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Quizá lo notaste al subirte a un elevador en un edificio alto. El botón número 13 está ausente. En muchos hoteles alrededor del mundo es imposible conseguir la habitación número 13, o cualquier habitación en el piso 13, ya que “no existen”. Han reemplazado el número con otro.

Es difícil saber con precisión cuándo fue exactamente que, en nuestra cultura popular, el número 13 se convirtió en el de la mala suerte. Buscando información en la Internet encontré varias opiniones recurrentes, como por ejemplo que la aversión a este número surgió ya que Jesucristo fue crucificado en viernes, y que Judas era el invitado 13 en la última cena. Otras teorías están más descabelladas y probablemente merecen quedarse en las páginas de alguna buena novela de ficción, como aquella que dice que los caballeros templarios fueron asesinados un viernes 13, y desde entonces ese día está maldito.

De alguna manera, dos supersticiones diferentes, el miedo al número 13 y el viernes como día de mala suerte, se mezclaron en algún punto del siglo XX y trajeron esa superstición a la cultura popular a través de los medios masivos de comunicación.

Un problema fundamental

Los seres humanos somos supersticiosos por naturaleza. Para algunos, toda superstición debe reservarse para aquellos con un pensamiento anticuado, pero para muchos otros es algo muy real. Casi todos hemos escuchado a alguien afirmar que aquello malo sucedió porque alguien “le hizo el ojo”, o porque caminó debajo de una escalera, vio un gato negro, o estrelló un espejo. Nos reímos, pero nunca falta alguien que dentro de sí piense que probablemente haya algo de verdad detrás de la superstición.

A Dios le pertenecen todos los días, meses, y años, sin importar sea un viernes 13 o un octubre 31. Todo es de Dios.

Como cristiano, debo entender que uno de los problemas fundamentales con asignar un poder maligno especial al viernes 13 es lo que implica pensar eso. En otras palabras, estoy diciendo que hay un poder que controla ese día que no sea Dios. Esto es contrario a lo que dicen las Escrituras. Todo lo creado pertenece a Dios, “porque Mío es todo animal del bosque, y el ganado sobre mil colinas” (Sal. 50:10). A Dios le pertenecen todos los días, meses, y años, sin importar sea un viernes 13 o un octubre 31. Todo es de Dios. No hay día en el que Él renuncie a su soberanía sobre él.

Un problema de superstición

Parece como si desde Génesis 3 los humanos queremos seguir buscando aquel árbol de la vida. Hay una búsqueda de lo místico; el elixir del amor, la reliquia de poder. Lo vemos en la cultura popular, desde Cazadores del arca perdida hasta la última película de superhéroes. Por lo tanto, en el mundo secular no es una idea descabellada que existan fuerzas sobrenaturales que rijan el universo de acuerdo a ciertas reglas. ¿Cuáles reglas? Por ejemplo: recibes siete años de mala suerte si rompes la regla de estrellar un espejo. Tendrás una estancia terrible si te hospedas en un cuarto cuyo número es el 13.

La Biblia, sin embargo, nos presenta una visión del mundo totalmente diferente, una en la cual Dios es quien rige soberanamente. Tanto así que hasta la llamada suerte, y las decisiones libres de los humanos, están bajo la dirección divina. “La suerte se echa en el regazo, pero del Señor viene toda decisión” (Prov. 16:33). “Como canales de agua es el corazón del rey en la mano del Señor; Él lo dirige donde le place” (Prov. 21:1).

El Dios de la Biblia rige el mundo de acuerdo a su naturaleza, y por lo tanto rige de acuerdo a su santidad, justicia, y amor.

La Palabra, entonces, presenta un mundo en donde nada se sale del control de Dios. Si bien Satanás tiene permiso para merodear (1 Pe. 5:8), el mundo le pertenece al Señor. Satanás podrá ser el príncipe de la potestad del aire (Ef. 2:2), pero Dios es el rey soberano del universo (Hch. 4:24).

Una fe en el lugar equivocado

Aquella persona que es supersticiosa está negando con sus hechos la existencia del Dios bíblico. El Dios de la Biblia rige el mundo de acuerdo a su naturaleza, y por lo tanto rige de acuerdo a su santidad, justicia, y amor. Él no es un Dios que traiga calamidades en base al número del día. Indudablemente es un Dios que castiga y disciplina, pero lo hace de acuerdo a su perfecta justicia (Ez. 18:20).

Por lo tanto, ningún cristiano debe ser supersticioso ya que al hacerlo estaría poniendo su fe en una fuerza impersonal —como el destino—, o en un ser que no es omnipotente —como Satanás. Su confianza debe estar fundamentada en que el Dios del universo está a cargo del mismo, y por lo tanto puede vivir una vida confiada en el absoluto control de un Dios perfecto.

Dejemos a un lado toda superstición, y vivamos a la luz de la libertad que encontramos en Cristo y su evangelio.

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