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Nota del editor: 

#CoaliciónResponde es una serie donde pastores y líderes de iglesia responden a inquietudes que llegan a Coalición por el Evangelio a través de diversos medios, y que son parte de las inquietudes que caracterizan a la iglesia de nuestra región.

El abandono y la soledad son algunas de las experiencias más crueles que experimenta el ser humano. Esta es una etapa difícil en donde el individuo se siente deprimido, ansioso, sin esperanza, y sin deseo para luchar. Uno se dice a sí mismo: “¡No hay vida!”.

No fue menos cierto en mi caso, cuando sufrí el abandono de mi amado Alberto Santos, cuando partió hacia la patria celestial. Aquella pérdida, después de 42 años de vida compartida, fue para mí un “¡hasta aquí llegué!”. Pensé: “No más planes, para mi terminó todo. Mi vida sin ti no tiene valor, me siento abandonada, sola, triste”.

Pero en ese momento de dolor desgarrador, Dios me ministró a través de su Palabra. Usó mi verso favorito, Romanos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien”. Dije: “Señor, no entiendo cómo este cuadro de angustia, dolor, y sufrimiento puede traer bien a mi vida”.

Aunque Dios creó al hombre para vivir para siempre, por nuestro pecado acarreamos sobre nosotros castigo, muerte, y separación de Dios. Ahora, en Cristo, sabemos que la culpa de nuestra maldad fue llevada en Él, pero todavía vivimos en un mundo quebrantado por el pecado, y nuestros cuerpos siguen debilitándose cada día. Hasta que nuestro Señor regrese, todos moriremos.

Atravesando el valle de la prueba

Mientras la delicada salud de mi esposo empeoraba, el panorama se veía sombrío. La iglesia oraba continuamente por nosotros: su pastor y su familia. Mientras tanto, yo decía: “Señor, Dios mío, no estoy preparada para lo que viene. Capacítame, prepárame según tu voluntad, susténtame. Sola no puedo pasar por esta grandísima prueba, y tú, Padre, lo sabes muy bien”.

Durante todo ese proceso Dios preparaba mi corazón con pasajes selectos y hermosas promesas, pero parecía que el tiempo se detenía. Mi esposo vivía rodeado de doctores, enfermeras, aparatos, medicamentos… y la situación empeoraba. Yo solo tenía cinco minutos para entrar a la Unidad de Cuidados Intensivos y orar con él, hablarle al oído de mi amor por él, y compartirle la Palabra de Dios. Me miraba, lo miraba, llorábamos. Él no podía articular palabra. ¡Eso marcó mi vida para siempre!

Los días eran eternos, lluviosos, lúgubres. Como si la naturaleza estuviera triste, como yo. Con todo, Dios estuvo presente en el momento más apremiante. Al final de la jornada, “estimada es al Señor la muerte de Sus santos” (Sal. 116:15).

Dios, con su inmenso amor hacia mí, estaba a punto de darme la enseñanza más tremenda de mi vida. En ese lugar de pruebas y sufrimiento Dios me llevó juntamente con mi esposo y nuestra familia de fe a sustentarme con su preciosa Palabra viva.

Afrontando la soledad

Estoy convencida de que todas las circunstancias de la vida están en las manos de Dios. Todo lo que el Señor permite que suceda a cualquiera de sus hijos sin duda alguna tiene un propósito divino. En medio del dolor parece casi imposible entenderlo, pero debemos aferrarnos a esta verdad.

Dios, en su voluntad, nos enseña grandes lecciones espirituales en la escuela del dolor y la soledad. Así lo hizo con Moisés, Josué, Job, y muchos otros.

Hoy puedo asombrarme por cómo aun en la viudez el Señor está usando los dones que me ha dado para provecho de su Reino. He podido ver que las personas a mi alrededor viven con algo que les falta. Siento el gran deseo de evangelizar al ver el vaivén de la gente que no conoce el camino para llegar al Padre.

Mi oración es: “No tengo más que decir. Aquí estoy Señor, úsame como quieras tú, como usaste a Elías en el desierto y le diste tu fortaleza para continuar haciendo obras mayores para Dios. Te ruego, Señor, me uses en mi hogar, la iglesia, y el mundo”.

Hoy sirvo más activamente en la iglesia, en la enseñanza, en la consejería de jóvenes y mujeres, y organizando reuniones y encuentros de damas en diferentes iglesias.

Agradezco al Señor por seguir usándome, aunque llegué a pensar que todo se había derrumbado a mi alrededor. El Señor da nuevas fuerzas, y “colma de bienes tus años,
para que tu juventud se renueve como el águila” (Salmo 103:5).

Igual que a mí, Dios te puede bendecir y usar en gran manera en tu viudez. Todo lo que tú y yo necesitamos hoy es amar y servir al Señor hasta encontrarnos con Él.

Si recibes, guardas, y obedeces la Palabra de Dios, sinceramente estoy convencida de que, al igual que yo, tú también podrás usar el valioso tesoro que es la Escritura cuando atravieses los momentos difíciles que seguramente te visitarán.

¡Que tengas paz, gozo, consuelo, bendición, y esperanza en nuestro buen Señor! ¡Él nunca nos abandona!


Imagen: Lightstock
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