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El mandamiento «Honra a tu padre y a tu madre» (Éx 20:12) se alza como un pilar esencial en las Escrituras. Es una instrucción divina que trasciende el tiempo y las culturas. Como el quinto de los Diez Mandamientos, no solo define cómo debemos relacionarnos con quienes nos engendraron, sino que también revela el corazón de Dios y Su visión para una humanidad alineada con Su voluntad.

En una época marcada por la desobediencia y el egocentrismo, este precepto nos llama a reconsiderar su peso eterno y su influencia en nuestras vidas y comunidades.

Un mandato con fundamento divino

Al entregar los Diez Mandamientos a Moisés, Dios buscaba ordenar a un pueblo redimido de la esclavitud, dotándolo de principios que lo distinguieran como Suyo. Los primeros cuatro mandatos enfocan nuestra relación con Él, mientras que los seis siguientes, encabezados por «Honra a tu padre y a tu madre», rigen nuestras interacciones con los demás. No es coincidencia que este mandamiento abra la sección dedicada al prójimo: Dios lo establece como la base de toda relación humana, un reflejo de Su autoridad delegada en la familia.

Honrar a los padres no es un gesto pasajero, sino un reconocimiento profundo de su rol como instrumentos de Dios en la tierra

En hebreo, «honrar» se traduce de kaved, que significa «ser pesado» y conlleva la idea de otorgar respeto y reverencia. Honrar a los padres no es un gesto pasajero, sino un reconocimiento profundo de su rol como instrumentos de Dios en la tierra. Nuestros padres son originalmente representantes de Dios. Al respetarlos, rendimos homenaje al Creador que los colocó sobre nosotros. Esta conexión es tan seria que el Antiguo Testamento castigaba con muerte a quien maldijera a sus padres (Éx 21:17; Lv 20:9), subrayando así la santidad de este vínculo.

Una promesa que trasciende generaciones

Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días sean prolongados en la tierra que el Señor tu Dios te da (Éx 20:12).

Este mandato lleva consigo una promesa única, ampliada en Deuteronomio 5:16 con «y te vaya bien». El apóstol Pablo lo destaca como «el primer mandamiento con promesa» (Ef 6:1-3), reafirmando su vigencia para los cristianos.

Si bien es cierto que esta bendición no garantiza una vida larga a cada individuo obediente, es evidente que apunta a un bienestar colectivo: cuando un pueblo honra a sus padres, Dios lo guarda y lo hace florecer. En Israel, el respeto filial era un termómetro de la salud espiritual de la nación; la desobediencia, en cambio, atraía Su juicio. Hoy, este principio nos interpela: el honor a los padres fortalece el tejido de una sociedad bajo Su cuidado.

La lucha contra nuestra naturaleza rebelde

Cumplir este mandamiento no es sencillo. Nuestra inclinación al pecado nos empuja a desafiar la autoridad y a priorizarnos a nosotros mismos. Incluso quienes crecen en hogares de fe enfrentan esta batalla interior.

Pablo advierte sobre los últimos días, donde la desobediencia a los padres será una señal del alejamiento de Dios, acompañada de arrogancia y falta de amor (2 Ti 3:1-5). Honrar a los padres, entonces, se convierte en un acto de resistencia contra el espíritu de nuestra era, una declaración de dependencia de la gracia de Dios.

“Honrar” no siempre es “obedecer”

Honrar a los padres evoluciona con la edad. Para un niño, significa obedecer sin cuestionar; para un joven, respetar a pesar de las diferencias; para un adulto, mantenerlos presentes y valorados. Sin embargo, Pablo aclara que esta obediencia debe ser «en el Señor» (Ef 6:1). De modo que, si un padre pide algo contrario a la voluntad de Dios, la lealtad a Dios debe prevalecer (Hch 5:29).

Honrar a los padres se convierte en un acto de resistencia contra el espíritu de nuestra era, una declaración de dependencia de la gracia de Dios

El evangelio nos capacita para honrar incluso a padres imperfectos, inspirados por el perdón de Cristo, quien dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23:34). Su gracia transforma heridas en oportunidades de testimonio.

Maneras concretas de honrar

¿Cómo vivimos este mandamiento en la adultez? Aquí hay seis formas prácticas, arraigadas en la fe, para hacerlo:

  • Perdonándolos: Soltar resentimientos y ofrecerles la misma misericordia que recibimos de Cristo.
  • Hablando bien de ellos: Rechazar la tentación de criticarlos y en cambio resaltar su legado positivo.
  • Agradeciéndoles: Valorar sus esfuerzos, ya sea en privado o ante otros, reconociendo su influencia.
  • Buscando su consejo: Aprovechar la sabiduría que la experiencia les ha dado.
  • Acompañándolos: Asegurarles que no enfrentarán la soledad, especialmente en la vejez.
  • Sosteniéndolos: Cuidar de sus necesidades, como ellos lo hicieron por nosotros, siguiendo el ejemplo que Jesús, quien reprochó a los fariseos por no cuidar de sus padres (Mt 15:1-9) y quien cuidó de Su madre (Jn 19:26-27).

Estas prácticas no solo obedecen a Dios, sino que reflejan Su amor en acción.

Un reflejo de adoración

«Honra a tu padre y a tu madre» trasciende una simple norma; es un eco del carácter de Dios y un fundamento de Su orden para la humanidad. Al honrar a nuestros padres, honramos a Aquel que nos formó y rescató. Este mandato nos enfrenta a nuestra rebeldía y nos guía hacia la redención que solo Cristo ofrece. Sin Él, honrar —sobre todo a padres falibles— sería imposible; pero con Él, se convierte en un culto vivo.

Que Dios nos fortalezca para perdonar, valorar y sostener a nuestros padres. Al hacerlo, cumplimos Su ley y nos unimos a Su propósito de restauración. Honrar a nuestros padres es, en esencia, honrar a Aquel que merece toda alabanza.

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