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La Biblia está llena de exhortaciones a actuar con justicia y equidad (Lev. 19:35-46; Sal. 34:16; 37:28; Prov. 21:3; Is. 58:1-14; 1 Pe. 3:14). La Palabra de Dios presenta un tremendo desafío a los gobernantes del mundo y también a los cristianos que desean participar con integridad en el orden público y político.

La realidad política de América Latina está embebida en corrupción. De ahí la importancia que las futuras generaciones de políticos se alejen de las malas costumbres de sus predecesores y respondan a las necesidades de la sociedad en pos del bien común, no solamente el propio. 

Interesantemente, en América Latina se han visto muchos casos de participación evangélica en la política. Los resultados de dicha participación son en su mayoría desalentadores, y están ligados a una serie de errores sistemáticos que marcan un mal precedente para el involucramiento de los cristianos en el futuro. Pero es mi opinión que en vez de simplemente desanimarnos y alejarnos completamente de la política, debemos aprender de los errores del pasado.

La participación política individual de cada cristiano es legítima, pero esta se valida en la medida que no involucra a la estructura eclesiástica en asuntos políticos. G. Jose Gatis en su estudio de teoría política de Juan Calvino, destaca una idea muy importante: “Calvino vio tanto a la Iglesia y al Estado unidos por el propósito supremo de contrarrestar el mal, pero separados por una membrana porosa: una membrana que separa sus respectivas funciones en sus esferas, una centrándose en lo espiritual, y la otra en lo temporal”. A fin de cuentas, debemos ser capaces de separar las aguas. Siempre debemos tener en consideración que la misión de la Iglesia de Cristo no es ser reconocida por el Estado ni ningún otro agente, sino la predicación del evangelio de Jesucristo y el hacer discípulos. Esa es su razón de ser y su fin último; ese debe ser el núcleo de la influencia de la Iglesia.

En lo que sigue, voy a describir y evaluar cuatro casos de participación de cristianos en la política de países latinoamericanos, eumerando también algunas de las razones por las cuales fracasaron. Concluiré ofreciendo algunas sugerencias para los cristianos que quieran participar en la política. 

El caso de Brasil

La iglesia evangélica brasileña comienza a ganar influencia en la política del país en 1986, año en que se escucha por primera vez de la llamada “bancada evangélica”. Desde entonces, un número creciente de evangélicos llega progresivamente a ocupar cargos políticos llevando, sin embargo, una agenda política que poco se diferencia de las demás fuerzas. La influencia de la bancada evangélica sin duda ha aumentado, tanto así que tuvo un rol decisivo a favor del impeachment de la presidenta Dilma Rousseff. A mi entender, los siguientes son los puntos débiles más recurrentes de la práctica política de la bancada evangélica en Brasil:  

  • La reiterada demonización de todo personaje o situación que no esté de acuerdo con los principios o la política de la bancada evangélica, particularmente en relación a la agenda moral.
  • El uso del nombre de Dios para el propio beneficio del cumplimiento de objetivos.
  • La predicación reaccionaria y la aplicación de pasajes bíblicos fuera de contexto en situaciones políticas actuales.
  • El caso del evangélico Eduardo Cunhna, político y acérrimo opositor del gobierno de Rousseff y acusado de corrupción, destituido de su cargo hace poco, y los 23 evangélicos asociados al caso de corrupción de Petrobras.

El caso de Perú

En los años 80 en Perú se comienzan a abrir diversos canales de participación evangélica que terminaron expresándose en partidos y movimientos evangélicos: el movimiento Frente Evangélico (FE) en 1980, la Asociación Movimiento de Acción Renovadora (AMAR) en 1985, y últimamente el Partido Restauración Nacional (2001). Estos movimientos evangélicos han conseguido influencia y puestos públicos desde los años 90, donde se destaca el ingreso al congreso de más o menos 13 evangélicos y la obtención de un segundo vicepresidente. A mi parecer, los puntos débiles del movimiento político evangélico en Perú son los siguientes:

El caso de Colombia

Desde 1991 los evangélicos hacen sentir su influencia en Colombia con la fundación de movimientos políticos como el Movimiento Unión Cristiana y el Partido Nacional Cristiano. Este último fue fundado por Claudia Rodríguez de Castellanos, esposa de César Castellanos, quién a su vez fundó el movimiento G12. Su experiencia es fallida, pues el partido tiene una vida efímera, aunque Claudia de Castellanos obtiene un curul en el senado en el período 1991-1994. Las experiencias políticas actuales de los evangélicos colombianos no se diferencian mucho de los movimientos hace tres décadas. A mi juicio, los siguientes son algunos errores críticos de la práctica política evangélica en Colombia que se proyectan hasta hoy:

  • La falta de contextualización de propuestas por parte de ambos partidos políticos señalados; por tanto, su agenda política era deficiente en términos sociales y económicos.
  • Los conflictos internos entre los miembros de un mismo partido, y entre partidos; también la organización interna de los partidos, más parecida al nepotismo que a la democracia.
  • La sobreposición de ambiciones personales sobre las comunes; asimismo, la obtención de privilegios para iglesias sin una mirada hacia el bien común.
  • La inexsitencia de propuestas vinculadas al fomento de un modelo de sociedad basado en principios bíblicos.
  • El uso del púlpido por parte de pastores como escenarios de proselitismo político.

El caso de Chile

Desde la década de los 60 la iglesia evangélica chilena se sentía identificada en términos generales con los partidos de izquierda. Ante el golpe de estado del 1973, la iglesia aprovecha la coyuntura y se acerca al régimen de Augusto Pinochet, dejando de lado la integridad y haciendo vista gorda de los crímenes del gobierno (ver documento “Posición evangélica”). 

Según el análisis histórico que desarrolla Evguenia Fediakova, investigadora de la Universidad de Chile, “las iniciativas electorales evangélicas no obtuvieron un mayor desarrollo histórico, demostrando su debilidad político-organizacional, por falta de preparación y de capacidad integradora de los líderes”. Esto quedó en evidencia en la fallida candidatura presidencial del pastor Salvador Pino.

En mi opinión, el escenario político evangélico chileno se ve poco prometedor, principalmente porque no ha podido sortear uno de sus talones de Aquiles: las divisiones internas. En los últimos años han surgido una serie de iniciativas políticas, cada una con intereses y objetivos diferentes, desde ideales utópicos hasta algunos objetivos sensatos. Sin embargo, aún no se vislumbra un proyecto político contundente y claro.

Hoy emerge una nueva coyuntura que abre espacios para que los evangélicos chilenos regresen al debate público. Los temas de diversidad sexual y el aborto, entre otros, han impulsado la formulación de iniciativas para combatir dichos movimientos. Pero frente a esta oportunidad de hacer sentir la voz, se presentan una serie de desafíos para los cristianos evangélicos, ligados a canalizar una participación coherente y contextualizada. Dicha coherencia, por cierto, no responde a cualquier ideología, sino a los principios del evangelio de Jesucristo. 

¿Cómo nos involucramos?

Habiendo dado un vistazo a la participación evangélica en los procesos políticos en Brasil, Perú, Colombia, y Chile, y dado el contexto de la política en América Latina, permítanme dar algunas sugerencias a aquellos cristianos que desean involucrarse:

  • Empieza buscando la guía del Señor en todas tus decisiones (Sal. 19:8).
  • Sigue buscando la guía del Señor por medio de la sabiduría de tu iglesia local y tus líderes (Prov. 15:22; Heb. 13:17).
  • Antes de postularte, prepárate, no improvises; que tus propuestas sean consistentes y contextualizadas (1 Pe. 3:15; Prov. 1:7-9).
  • Ten bases escriturales sólidas para tus opiniones políticas; esto te permitirá elaborar propuestas conforme al caminar cristiano y el evangelio de Jesucristo (2 Tim. 2:15).
  • No demonices las posturas que no compartes; deja los desacuerdos persistentes a los pies de nuestro soberano Dios (Col. 1:13). Asimismo, siempre ten presente que hay libertad de conciencia; por eso no condenes a hermanos en la fe que no piensan igual que tú.
  • Ten presente que los principios basados en el verdadero evangelio siempre incomodarán en algún grado a los incrédulos (Mat. 10:34-36; 16:24).
  • Recuerda que la legislación no es la clave para resolver los problemas morales. La decadencia moral del país es un problema espiritual. La solución también debe ser espiritual (2 Cor. 10:4-6). Individualmente, el centro de cambio en el ser humano no es la política sino la gracia de Dios (Tit. 2:11-12).
  • Recuerda que ninguna acción del Estado contra los principios morales podrá impedir que los propósitos de Dios sigan su curso (Jn. 18:36).
  • Aprovecha al máximo las oportunidades de promover la justicia social (1 Tim. 6:11; Lev. 19:35-36a).
  • Si eres pastor, mi humilde consejo es que no te involucres directamente en la política, por varias razones. En primer lugar, como sugiere John Macarthur, debes ser conocido por predicar el evangelio, y nada más. En segundo lugar, si te involucras en política, ¿qué pasara con tu ministerio? Esa es tu verdadera vocación y llamado ante Dios (Hch. 20:28). No involucres directamente a tu iglesia en la política, pues esa no es su misión (Mat. 6:24; 28:19-21). Lo anterior no quita que guíes a tu congregación en el desarrollo de buenos ciudadanos y participación cívica desde una perspectiva bíblica (1 Tim. 2:2). 

Lecciones de la historia, y de la vida y obra de Jesucristo

La historia nos otorga lecciones de las cuales debemos aprender. Los cristianos que desean involucrarse en política deben contribuir a la cohesión y no a la división del movimiento. Como cristianos debemos dar ejemplo de unidad frente a la sociedad (Rom. 12:4-5). En este contexto, presentar diversos proyectos políticos confesionales solo contribuirá al debilitamiento más que a potenciar la participación política. Por tanto, debemos dejar de lado nuestros individualismos y fijarnos en un bien común mayor.

Ciertamente la vida y obra de Jesucristo mismo nos dejan varias lecciones. Cuando inicia su ministerio, Jesús lee las palabras de Isaías: “El Espiritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperacion de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del Señor” (Lc. 4:16-19). Aunque nuestra vida y obra no es salvífica como la nuestro Señor, sus intenciones deben estar presentes en nosotros. El que participe en política debe siempre considerar esta premisa en sus decisiones y proyectos, para así asegurarse que su actuar concuerde con la vida y obra de aquel que nos salvó y nos liberó por su soberana gracia.


Crédito de imagen: Lightstock

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