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El pastor de mi juventud amaba las estadísticas. Las usaba con frecuencia en la predicación para robustecer sus argumentos. Por eso no me sorprendió que diseñara su propia encuesta para conocer mejor a los miembros de la congregación. 

¿Qué era exactamente lo que quería descubrir? No lo recuerdo. Sin embargo, hay algo que sí quedó grabado en mi memoria: los resultados revelaron que ni siquiera la mitad de los miembros estaban involucrados en un ministerio. El pastor estaba consternado. Nos preguntó: «¿Cómo decimos que somos cristianos si no andamos como Cristo, el siervo de Dios?».

Esta anécdota me anima y entristece al mismo tiempo. Ciertamente, la iglesia necesitaba recordar que todos los cristianos son siervos, no solo los pastores y líderes. Todos tenemos dones, talentos, tiempo y energía que podemos y debemos usar por amor a Dios y a nuestro prójimo.

Sin embargo, me apena pensar que ese día en que el pastor nos hizo esa pregunta, muchos se quedaron con la idea de que servir significa estar involucrado en un ministerio formal de la iglesia.

Cómo lucía la iglesia en el primer siglo

Cuando hablamos de servir a la iglesia, tal vez pensamos en las diversas tareas de las que podemos participar en las reuniones de cada domingo, el grupo de jóvenes o el grupo de alabanza. Sin embargo, en sus orígenes, la iglesia cristiana no era —y no es— un edificio, un evento ni una lista de tareas, sino una comunidad.

La participación en una tarea específica en una actividad organizada por la congregación no es la única manera en que los cristianos pueden servir

En el primer siglo no existía el ministerio «formal» de niños, ni de alabanza y ¡mucho menos el audiovisual! El ministerio de misericordia era sencillamente «compart[ir] unos con otros según la necesidad de cada uno» (Hch 2:45). Los apóstoles se dedicaban a la predicación y los diáconos servían las mesas (Hch 6:1-7). Hasta ahí llegaba el ministerio «formal». 

¿Eso significaba que el resto de los creyentes no podía servir? ¡Por supuesto que no! Cada uno de ellos servía con su vida entera, compartiendo y comiendo juntos, orando y alabando a Dios en lo cotidiano.

En el libro de Hechos observamos que los primeros cristianos «día tras día continuaban unánimes en el templo y partiendo el pan en los hogares» (Hch 2:46). Ellos se reunían «formalmente» para adorar a Dios (primero en el templo judío y después en casas) y luego, andaban juntos en lo cotidiano. Servían a su prójimo en la vida ordinaria (vv. 42-47).

Esto nos ayuda a entender que el ministerio formal —la participación en una tarea específica o una actividad organizada por la congregación— no es la única manera en que los cristianos pueden servir a la iglesia.

Todos somos siervos

Nuestra misión como cristianos fue establecida claramente por nuestro Señor en la Gran Comisión: «Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado» (Mt 18:19-20). Esta es la tarea de todo creyente, sin importar quién sea ni de donde venga. 

Como escriben Colin Marshall y Tony Payne en su libro El enrejado y la vid, «no hay dos clases de discípulos, los comprometidos, que realmente sirven a Jesús y a su evangelio, y el resto. […] Ser discípulo es ser un hacedor de discípulos» (pp. 50-51).

No necesitamos esperar a una reunión organizada por la iglesia para exhortarnos, amonestarnos, sostenernos, ser hospitalarios, suplir necesidades y orar por otros

Además de esta misión, las cartas del Nuevo Testamento están llenas de instrucciones sobre cómo los cristianos debemos servirnos unos a otros en amor, como por ejemplo: confesando pecados y orando juntos (Stg 5:16), siendo afectuosos y hospitalarios (Ro 12:10, 13), exhortando y animando a los demás (1 Ts 5:11, 14), llevando las cargas de los otros (Ga 6:2), entre muchas exhortaciones más.

Todos estos mandatos pueden (y deben) cumplirse en donde sea que estemos. Podemos orar unos por otros en la reunión de los miércoles, pero también podemos hacerlo cuando llevamos una comida a nuestro hermano enfermo o visitamos al que perdió su trabajo.

Podemos cantar alabanzas en el coro de la iglesia, pero también podemos hacerlo mientras arrullamos a nuestros hijos, enseñándoles el evangelio desde la cuna. Podemos escuchar el pecado confesado de un hermano en una sesión de consejería, pero también podemos hacerlo cuando salimos a tomar un café para ponernos al día.

No necesitamos un título ministerial o un puesto formal en la congregación para servirnos unos a otros. No necesitamos esperar a una reunión organizada por la iglesia para exhortarnos, amonestarnos, sostenernos, ser hospitalarios, suplir necesidades y orar por otros.

¿Dónde vas a servir tú?

Por supuesto, que no sea necesario pertenecer a un ministerio formal para servir a Dios y al prójimo no significa que no sea necesario pertenecer a la iglesia local. Esto no es una apología para los cristianos solitarios. La Escritura es clara:

Consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca (Heb 10:24-25).

No todos podemos participar en organizar un servicio dominical o de oración, pero hay una infinidad de buenas obras que son necesarias para servir a nuestros hermanos en la vida cotidiana. Para conocer esas necesidades y tener oportunidades de suplirlas debes ser parte de una iglesia local.

Tu tarea es amar, orar, sostener, exhortar, animar, confrontar. El lugar donde estás no debe detenerte de hacer lo que Dios te ha llamado a hacer

Evalúa los recursos que tienes disponible ahora mismo. Todos somos diferentes y estamos en etapas de vida diferentes. Algunos podrán hacer mucho y otros podrán hacer poco, pero ese no es el punto. Como la viuda pobre, si lo único que tienes para ofrecer es el equivalente a dos moneditas, entrégalas de corazón (Lc 21:1-4).

Observa el lugar donde Dios te ha puesto ahora mismo, ya sea en tu hogar, la escuela o la oficina. ¿Cómo puedes servir en esos contextos? ¿Puedes invitar a alguien a almorzar y leer la Biblia juntos? ¿Puedes preparar el doble de tu comida preferida y llevársela a alguien enfermo en tu iglesia? ¿Puedes hacer un grupo de estudio bíblico en tu universidad?

¡Las posibilidades son infinitas! Tu misión es hacer discípulos. Tu tarea es amar, orar, sostener, exhortar, animar, confrontar. El lugar donde estás no debe detenerte de hacer lo que Dios te ha llamado a hacer.

Así que ve y haz discípulos, en la reunión de la iglesia y fuera de ella.

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