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Un domingo de diciembre los pastores invitaron a todos a quedarse a comer en las instalaciones al finalizar el servicio. En nuestra iglesia es común que, después de haber escuchado la Palabra predicada y cantar al Señor, nos quedemos un rato a platicar y tomar café. Sin embargo, esta vez fue un poco distinto. Antes de salir a ser iglesia por todo Guatemala, trajimos comida para los presentes, hicimos las sillas a un lado, nos formamos en hileras y empezamos a bailar.

Fue algo muy sencillo: nos colocamos en tres filas con bastante espacio entre cada persona (¡entre más, mejor, para evitar los tropezones!). Entonces un instructor de «baile en línea» nos mostró algunos pasos que todos debíamos seguir al mismo tiempo. Paso a la derecha, paso a la izquierda, media vuelta… cosas así. Aquí puedes ver cómo lucíamos mientras aprendíamos la coreografía.

Antes de que mis hermanos bautistas salgan corriendo y de que mis hermanos más carismáticos se pregunten si sacamos banderas (no lo hicimos, por cierto), permíteme aclarar que este artículo no pretende abordar el tema de la danza durante el servicio de la iglesia ni la legitimidad del baile en general. 

En este artículo solo queremos explorar la evidencia científica sobre usar actividades como la danza en línea, en contextos separados de la liturgia dominical, para tener tiempos amenos y fomentar el compañerismo entre los hermanos de la iglesia. No es extraño que utilicemos dinámicas para «romper el hielo» en nuestros retiros o reuniones, probablemente sin pensar demasiado en por qué o cómo funcionan. ¡La ciencia tiene cosas importantes que decir al respecto!

La amistad no es cosa fácil

Dios nos ha hecho una sola iglesia, pero si somos honestos debemos admitir que ver esa comunión reflejada en la vida real no es cosa fácil. Así como los cristianos somos santos, pero no siempre nos comportamos como santos, la iglesia es una sola, pero no siempre se comporta como una. Ni siquiera estamos hablando en el contexto más amplio de la iglesia global. La unidad es complicada incluso en nuestra comunidad local, y por lo tanto también lo son el compañerismo y las relaciones de amistad. De allí que estemos interesados en ver cómo algunos estudios científicos puedan ayudar a cultivar el compañerismo en la iglesia.

Hasta cierto punto es normal que sea difícil mantener el compañerismo. Aunque las redes sociales nos hacen sentir que la división por filiación política, etnia, clase, nacionalidad y religión va en aumento, lo cierto es que mantener unidas a las sociedades a gran escala nunca ha sido fácil. 

La iglesia es una sola, pero no siempre se comporta como una. La unidad es complicada incluso en nuestra comunidad local

Muchas de nuestras inclinaciones naturales van en contra de ello. Tenemos desconfianza hacia las personas que no conocemos; los acentos, la ropa, la comida o las costumbres extrañas nos ponen defensivos. Favorecemos a quienes pertenecen a nuestro grupo, pero estamos en guardia constante contra la posibilidad de que otros se aprovechen de nosotros. ¿Por qué? En parte porque esa desconfianza le ha servido bien a nuestros antepasados. Durante la mayor parte de la existencia humana, los extraños y los forasteros han representado amenazas y riesgos: desde la violencia y el robo, hasta la enfermedad. 

Sin embargo, vivir en grandes grupos también es bueno. Los grupos más grandes pueden compartir recursos, cuidar de los enfermos y de los débiles, reunir herramientas para resolver grandes problemas, establecer una base más amplia de sabiduría compartida y defenderse con éxito de los ataques. Promover el compañerismo entre gente diferente no es fácil, pero vale la pena. 

Los seres humanos siempre hemos empleado distintas estrategias e instituciones para facilitar esa comunidad. Una estrategia que tiene raíces históricas y una base sólida en las ciencias humanas es la danza, especialmente el tipo de danza rítmica y sincronizada que vemos en formas contemporáneas como el baile en línea. 

El antropólogo Joseph Henrich, de la Universidad de Harvard, ha observado que las comunidades humanas alrededor del mundo han adquirido algunos «trucos mentales» que se activan culturalmente y les ayudan a superar la desconfianza natural hacia los que no son sus parientes, y así formar comunidades más grandes. Dos de los elementos más importantes de muchos de estos «trucos», según Henrich, son la sincronía y la música rítmica (The WEIRDest People in the World, p. 76). Estos ingredientes se encuentran en muchas formas de danza, incluida la danza en línea.

Dancemos juntos en línea

La sincronía se refiere a moverse de la misma manera que los demás y al mismo tiempo. Cuando todos los demás ponen delante el pie derecho, yo también lo hago. Cuando giro a la izquierda, todos los que me rodean también lo hacen. Numerosos estudios experimentales (en inglés) han demostrado que los movimientos sincronizados de las personas en grupo suelen animarlas a sentirse más confiadas entre sí, más seguras y más dispuestas a cooperar, incluso sin ser conscientes de estos sentimientos. Sobre esto, Henrich escribe:

Cuando nos movemos al mismo ritmo que los demás, los mecanismos neurológicos utilizados para representar nuestras propias acciones y los utilizados para las acciones de los demás se solapan en nuestros cerebros […]. La convergencia de estas representaciones difumina la distinción entre nosotros y los demás, lo que nos lleva a percibir a los demás como más parecidos a nosotros y posiblemente incluso como extensiones de nosotros mismos (p. 76).

Dado que existe un solapamiento entre la forma en que nuestro cerebro sigue los movimientos de otras personas —quizá especialmente los movimientos que queremos imitar— y nuestros propios movimientos, se produce una feliz confusión cuando nos movemos o danzamos en sincronía. En ese momento, sentimos que realmente formamos parte de un todo mayor que nosotros mismos.

Pero si podemos conseguir la sincronía marchando o remando juntos, ¿por qué movernos al ritmo de la música? ¿Por qué danzar? Henrich lo explica:

La música rítmica contribuye a la potencia psicológica de los rituales de tres maneras distintas. La primera es práctica: proporciona un mecanismo eficaz para que los individuos, al menos los que tienen ritmo, sincronicen sus movimientos físicos. En segundo lugar, hacer música juntos puede servir de objetivo común para el grupo. Y en tercer lugar, al operar a través de una segunda modalidad —el sonido sumado al movimiento—, la música proporciona un medio para mejorar la experiencia ritual influyendo en nuestro estado de ánimo (p. 77).

La música, por tanto, potencia los otros elementos de los «rituales» que unen a las comunidades. «Trabajar juntos de forma muy orquestada, en sincronía con la música rítmica, magnifica nuestro sentido de la solidaridad y nuestra voluntad de cooperar más poderosamente que la simple suma de los efectos de cada elemento por separado» (p. 77).

Cultivando el compañerismo

Aunque no hay demasiados estudios científicos específicos sobre la capacidad del baile en línea para promover las relaciones en las comunidades, numerosos estudios y análisis teóricos generales apuntan en la misma prometedora dirección: el baile en línea —que puede incluir gente de diversas edades, niveles de condición física, etnias, idiomas y nacionalidades— posee múltiples características que promueven sentimientos que aportan a la formación y el mantenimiento de las relaciones entre todo tipo de personas.

El sacrificio perfecto de Jesús en la cruz ha hecho de la iglesia un solo cuerpo (Gá 3:28; 1 Co 12:12-13). Con todo, la Escritura nos llama una y otra vez a esforzarnos por cultivar esa comunión que ya nos ha sido dada, lo que implica trabajar para cultivar nuestras relaciones (Ef 4:3; Ro 14:19; Fil 2:2; 2 Co 13:11). Podemos amarnos y cultivar las buenas relaciones entre nosotros de múltiples maneras y en diversos contextos: invitando a la gente a comer a nuestra casa, compartiendo nuestras luchas y siendo vulnerables acerca de nuestro pecado, saliendo a acampar, jugando juegos de mesa y —¿por qué no?— bailando en línea de vez en cuando. 

Ese domingo de diciembre llegó una nueva familia a nuestra iglesia local. No los conocíamos ni ellos a nosotros. Aún así, bailamos juntos en línea. Fue una maravillosa y divertida manera de hacerlos sentir parte de nuestra comunidad.

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