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Los diez mandamientos (lit. “las diez palabras” o el decálogo), son las leyes que Dios entregó a Moisés en dos tablas de piedra, en el monte Sinaí (Éx. 20:1-17; Dt. 5:1-21). Estos mandamientos constituyen el pacto de Dios con su pueblo y forman parte de la ley de Moisés (cp. Éx. 34:28; Dt. 4:13; 10:4):

1) No tendrás otros dioses delante de mí.

2) No te harás ningún ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No los adorarás ni los servirás. Porque Yo, el Señor tu Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y muestro misericordia a millares, a los que me aman y guardan Mis mandamientos.

3) No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano, porque el Señor no tendrá por inocente al que tome Su nombre en vano.

4) Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día es día de reposo para el Señor tu Dios. No harás en él trabajo alguno, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el extranjero que está contigo. Porque en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay, y reposó en el séptimo día. Por tanto, el Señor bendijo el día de reposo y lo santificó.

5) Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días sean prolongados en la tierra que el Señor tu Dios te da.

6) No matarás.

7) No cometerás adulterio.

8) No hurtarás.

9) No darás falso testimonio contra tu prójimo.

10) No codiciarás la casa de tu prójimo. No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo.

Aunque en el idioma original no encontramos una numeración o segmentación de los mandamientos, algunos estudiosos han sugerido que sí existe una división temática donde los primeros cuatro hacen referencia a la relación del pueblo con Dios (Éx. 20:1-11) mientras que los seis restantes aluden a la relación con el prójimo (Éx. 20:12-17).

En este sentido, es importante notar que al inicio del discurso, Dios hace una introducción que nos permite leer el decálogo en su contexto: “Entonces Dios habló todas estas palabras diciendo: ‘Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre’” (Éx. 20:1-2).

Dios había redimido a Israel con un propósito claro: que ellos fueran su pueblo, comprometidos con Él por medio de un pacto, conociéndolo como YHWH, y sirviéndole como una nación santa en medio de las demás naciones. La historia del Éxodo no nos presenta un simple acto de liberación política, social, y económica; y tampoco fue un simple movimiento de esclavitud a libertad. Más bien, se trataba de un movimiento desde la esclavitud hacia una libertad garantizada por un pacto establecido por el Dios eterno.

El propósito de los diez mandamientos era enseñarle a Israel lo que significa vivir como un pueblo que ya ha sido redimido por Dios, para aprender a llevar vidas santas, de modo que reflejaran a su Dios, quien es Santo.

Los diez mandamientos no son un listado de normas que el pueblo de Dios debía seguir para ser redimido, puesto que ya habían sido liberados de Egipto. El apóstol Pablo, en su carta a los Gálatas, nos enseña que la ley dada a Moisés no tenía el propósito de salvarnos, justificarnos, o darnos vida (Gá. 3:10-11), sino más bien de hacernos ver nuestra necesidad de salvación y tener claro cómo luce la nueva vida con Él.

La ley fue dada para recordarnos que somos malditos bajo el juicio de Dios, porque fallamos en cumplir todo lo que está escrito en ella (Dt. 27:26; Gá. 3:10). Pero asimismo, la ley fue dada para apuntarnos a alguien mayor: ¡a Cristo! Jesús vino para cumplir la ley (Mt. 5:17; Ro. 10:4). Y al hacerlo, obedeció la ley de Dios por nosotros, de manera que nuestra obediencia a la ley no debe ser motivada por la búsqueda del favor de Dios, sino que obedecemos sus mandamientos porque hemos sido redimidos y anhelamos agradarle.

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