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Nota del editor: 

Este artículo pertenece a una serie mensual de biografías breves que hemos estado publicando sobre cristianos que fueron usados por el Señor para impactar a incontables vidas, y de los cuales podemos aprender. Otras biografías en esta serie: Martyn Lloyd-Jones, Martín Lutero, George Müller, George Whitefield, John Newton, Francis Schaeffer, William Wilberforce, Jonathan Edwards, David Brainerd, J. I. Packer, Juan Calvino, Dietrich Bonhoeffer, y los puritanos.

Un cristiano joven en medio de sus estudios académicos, lleno de celo por la Palabra de Dios pero marcado por la superficialidad, tuvo una experiencia con Dios que cambió su vida.

Todo comenzó cuando, durante una clase de filosofía, fue llevado a pensar en algo a lo que no le había prestado atención antes: el poder creador de Dios mostrado en Génesis. Su mente fue atrapada por la idea de que, antes de que Dios crease todo, no existía nada. La nada no es “algo”. Es imposible pensar en ella porque es, bueno, nada.

Pensando en eso y en la grandeza del Dios que lo creó todo, no podía conciliar el sueño aquella noche. Sintió el impulso de irse de su cuarto. Algo santo lo llamaba de una manera imposible de ignorar. Así que a mitad de la noche se fue a la capilla más cercana:

“La capilla se hallaba bajo la sombra de la vieja torre principal. Su puerta era de cedro pesado con un arco gótico. La abrí y llegué al vestíbulo, la puerta se cerró detrás de mí con un sonido que hizo vibrar las paredes de piedra de la nave…

Me moví lenta y deliberadamente hacia las gradas de la plataforma. El sonido de mis pies sobre el piso de piedra evocaba las imágenes temibles de soldados alemanes marchando con sus botas a lo largo de calles empedradas. Cada paso resonaba mientras caminaba a la plataforma alfombrada.

Allí me tiré sobre mis rodillas. Había llegado a mi destino. Estaba listo para reunirme con Quien había turbado mi descanso con su llamado.

Me encontraba en posición de oración, pero no tenía nada qué decir. Me arrodillé allí silenciosamente, permitiendo que la sensación de la presencia de un Dios santo me llenara. El latido de mi corazón indicaba algo, golpeando mi pecho. Sentí un frío intenso en la base de mi espina que subió hasta mi cuello. El terror me invadió. Luché contra el impulso de escapar de esa sobrecogedora presencia que se apoderó de mí.

El terror pasó, y pronto siguió otra ola, pero diferente. Esta inundó mi alma con una paz inexplicable que trajo un reposo instantáneo a mi turbado espíritu. Me sentí tranquilo. Quería permanecer allí. Sin decir ni hacer nada. Simplemente deleitarme en la presencia de Dios”.[1]

Aquella experiencia dejaría una huella profunda en el corazón de R. C. Sproul:

“Ese momento transformó mi vida. Algo profundo se estableció en mi espíritu para siempre. Desde ese momento no podía haber regreso; no podía ser borrada esa indeleble impresión de su poder. Yo estaba solo con Dios. Un Dios santo, un Dios asombroso. Un Dios que podía llenarme con terror en un segundo y con paz en el próximo. Supe en ese momento que había realizado el fin de mi búsqueda santa. Dentro de mí nació una nueva hambre que nunca podría ser satisfecha en este mundo. Me propuse aprender más, seguir a este Dios que vivía en las catedrales góticas oscuras y que invadió mi dormitorio para levantarme de mi complaciente sueño”.[2]

En las próximas décadas, Sproul no solo conocería más al Dios santo, sino que también dirigiría a millones de personas a conocerlo también.

Este hombre llegaría a grabar decenas de series de enseñanzas, escribiría más de 100 libros (entre los que destaca su clásico La santidad de Dios), y predicaría extensamente en conferencias e iglesias, siendo un exponente fiel de la sana doctrina en nuestros días.

Si Dios está trayendo un despertar a la sana doctrina en el mundo entero, en gran parte ha sido por medio de su obra en R. C. Sproul.[3]

Un árbol que cae en el bosque”

Robert Charles Sproul nació el 13 de febrero de 1939, en Pittsburgh, Pennsylvania (Estados Unidos). Fue el segundo hijo de Robert Cecil Sproul y Mayre Ann Yardis. La Segunda Guerra Mundial marcó su infancia, en la cual su padre tuvo que servir.

Uno de los primeros recuerdos de Sproul fue el regreso de su padre en 1945, al final de la guerra, y la alegría de ese momento. Décadas más tarde, él usaría aquel recuerdo como una ilustración del gozo que un cristiano puede sentir al saber que su enemistad contra Dios ha terminado gracias a Cristo, y ahora tenemos paz para con Él.[4]

En ese año, R. C. conoció a Vesta, su futura esposa. Él estaba en el primer grado. Cinco años después le confesó sus sentimientos, y poco a poco comenzaron una relación marcada por el respeto y la amistad. Ambos asistían al grupo de jóvenes en la iglesia y pertenecían al coro.

La vida de la familia Sproul se hizo difícil cuando el padre de la casa murió mientras R. C. terminaba sus años de High School. Esto trajo bastante enojo contra Dios a la vida de R. C., quien más adelante sería conocido por enseñar sobre la soberanía y bondad del Señor.

En septiembre de 1957, R. C. Sproul comenzó su primer semestre en el Westminster College, donde aprendería filosofía junto al Dr. Thomas Gregory, quien fue de mucha influencia para él. Con todo, lo más importante de aquel mes fue el nuevo nacimiento de R. C. Sproul. Burk Parsons, quien llegaría a pastorear junto a él, lo relata así:

“El primer fin de semana de la escuela, R. C. y un amigo se dirigían a un bar cuando R. C. recordó que sus Lucky Strikes [una marca de cigarrillos] estaban en su dormitorio. Fue a buscarlos y en el camino se encontró con la estrella del equipo de fútbol, que conversó con él. R. C. no puede recordar lo que el hombre le dijo, solo que él habló como si conociera a Jesús personalmente. R. C. estaba fascinado, y después de una hora de conversación, se fue a su dormitorio con la necesidad de orar por perdón”.[5]

Sproul recordó aquel día con las siguientes palabras en el aniversario 60 de su conversión:

“Creo que soy la única persona en la historia de la iglesia que fue convertido por este versículo en particular que Dios usó para abrir mi corazón y mis ojos a la verdad de Cristo. Proviene del libro de Eclesiastés, donde el autor describe en términos metafóricos a un árbol que cae en el bosque, y donde cae el árbol allí permanece [Ec. 11:3]. Dios despertó mi alma al considerar este pasaje, viéndome a mí mismo como el árbol que cae, se descompone, y termina podrido.

Esa fue la descripción de mi vida… Nadie tenía que decirme que yo era un pecador… Estaba muy claro para mí. Pero cuando fui a mi dormitorio esa noche, y me puse de rodillas, mi experiencia fue una de perdón trascendente. Y fui abrumado por la tierna misericordia de Dios, la dulzura de su gracia, y el despertar que Él le dio a mi vida”.[6]

Tal conversión nos recuerda cómo el Espíritu Santo puede usar cualquier porción de las Escrituras para conducir a alguien a la salvación en Cristo. Poco tiempo después, este joven tendría su experiencia con la presencia santa de Dios ya mencionada.

En febrero, Vesta visitó a R. C. en Westminster. Él la invitó a una reunión de oración en la que ella conoció al Señor y creyó también el evangelio. Ambos se casaron en 1960, y llegaron a tener dos hijos. Vesta sería una fiel ayuda idónea para Sproul.

Abrazar la soberanía de Dios

En 1961, R. C. comenzó sus estudios en el Pittsburgh Theological Seminary, donde encontró mucha hostilidad hacia el cristianismo ortodoxo. Sin embargo, allí conoció a John Gerstner, quien se convirtió en un tutor para él.

En su segundo año de estudios allí, Sproul abrazó la soberanía de Dios sobre todas las cosas, incluyendo en la salvación:

“Me gradué de la facultad sin estar persuadido de la idea reformada o calvinista de la predestinación, solo para ir a parar a un seminario que incluía en su claustro al rey de los calvinistas, John H. Gerstner. Gerstner es a la predestinación lo que Einstein es a la física o lo que Arnold Palmer es al golf. Habría preferido desafiar a Einstein acerca de la relatividad o haber jugado un partido con Palmer antes que vérmelas con Gerstner. Pero… los necios se precipitan a donde los ángeles temen pisar.

Desafié a Gerstner en la clase una y otra vez, convirtiéndome en una plaga total y absoluta. Resistí durante más de un año. Mi rendición final vino por etapas, penosas por cierto. Comenzó cuando empecé a trabajar como pastor estudiante en una iglesia. Escribí una nota para mí mismo que guardaba en mi escritorio en un lugar donde siempre podría verla:

Se te requiere que creas, prediques, y enseñes lo que la Biblia dice que es verdad, no lo que quieres que la Biblia diga que es verdad.

La nota me perseguía. Mi crisis final llegó en el curso superior. Me hallaba realizando dicho curso en el estudio de Jonathan Edwards. Pasamos el semestre estudiando el libro más famoso de Edwards, La libertad de la voluntad, bajo la tutela de Gerstner. Al mismo tiempo realizaba un curso de exégesis griego en el libro de Romanos. Yo era el único estudiante en aquel curso, a solas con el profesor del Nuevo Testamento. No había dónde pudiera esconderme.

La combinación era demasiado para mí. Gersner, Edwards, el profesor de Nuevo Testamento y, sobre todo el apóstol Pablo, eran un equipo demasiado formidable para que yo lo resistiese. El capítulo 9 de Romanos fue el punto crucial. Simplemente no podía encontrar la manera de evitar la enseñanza del apóstol en ese capítulo. A regañadientes, suspiré y me rendí, pero con la cabeza, no con el corazón. ‘Vale, creo en esto, ¡pero no tiene que gustarme!’.

Pronto descubrí que Dios nos había creado para que el corazón siguiera a la cabeza… Una vez que comencé a ver la coherencia de la doctrina y sus más amplias implicaciones, mis ojos fueron abiertos a la benevolencia de la gracia y al gran consuelo de la soberanía de Dios”.[7]

Décadas después, Sproul sería llamado “el defensor más grande y más influyente de la recuperación de la teología reformada en el siglo pasado”, y “uno de los factores más importantes en el resurgir del calvinismo en la actualidad”.[8]

Por medio de una exposición fiel de la Palabra, él nos apuntó a la inmensidad de la soberanía de Dios:

“Si Dios no es soberano, entonces Dios no es Dios. Si existe tan solo una molécula rebelde en el universo —una molécula corriendo libre fuera del alcance de la soberanía de Dios—, no podemos tener la más mínima confianza de que cualquier promesa que Dios haya hecho acerca del futuro llegue a cumplirse”.[9]

Pero también señaló que esa realidad, con sus implicaciones, no son simplemente para nuestro entretenimiento intelectual. Debería llevarnos a vivir en gratitud y asombro ante Dios:

“Para mí no hay nada más reconfortante que saber que hay un Dios de providencia que no solo está consciente de cada una de mis transgresiones, sino de cada una de mis lágrimas, cada uno de mis dolores, y cada uno de mis miedos”.[10]

La teología de Sproul lo llevó a vivir no solo de esa manera, sino también con alegría y buen sentido del humor, como sus enseñanzas a menudo lo revelan. Dios nos ha perdonado y Él es soberano sobre todas las cosas. ¿Por qué, entonces, habríamos de vivir sin gozo?

Ministerios Ligonier y legado

Más adelante, R. C. obtuvo una maestría en el Pittsburgh Seminary, y títulos en la Free University of Amsterdam (Drs., 1969) y el Whitefield Theological Seminary (Ph. D., 2001). En 1965 fue ordenado al ministerio en la United Presbyterian Church, pero casi una década después dejó esa denominación y se unió a la Presbyterian Church in America.

Durante sus primeros años como maestro en seminarios e iglesias, Sproul percibió la necesidad de más educación para los laicos en el cuerpo de Cristo. Luego de mucha oración y de conversar con Francis Schaeffer al respecto, R. C. y Vesta aceptaron un llamado a mudarse a la zona montañosa del occidente de Pennsylvania, en Ligonier.

Allí se fundó el Ligonier Valley Study Center, de manera similar a L’Abrí (el centro de enseñanza de Schaeffer), donde asistían estudiantes de varias partes para aprender junto a Sproul sobre teología, apologética, historia de la Iglesia, y filosofía. Los estudiantes se hospedaban en la casa Sproul o en casas de otros estudiantes en la comunidad. Más adelante, el ministerio se movió a Orlando, Florida, y le cambiaron el nombre a Ligonier Ministries.

Este ministerio ha alcanzado a millones de personas a través de los años gracias al programa de radio Renewing Your Mind (también disponible en español), múltiples conferencias en varias ciudades, la revista mensual Tabletalk, el desarrollo de la Biblia de estudio Reformation Study Bible (en la que Sproul trabajó como editor general), la editorial Reformation Trust Publishing, la plataforma para clases online Ligonier Connect, y la distribución de contenido en audio, vídeo, y texto, de Sproul y otros maestros asociados al ministerio. En Ligonier.org se encuentran más de 8.000 recursos para la Iglesia, y cada día hay más de ellos en español.

Más adelante, Sproul sería pastor en Saint Andrew’s Chapel, en Sanford, Florida (Estados Unidos), desde 1997 hasta el día de su partida con el Señor.

“Me retiraré cuando despeguen de la Biblia mis dedos fríos y muertos”, dijo en una ocasión.[11] Y así fue el final de su vida aquí. R. C. Sproul entró al gozo del Señor el 14 de diciembre de 2017, a la edad de 78 años, luego de ser hospitalizado por dificultades respiratorias.

Las últimas palabras de su último sermón predicado, sobre Hebreos 2:1-4, manifestaron su deseo no solo para su iglesia local, sino también para las generaciones de creyentes que fueron impactadas por su ministerio:

“Oro con todo mi corazón para que Dios nos despierte a cada uno de nosotros hoy a la dulzura, la belleza, y la gloria del evangelio declarado por Cristo”.[12]

“Todos somos teólogos”

Durante su ministerio, Sproul siempre estuvo comprometido con atesorar y proclamar la teología reformada. Esta convicción se notaba en cada enseñanza, y también lo llevó a liderar el International Council on Biblical Inerrancy [Concilio Internacional de Inerrancia Bíblica] a finales de los setentas, el cual produjo la histórica Declaración Chicago sobre la Inerrancia Bíblica.

Pero si algo caracterizó a Sproul fue su capacidad única para explicar temas muy complejos en lenguaje sencillo, entendiendo que todo creyente ya tiene una teología:

“Ningún cristiano puede evitar la teología. Cada cristiano es un teólogo. Tal vez no en el sentido técnico o profesional, pero no obstante, teólogo. La pregunta para los cristianos no es si seremos teólogos, sino si vamos a ser buenos o malos teólogos”.[13]

Él entendía que lo que pensamos acerca de Dios tiene repercusiones en el resto de nuestros pensamientos:

“La manera en que entendemos la naturaleza y el carácter de Dios mismo influye en cómo entendemos la naturaleza del hombre, que lleva la imagen de Dios; la naturaleza de Cristo, que trabaja para satisfacer al Padre; la naturaleza de la salvación, que es efectuada por Dios; la naturaleza de la ética, cuyas normas se basan en el carácter de Dios; y una miríada de otras consideraciones teológicas, todas basadas en nuestra comprensión de Dios”.[14]

Y las ideas tienen consecuencias en nuestro día a día. De esa manera, Sproul nos recuerda la importancia de nuestros pensamos sobre Dios y cómo ellos deben basarse no en nuestras suposiciones, sentimientos, cultura, o algo más, sino únicamente en la Palabra.

“Santo, santo, santo”.

En medio de toda su enseñanza, el tema central siempre fue la majestad y santidad del Dios que nos rescató en su misericordia:

“En las Sagradas Escrituras solo una vez un atributo de Dios se eleva al tercer grado. Solo una vez encontramos una característica de Dios mencionada tres veces en sucesión. La Biblia dice que Dios es santo, santo, santo. No que Él es santo, o aun santo, santo. Él es santo, santo, santo. La Biblia nunca dice que Dios es amor, amor, amor; o misericordia, misericordia, misericordia; o ira, ira, ira; o justicia, justicia, justicia. Dice que Él es santo, santo, santo; que toda la tierra está llena de su gloria”.[15]

Conocer esto lo cambia todo:

“Cuando entendemos el carácter de Dios, cuando captamos algo de su santidad, entonces comenzamos a entender el carácter radical de nuestro pecado e impotencia. Los pecadores impotentes solo pueden sobrevivir por gracia. Nuestra fuerza es fútil en sí misma; somos espiritualmente impotentes sin el poder de un Dios misericordioso. Nos puede desagradar prestarle atención a la ira y a la justicia de Dios, pero hasta que nos inclinemos a estos aspectos de la naturaleza de Dios, nunca apreciaremos lo que nos ha sido otorgado por la gracia”.[16]

¿Estamos entendiendo de esa manera la santidad de Dios?

Uno de los ejemplos bíblicos más impactantes que Sproul expuso en varias ocasiones sobre el terror de la santidad de Dios es la historia de Uza, un israelita que murió al tocar el arca del Señor al tratar de impedir que ella cayera al suelo mientras la trasladaban (1 Cr. 13:7-11).

“¿Fue [el acto de Uza] un acto de heroísmo santo? ¡No! Fue un acto de arrogancia, un pecado de pretensión. Uza asumió que su mano estaba menos contaminada que la tierra. Pero no era la tierra o el lodo lo que profanaría el arca. Era el toque del hombre. La tierra es una criatura obediente, hace lo que Dios le dice que haga. Produce su cosecha a su tiempo, obedece las leyes de la naturaleza que Dios estableció. Cuando la temperatura baja a cierto punto, se congela. Cuando se le agrega agua a la arena se hace lodo, tal como Dios lo diseñó. La tierra no comete traición cósmica. No hay nada contaminado acerca de la tierra. Dios no quería que su santo trono fuese tocado por nada contaminado con el pecado, con lo que se le hubiera rebelado, aquello que hubiese hecho que la creación completa se arruinase y que la tierra, el cielo y las aguas gimieran juntas con dolores de parto, esperando el día de la redención. Era el toque del hombre lo que Dios había prohibido”.[17]

De esta y muchas maneras, Sproul enseñó a millones de personas que lo que verdaderamente debería asombrarnos no es que un Dios santo juzgue a pecadores; lo escandaloso es que Él haya mostrado su gracia al dar a su Hijo para redimirnos del castigo que merecemos.

Nuestras manos están más sucias que la tierra, al igual que las de Uza. Pero por medio de Jesús, podemos acercarnos en humildad a Dios con confianza. Venimos a Él con gozo y alegría. Hemos sido reconciliados con el Padre por medio de Cristo (2 Co. 5:18).

Hace unos años, cuando yo estaba empezando a conocer la centralidad del evangelio y la sana doctrina, durante varios meses vi por varias horas al día las enseñanzas de Sproul en el sitio web de Ligonier. Mi vida no volvería a ser la misma. Es por eso que, mientras escribía esta breve biografía, no podía dejar de agradecer a Dios por haber usado a este hombre para hacerme entender más la inmensidad de Su amor.

Quiera el Señor levantar a más Sprouls en nuestros días; hombres cautivados por la santidad y soberanía de Dios. Oremos que Dios nos conceda servirle también fielmente hasta que otros también tengan que despegar nuestros dedos fríos y muertos de nuestras Biblias.


[1] R. C. Sproul, La Santidad de Dios (Publicaciones Faro de Gracia, 1998), p. 10–11.

[2] Ibíd.

[3] Algunos de los siguientes párrafos están tomados de mi texto el día de la partida de Sproul con el Señor, publicado en Coalición por el Evangelio.

[4] R. C. Sproul, St. Andrew’s Expositional Commentary: Romans (Crossway, 2009), p. 140.

[5] Burk Parsons, R.C. Sproul: A Man Called By God.

[6] El despertar de R. C. Sproul a la fe cristiana.

[7] R. C. Sproul, Escogidos por Dios (Publicaciones Faro de Gracia, 2002), p. 9–10.

[8] Albert Mohler, A Bright and Burning Light: Robert Charles Sproul; y Matt Smethurst, Where Did All These Calvinists Come From?

[9] Escogidos por Dios, p. 18.

[10] R. C. Sproul, ¿Controla Dios todas las cosas? (Reformation Trust Publishing, 2015), loc. 109-110).

[11]Justin Taylor, Sproul on retirement.

[12] R. C. Sproul’s final sermon.

[13] R. C. Sproul, Knowing Scripture (InterVarsity, 1978), p. 22.

[14] R. C. Sproul, What is Reformed Theology?: Understanding the Basics (Baker Publishing Group, 1997), loc. 265-267.

[15] R. C. Sproul, La Santidad de Dios (Publicaciones Faro de Gracia, 1998), p. 28.

[16] Ibíd, p. 153.

[17] Ibíd, p. 91–92.


Imagen: Ligonier.
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