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En 2013, Cooper Van Huizen, de 16 años de edad, fue sentenciado a dos años de prisión por robar el arma de fuego de su padre. El arma fue utilizada en un robo violento y el chico fue hallado responsable de suministrarla.  Su familia sollozó mientras lo llevaban a una prisión de máxima seguridad. ¡Se hizo justicia!

Cambiemos de escena. El escenario es mi sala de estar. El niño de 4 años de edad acaba de destrozar el barco pirata de LEGO de su hermano (por supuesto, con una sonrisa maliciosa).

La corte entra en sesión. Una breve defensa es dada por ambas partes.  Se toma una decisión y se da una consecuencia.

Pero aquí es donde el hogar cristiano da un giro dramático de una sala de corte. El niño en la corte judicial se enfrenta al castigo. Mi hijo se enfrenta a algo muy diferente: la disciplina.

Disciplina vs castigo

El castigo es la pena impuesta por una falta, de aquí que se conozca como “penalidad”, y de ahí utilizamos palabras como “penal” y “punitivo”. Punitivo, penal, y castigo se relacionan a la ley y lo que ocurre cuando se rompe la ley. El castigo es retributivo; se recibe el castigo merecido por el delito cometido.

Por increíble que esto parezca, esto nunca le va a pasar al pueblo de Dios. El castigo ya no es parte de nuestra relación con Dios. Cristo absorbió cada gota del castigo en la cruz por nosotros. Dios ya no es nuestro Juez; Él es nuestro Padre. Nunca seremos castigados por nuestros pecados.

De hecho, como parte de nuestra nueva relación libre de castigo con Dios, seremos disciplinados con amor.

A pesar de que la disciplina y el castigo pueden parecer similares en muchos aspectos, son radicalmente diferentes. El castigo busca la retribución; la disciplina busca la restauración. El castigo mira a la ley; la disciplina mira a la gracia.

Ahora, esto no significa que la disciplina nos da el pase libre de consecuencias. Pero Dios solo permitirá consecuencias que obren para nuestro bien y su gloria. La gracia aún podría implicar dolor para el pueblo de Dios, pero es un dolor con propósito. Y el propósito de la disciplina es conformarnos a la imagen de Cristo.  ¿Qué podría ser mejor para nosotros?

¿Por qué la disciplina?

Entonces, ¿cómo se relaciona esto a la crianza? Queremos ser padres que disciplinen en lugar de castigar. Si bien no sabemos necesariamente si nuestros hijos son cristianos, es una de las formas más tangibles que los podemos dirigir a la esperanza de un Salvador.

He aquí dos maneras en las que la disciplina es diferente al castigo en la crianza:

1. La disciplina busca un cambio de corazón.

Cuando el juez sentenció al joven de 16 años de edad, él lo marco en la lista y paso al siguiente caso. No hubo un seguimiento entre el juez y el joven. ¿Por qué debería de haberlo? Se hizo justicia y esto es lo que el castigo requiere.

Es fácil castigar a nuestros hijos con el fin de cumplir con una de las tareas de la crianza, pero tenemos que asegurarnos que estamos tomando el tiempo para tratar el corazón.

Cuando mi hijo de 4 años destruyó el barco pirata, la justicia punitiva habría exigido una consecuencia lógica: reconstrúyelo y no puedes jugar con nada más hasta que termines de hacerlo. Mientras que la disciplina amorosa hubiese dado la misma consecuencia, también aprovecha la oportunidad para crear un momento de aprendizaje. “¿Eso que hiciste es agradable?”, le pregunté a mi hijo. “Queremos ser amables con los demás porque fue lo que Jesús hizo con nosotros. ¿Cómo puedes mostrarle bondad a tu hermano?”. Cuando mi esposo y yo hablamos con los niños, somos cuidadosos de utilizar palabras como “consecuencias” y “disciplina” en lugar de “castigo”.

Para ser honestos, para mí esta es la parte más agotadora de la crianza. Hay muchas ocasiones en las que sería más fácil ser una juez fría y objetiva. Podría repartir las consecuencias y regresar a terminar la cena. Pero tengo que recordarme a mí misma que soy una representante de Dios para mis hijos. ¿Me ven mis hijos como un pastor, o solo como un juez?

Cuando tomamos el tiempo para disciplinar el corazón de nuestros hijos, estamos preparando el camino para la esperanza del evangelio.

2. La disciplina busca una relación cambiada.

Piense cuan extraño sería que el juez en el tribunal salte de su asiento y cubra con sus brazos al joven condenado. El castigo no requiere ningún tipo de relación entre el juez y la parte culpable.

Pero nosotros queremos una relación con nuestros hijos. Y una verdadera relación con ellos es imposible sin la disciplina. De hecho, la disciplina demuestra la filiación.

“‘Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo’. Es para su corrección que sufren. Dios los trata como a hijos; porque ¿qué hijo hay a quien su padre no discipline? Pero si están sin disciplina, de la cual todos han sido hechos participantes, entonces son hijos ilegítimos y no hijos verdaderos” (Hebreos 12:6-8).

Como escuché a un pastor expresarlo, “Solo hay una cosa peor para un niño que ser azotado, disciplinado, o que le quiten el teléfono o la computadora: ser descuidado”.

A menudo funcionamos como si tuviéramos dos opciones cuando nuestros hijos desobedecen: castigar o ignorar. La disciplina no hace ninguna de las dos. La disciplina remueve las capas de acciones pecaminosas con el fin de manejar las causas y actitudes que están ocultas. El castigo mira al pasado. La disciplina mira a la esperanza del futuro y dice: “No me importa lo que hiciste, sino por qué lo hiciste y lo que significará en tu futuro si no lo atendemos ahora”.

Cayado, no un martillo

El castigo es más fácil que la disciplina. Estamos diseñados para la justicia, y nuestros temperamentos volátiles encienden nuestro “juez” interior. La disciplina requiere paciencia, sabiduría y amor.

La próxima ocasión que se cometa una ofensa en su casa, recuerde cómo su Padre atiende su pecado. Confróntelo, pero no sea negligente con el corazón. Persiga la relación. Recuerde que se le ha confiado el cayado de cuidado de un pastor, no el martillo de un juez.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Myrna Rodríguez.
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