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Nota del editor: 

Este artículo pertenece a una serie mensual de biografías breves que hemos estado publicando sobre cristianos que fueron usados por el Señor para impactar a incontables vidas, y de los cuales podemos aprender. Otras biografías en esta serie: Martyn Lloyd-Jones, Martín Lutero, George Müller, George Whitefield, John Newton, y Francis Schaeffer.

¿Puedes imaginar un mundo sin esclavitud?

A mediados del siglo XVIII, eso era inconcebible para la mayoría de las personas. Así lo fue en todo el planeta por alrededor de 5,000 años. La esclavitud era vista como algo natural en la sociedad, como el matrimonio o la muerte.

El hecho de que hoy la maldad de la esclavitud nos resulte tan obvia es testimonio de la grandiosa hazaña del parlamentarista británico William Wilberforce y los abolicionistas que trabajaron junto a él.

Por gracia de Dios, Wilberforce vió claramente el mal que otros no veían. Él fue usado por el Señor para que hoy no tengamos que preguntarnos si debemos ayudar al pobre, al necesitado, y luchar contra la trata de personas. Ya sabemos la respuesta a esa pregunta.

“Si es una obra de la gracia…”

Wilberforce nació el 24 de agosto de 1759 en Yorkshire, Inglaterra. Fue el tercero y único varón de los cuatro hijos que tendría su familia. Sus padres fueron un mercader adinerado llamado Robert Wilberforce y su esposa Elizabeth.

Desde niño, el frágil cuerpo de Wilberforce fue propenso a diversas enfermedades. Décadas después, sus problemas incluyeron una columna encorvaba, una mala visión, y malestares para los que sus médicos le recetaron erradamente opio, que afectaría su agilidad mental.

En 1768, debido a la muerte de su padre y la delicada salud de su madre, el pequeño Wilberforce fue llevado a vivir con un tío también llamado William y su esposa Hannah. Ellos causaron un impacto en él, como después escribió: “A menudo los acompañaba a la iglesia y a la capilla… Bajo estas influencias mi mente estaba… muy interesada e impresionada por el tema de la religión”.[1]

Los tíos de Wilberforce estaban cercanos al movimiento metodista. Esta corriente protestante liderada por los predicadores John y Charles Wesley, contrastaba con la falsa piedad de la iglesia oficial en Inglaterra, siendo mal vista por las altas esferas de la sociedad británica. Debido a eso, Elizabeth sacó a su hijo Wilberforce de casa de sus tíos en 1771.

“No deberías temer”, dijo irónicamente Elizabeth a la tía Hannah, al llevarse a Wilberforce. “Si es una obra de la gracia [lo que Dios está haciendo en él], tú sabes que no fallará”.[2] La madre de Wilberforce no sabía que décadas después, incluso ella misma abrazaría la fe cristiana.

El interés del joven Wilberforce en las cosas de Dios se esfumó, llegando a conformarse a la vida social del St John’s College de la Universidad de Cambridge. Allí conoció a William Pitt, quien sería primer ministro de Gran Bretaña y uno de sus amigos más íntimos.

Debido a las muchas riquezas que Wilberforce heredó, no vió necesidad de estudiar y trabajar arduamente. En cambio, pasaba su tiempo persiguiendo un estilo de vida ocioso. Su ingenio y grandiosa oratoria lo convirtieron en una figura popular en todos los clubes y lugares que frecuentaba.

La ambición de Wilberforce era inmensa, y con tan solo 21 años llegó a ser miembro del Parlamento Británico junto a varios de sus amigos de Cambridge. Desde esa posición disfrutó aún más de la vida hedonista de la clase alta.

“El Señor te ha levantado”

Motivado por sus conversaciones estimulantes sobre el cristianismo con el gran matemático Isaac Milner, Wilberforce desarrolló un interés por estudiar la Biblia. Lo que halló en ella fue devastador para él:

“Tan pronto como reflexioné seriamente sobre [los temas de la fe cristiana], la profunda culpa y la oscura ingratitud de mi vida pasada se forzaron sobre mí con los colores más fuertes, y me condené por haber desperdiciado mi precioso tiempo, mis oportunidades y mis talentos…

No fue tanto el miedo al castigo por lo que me vi afectado, sino por una sensación de mi gran pecaminosidad al haber descuidado por tanto tiempo las indescriptibles misericordias de mi Dios y Salvador; y tal fue el efecto que produjo este pensamiento, que durante meses estuve en la más profunda depresión”.[3]

En su medio de su pesar, Wilberforce consideró apartarse de la política y el ambiente corrupto que era palpable a su alrededor. Su amigo Pitt le aconsejó que no hiciera eso, pero aparte de él, Wilberforce sentía que no tenía a nadie más con quien hablar al respecto… excepto un viejo hombre al que conoció cuando vivía son sus tíos, y a quien vió como una figura paternal.

Se espera y se cree que el Señor te ha levantado por el bien de su iglesia y por el bien de la nación

John Newton, ex-traficante de esclavos transformado por el evangelio y autor del himno Sublime Gracia, fue un pastor reconocido por su profunda sabiduría. Wilberforce conversó con él en diciembre de 1785:

“[John Newton] me dijo que siempre había albergado esperanza y confianza en que Dios algún día me traería a Él… Cuando [regresé de hablar con él], encontré mi mente en un estado tranquilo, más humilde y mirando más devotamente a Dios”.[4]

Contrario a lo que otros hubiesen aconsejado, Newton tuvo sensibilidad para escuchar bien a Wilberforce, examinar su corazón, y recomendarle que siguiera en la política. “Se espera y se cree que el Señor te ha levantado por el bien de su iglesia y por el bien de la nación”, le escribió después en una carta.[5]

Pronto se hizo evidente que Wilberforce había sido también transformado por la sublime gracia del Señor. Así comenzó a exhibir una nueva actitud hacia el tiempo, el dinero, y su rol en la esfera pública. “Espero vivir más que hasta ahora para la gloria de Dios y el bien de mi prójimo”, escribió entonces.[6]

La lucha contra la esclavitud

Wilberforce se determinó a combatir la decadencia moral de su nación. Ella se evidenciaba en diversos males como la prostitución, el alcoholismo, la disección pública de criminales ejecutados, y más.

Gracias a hombres célebres que se oponían a la esclavitud, como Thomas Clarkson, Henry Thorton, y Granville Sharp (quienes llegarían a ser sus amigos), Wilberforce llegó a conocer más sobre los horrores del tráfico de esclavos. Tales horrores inimaginables para nosotros son difíciles de describir en pocas palabras, pero impactaron profundamente a estos abolicionistas.

Dios Todopoderoso me ha presentado dos grandes metas: la supresión de la trata de esclavos y la reforma de los modales [en la sociedad].

El 12 de mayo de 1787, Wilberforce decidió entregarse a la lucha contra la trata de esclavos, en una conversación con sus amigos William Pitt y William Greenville (quien sería primer ministro luego de Pitt). En julio, escribió famosamente en su diario: “Dios Todopoderoso me ha presentado dos grandes metas: la supresión de la trata de esclavos y la reforma de los modales [en la sociedad]”.[7]

Wilberforce no se rendiría ante los obstáculos, como afirmó en mayo de 1789 en un discurso histórico ante el Parlamento, en el que expuso las pruebas de las injusticias que soportaban los esclavos al ser traficados:

“Tan enorme, tan terrible, y tan irremediable apareció esta maldad [del tráfico de esclavos ante mis ojos], que mi propia mente fue completamente [entregada a la abolición]. Un oficio fundado en la iniquidad, y llevado a cabo como este, debe ser abolido cueste lo que cueste… Nunca descansaré hasta asegurar su abolición… La política, señores, no es mi principio, y no me da vergüenza decirlo. Hay un principio por encima de todo lo que es político… La naturaleza y todas las circunstancias de este comercio ahora están abiertas para nosotros. Ya no podemos alegar ignorancia”.[8]

¿Por qué luchar primero en contra de la trata de esclavos, y no empezar luchando por la abolición de la esclavitud? Esto fue estratégico por parte de los abolicionistas, ya que la sociedad aún no podía siquiera imaginar un mundo sin esclavitud. Además, ellos pensaron ingenuamente que la abolición del tráfico, aparte de eliminar los extremos sufrimientos que vivían los esclavos en los barcos que los transportaban, haría que los amos tratasen mejor a sus esclavos en las plantaciones de las Indias Occidentales.

A partir de 1787, año tras año, Wilberforce presentaría a los líderes políticos de la nación el caso a favor de la eliminación del tráfico de esclavos, siendo rechazado una y otra vez durante veinte años.

Como Atanasio contra el mundo

Al comienzo de esta batalla, Wilberforce jamás imaginó toda la corrupción y oposición a la que se enfrentaría por el resto de su vida.

A menos que Dios te haya levantado para esto, estarás agotado por la oposición de los hombres y los demonios. Pero si Dios está contigo, ¿quién puede estar en contra de ti?

Las excusas y los obstáculos de quienes apoyaban el tráfico de esclavos fueron innumerables e inmensos. Por ejemplo, argumentaron que Gran Bretaña no abandonaría algo tan vital para su economía si Francia no hacía lo mismo. Además, decían que si se eliminaba el comercio de esclavos, las Indias Occidentales podían amenazar con independizarse.

Añadido a esto, estaba la oposición de los propios traficantes de esclavos y la pereza de políticos que pudieron haber ayudado decisivamente a la eliminación de este comercio. Wilberforce, junto a otros abolicionistas, llegó a ser vilipendiado y a recibir diversas amenazas de muerte.

Por eso, en la que tal vez fue su su última carta antes de morir, el predicador y teólogo John Wesley escribió a Wilberforce para animarlo:

“A menos que el poder divino te haya levantado para ser como Atanasio contra el mundo, no veo cómo puedes ir a través de tu gloriosa empresa en oponerte a esa villanía execrable [de la esclavitud]… A menos que Dios te haya levantado para esto, estarás agotado por la oposición de los hombres y los demonios. Pero si Dios está contigo, ¿quién puede estar en contra de ti? ¿Todos [tus adversarios] son más fuertes que Dios? ¡Oh, no te canses de hacer el bien!”.[9]

Wilberforce atesoró esas palabras. A pesar de la oposición, no estuvo solo; fue apoyado por la célebre Sociedad Clapham. Esta sociedad, mal catalogada como una secta, tenía a Wilberforce como centro de gravedad y fue una comunidad informal de amigos cristianos influyentes que vivían en Clapham, Londres.

Los miembros de la Sociedad Clapham eran hombres comprometidos a usar todo su prestigio social y sus recursos para llevar la fe cristiana a la esfera pública y causar un impacto en el mundo. Juntos emprendieron diversas batallas por el bien de las personas y el avance del evangelio, entre las cuales destacaron la lucha contra la prohibición del envío de misioneros a India, y principalmente la lucha por la abolición del tráfico de esclavos.

No somos llamados a ser sal y luz en este mundo sin apoyarnos los unos a los otros en esta labor.

El apoyo de esta sociedad fue incalculable para Wilberforce, lo cual nos enseña del valor del compañerismo cristiano. No somos llamados a ser sal y luz en este mundo sin apoyarnos los unos a los otros en esta labor. Ayudado por estos hermanos, y a pesar de su defecto de poseer una mente agitada y poco ordenada, Wilberforce perseveró año tras año hacia su meta.

El fruto de la perseverancia

“Con cada día que pasa, me vuelvo más sensible al hecho de que mi labor debe ser afectada por actuaciones constantes y regulares, y no por actuaciones repentinas y violentas”, escribió en 1792.[10] Sus adversarios se quejaban de que “Wilberforce saltaba de vuelta cada vez que ellos lo tiraban al suelo”.[11]

Su gozo en el evangelio lo mantenía alegre y perseverante. Como alguien escribió, “su presencia era tan fatal para el aburrimiento como para la inmoralidad. Su alegría era tan irresistible como la primera risa de la niñez”.[12]

El tráfico de esclavos se ilegalizó por fin en Gran Bretaña el 23 de febrero de 1807. Las lágrimas de alegría de Wilberforce en el parlamento aquel día fueron históricas. En el contexto de este hecho, escribió:

“Nunca tuve más motivos para la gratitud que ahora, cuando alcancé la gran meta de mi vida, a la cual la Providencia misericordiosa dirigió mis pensamientos… Oh Señor, déjame alabarte con todo mi corazón; porque nunca hubo nadie tan endeudado como yo; de cualquier manera que parezca, veo que estoy lleno de bendiciones. Oh, que mi gratitud sea en cierta medida proporcional [a esto]”.[13]

Pero la lucha no terminó allí. Al día siguiente, más de medio millón de esclavos seguían siendo oprimidos cruelmente en los territorios de Gran Bretaña, y los comerciantes de ellos emplearon engaños para seguir traficando ilegalmente. La guerra por la abolición total de la esclavitud duraría 26 años más.

Dios no nos promete que veremos en esta vida todos los frutos de nuestras buenas batallas, pero Él es digno de toda confianza y ser obedecido.

Tres días antes su muerte el 26 de julio de 1833, después de 46 años de ardua labor, Wilberforce supo que la aprobación de la abolición estaba asegurada. Un mes después, la Cámara de los Lores del parlamento aprobó la ley de emancipación de los esclavos. Más de 800,000 esclavos africanos fueron liberados en los próximos meses. La humanidad de estas personas por fin fue reconocida y honrada en verdad.

Wilberforce murió habiendo tenido un buen matrimonio con su esposa Barbara, seis hijos, y la oportunidad de dejar un legado inmenso. Él no vivió para ver los frutos de su esfuerzo, pero nunca se rindió ante los obstáculos que en más de una ocasión amenazaron su gozo. Así nos recuerda que Dios no nos promete que veremos en esta vida todos los frutos de nuestras buenas batallas, pero que Él es digno de toda confianza y de ser obedecido hasta el final.

La lección más importante

Aparte del valor de la perseverancia, la lección más importante que aprendemos de Wilberforce es la siguiente: Conocer y abrazar la sana doctrina es necesaria para que seamos transformados y vivamos entregados a las buenas obras.

Para Wilberforce, la motivación para hacer lo correcto no es el moralismo, sino el evangelio de Cristo. Nuestro Salvador se dio a sí mismo “por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad y purificar para Si un pueblo para posesion Suya, celoso de buenas obras” (Tito 2:14).

El evangelio que impulsó a Wilberforce a hacer el bien, nos impulsará también a nosotros si en verdad lo afirmamos en medio de la vocación que el Señor nos haya dado.

Vemos la importancia que esta verdad tenía para Wilberforce en su libro, “Una vista práctica del sistema religioso prevaleciente de los cristianos profesos, en las clases altas y medias en este país, en contraste con el cristianismo real”. Este libro, con todo y su extenso título, fue un bestseller publicado en abril de 1797.

En este texto, Wilberforce argumentó que el cristianismo que casi toda la sociedad a su alrededor profesaba era inexistente en la práctica. Si las personas se tomaran su fe en serio, jamás tolerarían la institución de la esclavitud y otros males sociales. En cambio, usarían sus recursos e influencia para luchar contra ellos.

“Ningún hombre tiene derecho a estar improductivo… ¿Dónde es que en un mundo como este, la salud y el ocio y la prosperidad no pueden encontrar alguna ignorancia para instruir, algunos errores para reparar, alguna [necesidad para] suplir, alguna miseria que aliviar?”.[14]

De esa manera, el evangelio fue la raíz de la productividad piadosa e impresionante de Wilberforce. Se dijo de él que “hubo un momento en el que estaba activo en sesenta y nueve iniciativas distintas”.[15] Como el inventor Samuel Morse escribió:

“El alma entera [de Wilberforce] está empeñada en hacer el bien a sus semejantes. No pierde ni un momento de su tiempo… Oh, que hombres como el Sr. Wilberforce sean más comunes en este mundo. No se derramaría tanta sangre humana para satisfacer la malicia y la venganza de unos pocos hombres malvados e interesados”.[16]

El evangelio que impulsó a Wilberforce a hacer el bien, nos impulsará también a nosotros si en verdad lo afirmamos en medio de la vocación que el Señor nos haya dado. Si somos insensibles y ociosos ante los males sociales en nuestros países, como hoy lo son el aborto, la corrupción, la violencia, y muchos otros, nuestra mayor necesidad es volver al evangelio de Cristo y tomarlo en serio.

Wilberforce nos recuerda que el evangelio nos consuela cuando no hemos sido productivos como deberíamos serlo, nos motiva a ser productivos, y nos mantiene humildes cuando lo hemos sido. ¡Gloria a Dios por este evangelio!


[1] Citado en: Eric Metaxas, Amazing Grace: William Wilberforce And The Heroic Campaign to End Slavery (Harper-Collins, 2007), pos. 399.

[2] Ibíd, pos. 414.

[3] Ibíd, pos. 1098-1107.

[4] Ibíd, pos. 1223.

[5] Ibíd, pos. 1349.

[6] Ibíd, pos. 1283.

[7] Ibíd, pos. 1603.

[8] Ibíd, pos. 2351-2404.

[9] Ibíd, pos. 2522.

[10] Citado en: John Piper, Las raíces de la perseverancia: La inquebrantable constancia presente en la vida de John Newton, Charles Simeon y William Wilberforce (Editorial Unilit, 2008), p. 153.

[11] Ibíd.

[12] Ibíd, p. 164.

[13] Metaxas, pos. 3500.

[14] William Wilberforce, A Practical View of the Prevailing Religious System of Professed Christians in the Higher and Middle Classes of This Country Contrasted With Real Christianity (Dominio público), p. 112.

[15] Piper, p. 149.

[16] Metaxas, pos. 192.

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