no es nuestra identidad central. Nuestra identidad está anclada en Cristo.

Dios nos creó para trabajar en el mundo que Él ha creado. Para algunas mujeres, en algunos momentos de la vida, ese trabajo se realiza principalmente en el hogar. Pero cuando les prometemos a las mujeres que la maternidad en el hogar es el único tipo de trabajo que las satisfará realmente, las preparamos para la decepción.

Sentí que me estaba perdiendo en ese pequeño apartamento, hace tantos años. Estaba dividida entre dos mundos, insegura de cómo hacer que ambos funcionaran. Lo que he aprendido desde entonces es que mi vocación como madre no me define más de lo que me define mi vocación como escritora.

La maternidad es una bendición, pero no es nuestra identidad central. Nuestra identidad está anclada en Cristo, que nos ama, nos redime, y nos renueva a diario. El trabajo que nos da no tiene la intención de definirnos. Está destinado para señalar y glorificar a Dios (Mt. 5:16).

Cuando le pedimos a la maternidad lo que solo Dios puede dar, se derrumba. Pero cuando la veamos correctamente, como un regalo de amor, una forma de servir a Dios y a los demás, hermosos y quebrantados, entonces buscaremos en Dios nuestra alegría y significado.

Y esas son buenas noticias cuando siento que me estoy perdiendo en el trabajo: mi identidad está oculta con Cristo, quien no cambia con las estaciones de la vida de una mujer.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Lightstock.
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