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Nota del editor: 

Este artículo pertenece a una serie mensual de biografías breves que hemos estado publicando sobre cristianos que fueron usados por el Señor para impactar a incontables vidas, y de los cuales podemos aprender. Otras biografías en esta serie: Martín Lutero, George Whitefield, y John Newton.

Imagina que estás a cargo del cuidado de cientos de niños huérfanos y, mientras ellos duermen en la noche, estás revisando tus cuentas y miras que no tienes ni un centavo para alimentar a todos esos niños al día siguiente.

¿Qué harías en esa situación? Tal vez te arrepentirías de haberte comprometido a cuidar a huérfanos. O tal vez pedirías ayuda a alguien con recursos económicos para dar. Pero George Müller estuvo en esa dificultad cientos de veces durante décadas, y lo que hacía era simplemente orar.

Charles Spurgeon, contemporáneo de Müller, comentó en un sermón:

“La gente dice que el señor Müller de Bristol es entusiasta, porque reúne a setecientos niños y cree que Dios dará la provisión para ellos; aunque no haya nada en la bolsa, a menudo, él cree que la provisión vendrá. Mis queridos hermanos, él no es un entusiasta; él sólo hace lo que debería ser la acción común de cada cristiano… No actúa conforme al sentido común, sino conforme a algo más elevado que el sentido común: la fe poco común”.[1]

Del robo a la confianza en Dios

Müller nació en Kroppenstaedt, Alemania, el 27 de septiembre de 1805. Creció como un pequeño ladrón, llegando ser arrestado a los 16 años. Su padre pagó para liberarlo, lo castigó severamente, y lo envió a vivir a otro pueblo. Luego, lo envió a estudiar teología en la Universidad de Halle, pensando que eso le traería dinero.

En una tarde de sábado de noviembre de 1825, George fue invitado a un estudio bíblico en el que conoció el evangelio. “Yo estaba feliz; aunque, si alguien me hubiese preguntado por qué, yo no hubiese podido explicarlo claramente… Esa tarde fue un punto de cambio en mi vida”.[2] Su mayor deseo: dar a conocer a Cristo.

En junio de 1828 fue aceptado provisionalmente en la Sociedad Misionera de Londres. Al año siguiente, tuvo una gran debilidad en su cuerpo, una enfermedad que requirió que fuese al pueblo de Teignmouth para recuperarse, en el condado Devon al sudoeste de Inglaterra. Allí, en una pequeña capilla llamada Ebenezer, Müller conoció las doctrinas de la gracia y la soberanía absoluta de Dios. Estas verdades lo impulsaron en su labor misionera, llevándolo a confiar por completo en el Señor. Como escribió décadas más tarde,

“Aquí está el gran secreto del éxito [ministerial]. Trabaja con todas tus fuerzas; pero no confíes en lo mínimo en tu trabajo. Ora con todas tus fuerzas por la bendición de Dios; pero trabaja, al mismo tiempo, con toda diligencia, con toda paciencia, con toda perseverancia. Ora entonces, y trabaja. Trabaja y ora… Y hazlo así todos los días de tu vida”.[3]

Aquí está el gran secreto del éxito. Trabaja con todas tus fuerzas; pero no confíes en lo mínimo en tu trabajo.

Debido a diferencias con la Sociedad Misionera en Londres, como la manera en que la sociedad contraía deudas (que él consideraba como una violación de Romanos 13:8), Müller se separó de ella en 1830.

Aquel año fue crucial para su vida: fue bautizado por inmersión, empezó a predicar en Ebenezer, se casó con Mary Groves el 7 de octubre, y a finales de ese mes tomó la decisión radical de renunciar a su salario hasta el día de su muerte, sin jamás pedirle dinero a nadie. A partir de entonces, vivió dependiendo del cuidado de Dios a través de ofrendas voluntarias. Para George, las personas debían apoyar la obra del Señor por deleite y no por obligación.

En 1832 se mudó con su esposa a Bristol, Inglaterra. Allí empezó a predicar y pastorear en la capilla Bethesda junto a su amigo Henry Craik, con quien tuvo una amistad para toda la vida. George pastoreó en esa iglesia independiente, bautista, y calvinista, por los próximos 66 años. Esa congregación celebraba la cena del Señor semanalmente y tenía un entendimiento de la membresía muy cuestionable, al admitir como miembros a personas no bautizadas.

Dos años después, Müller fundó junto a su amigo el Instituto de Conocimiento de Escritura (Scripture Knowledge Institute), con el fin de fomentar el aprendizaje bíblico, distribuir biblias, apoyar a misioneros, y ayudar a huérfanos.

George fue un predicador reconocido al predicar tres veces por semana durante casi siete décadas. A los 70 años, cumplió su sueño de trabajar como misionero por los siguientes 17 años, viajando a más de 42 países y predicando a más de 3 millones de personas.[4] Sin embargo, es más conocido hoy debido a su trabajo con huérfanos y su confianza en el Señor, cuidando más de 10,000 niños durante su vida y construyendo cinco orfanatos, mientras nunca guardó ahorros ni tomó dinero para sí más que el necesario para su sustento.

Estando contento en el Señor, Müller podía encarar las adversidades y confiar en la soberanía de Dios incluso en los días difíciles, como ocurrió cuando su fe fue probada varias veces. Perdió a tres hijos en sus infancias, a su hija cuando ella tenía 58, a su primera esposa Mary luego de 39 años de matrimonio, y a su segunda esposa Susana luego de 23 años.

Müller murió a los 92 años el 10 de marzo de 1897 en Bristol, luego de dirigir una reunión de oración en su iglesia la noche anterior. Hasta el último momento, siempre veía la importancia de orar al Señor que nos oye. Su vida, del robo a la confianza en Dios, nos recuerda el cambio que solo Jesús puede obrar en un pecador.

“¡Nunca me ha fallado!”

Aunque Müller sentía una carga en su corazón por los huérfanos, esa no fue su principal razón para dedicarse a la obra del orfanato. En la década de 1830, él percibía que muchos creyentes a su alrededor no confiaban en la provisión del Señor para sus vidas, y esto le preocupaba y entristecía. Esto fue un catalizador para su obra con los huérfanos, como escribió en su diario.

“Todos estos ejercicios de mi alma, que resultaron del hecho de que tantos creyentes con quienes me familiaricé fueron acosados y angustiados en sus mentes, o culpados en sus conciencias por no confiar en el Señor, fueron utilizados por Dios para despertar en mi corazón el deseo de establecer ante la iglesia en general, y ante el mundo, una prueba de que Él no ha cambiado en lo más mínimo… Tenía que ser algo que se pudiera ver, incluso por el ojo natural. Ahora, si yo, un hombre pobre, simplemente por la oración y la fe, obtuviera, sin pedirle a nadie, los medios para establecer y llevar un orfanato, habría algo que, con la bendición del Señor, podría ser instrumental para fortalecer la fe de los hijos de Dios, además de ser un testimonio a las conciencias de los inconversos de la realidad de las cosas de Dios. Esta, entonces, fue la razón principal para establecer el orfanato”.[5]

Al orfanato llegaban ofrendas y jamás faltó comida en la mesa, mientras él nunca pidió dinero a alguien. Su autobiografía y relatos de decenas de miles de respuestas a oraciones fueron útiles en las manos del Señor, durante su vida y después, para impactar a incontables creyentes, animándolos a confiar en Dios.

Durante su ministerio, Müller enfatizó que no tenía el don de fe mencionado en la lista de dones espirituales en 1 Corintios 12. Él decía que confiaba en las promesas de Dios con la gracia de la fe que todo creyente tiene.[6] Además, Müller enseñaba que Dios oye nuestras oraciones solo por la obra de Cristo. Eso es clave en una vida que camina por fe. “No debes depender de tu propia dignidad y méritos, sino únicamente del Señor Jesús, como motivo de aceptación ante Dios, por su persona, por sus oraciones, por sus obras, y por todo lo demás”.[7]

Casi al final de su vida, alguien le preguntó a George si Dios siempre ha sido fiel a sus promesas. Él respondió:

“¡Siempre! ¡Nunca me ha fallado! Durante casi setenta años cada necesidad en conexión con esta obra ha sido llenada… Cientos de veces hemos iniciado el día sin un centavo, pero nuestro Padre celestial ha enviado el sustento en el preciso momento cuando se necesitaba. Nunca sucedió que nos faltara una comida saludable. Durante todos estos años he recibido el poder de confiar solo en el Dios viviente. En respuesta a la oración, me han enviado hasta 7.500.000 de dólares. Hemos necesitado hasta $200.000 por año, y todo ha llegado cuando se necesitaba. Nadie puede decir que jamás le haya pedido ni un centavo. No tenemos comisiones, ni recolectores, ni votaciones ni inversiones. Todo ha llegado en respuesta a la oración de fe”.[8]

Cientos de veces hemos iniciado el día sin un centavo, pero nuestro Padre celestial ha enviado el sustento en el preciso momento cuando se necesitaba.

De esa manera, Müller nos recuerda que Dios es digno de confianza. Una y otra vez, cuando he estado en dificultades económicas en Venezuela, Dios ha usado el testimonio de este hombre para recordarme que Él es inmutable y nos oye. He visto que a veces hemos sobrereaccionado al “evangelio” de la prosperidad, creyendo que pedir a Dios por bienes materiales es malo. En realidad, descansar en el Señor para que provea lo que necesitamos día a día, y pedir por esos bienes conforme a sus promesas mientras confiamos en su soberanía no es evangelio de la prosperidad: es cristianismo básico.

Necesitamos ser felices en el Señor

El secreto de Müller era su felicidad en Dios a través de la Palabra y la oración. Como escribió al hablar de la importancia de tener tiempos devocionales,

“El primer gran y principal deber al que debía asistir todos los días era tener mi alma feliz en el Señor. Lo primero que me preocupaba no era cuánto podía servir al Señor, cómo podía glorificar al Señor; sino cómo podría llevar mi alma a un estado feliz, y cómo mi hombre interior podría ser nutrido. Porque podría tratar de establecer la verdad ante el inconverso, podría tratar de beneficiar a los creyentes, podría tratar de aliviar a los angustiados… y sin embargo, no siendo feliz en el Señor, y no siendo nutrido y fortalecido en mi hombre interior día tras día, todo esto podría no ser atendido en un espíritu correcto”.[9]

En otras palabras, su actitud de confianza era la expresión de un corazón satisfecho en el Señor. Eso es lo que más necesitamos. Muchas veces actuamos como si lo más importante en la vida es hacer mucho para Dios, en vez de primero gozarnos en lo que Él ha hecho en Cristo, y que entonces todo lo que hagamos se derive de esa felicidad en Él. Müller es un recordatorio de esta verdad. Su vida no era más que la demostración de una fe humilde en acción.

Muchas veces actuamos como si lo más importante en la vida es hacer mucho para Dios, en vez de primero gozarnos en lo que Él ha hecho en Cristo

Vemos un ejemplo de esta confianza cuando Mary, su primera esposa con quien vivió 39 años, estaba cerca de partir con el Señor. En aquel momento, George atesoró las palabras del salmista: “Porque sol y escudo es el SEÑOR Dios; Gracia y gloria da el SEÑOR; Nada bueno niega a los que andan en integridad” (Salmos 84:11). Él sabía que Dios jamás había prometido que su esposa viviría durante toda su vida, y también sabía que Él es bueno y soberano.

“Soy un pobre pecador inútil, pero he sido salvado por la sangre de Cristo; y no vivo en pecado, camino recto ante Dios. Por tanto, si es realmente bueno para mí, mi querida esposa se levantará de nuevo… Dios la restaurará nuevamente. Pero si ella no es restaurada nuevamente, entonces no sería bueno para mí. Y entonces mi corazón estaba en reposo. Estaba satisfecho con Dios. Y todo esto surge, como he dicho a menudo antes, de tomar a Dios en su Palabra, creyendo lo que dice”.[10]

Y es que George Müller resolvió vivir aceptando la voluntad del Señor, como dijo en otro lugar.

“Hubo un día en el que morí… Morí a George Müller, sus opiniones, preferencias, gustos y voluntad; morí para el mundo, su aprobación o censura; morí para la aprobación o las acusaciones de incluso mis hermanos y amigos, y desde entonces solo tengo que mostrarme aprobado por Dios”.[11]

Así recordamos que Müller no fue un hombre perfecto. Los hombres perfectos no tienen que morir a sí mismos dejando la vida vieja atrás. A fin de cuentas, Müller fue un simple pecador salvado por gracia que siguió al Señor creyendo humildemente en su Palabra. Y si Dios se complace en usar a personas así, ¿por qué no pedirle que avive nuestra fe y nos use a nosotros también?


[1] Charles Spurgeon, ¡Verdadera oración, verdadero poder!

[2] George Müller, The Autobiography of George Müller (Gideon House Books, 2017), p. 22.

[3] Arthur T. Pierson, George Müller of Bristol (Wipf and Stock Publishers, 1999), p. 458.

[4] John Piper, George Mueller’s Strategy for Showing God.

[5] Müller, p. 68.

[6] John Piper, George Müller Did Not Have the Gift of Faith — Thankfully.

[7] Müller, p. 246.

[8] A. Sims, Una hora con George Müller.

[9] Müller, p. 124-125.

[10] John Piper, George Mueller’s Strategy for Showing God.

[11] A. T. Pierson, George Muller of Bristol: His Life of Prayer and Faith (Kregel Publications, 1999), p. 367.

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