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Nota del editor: 

Este devocional está tomado del ebook Noticias de gran gozo: 25 reflexiones para celebrar el Adviento.

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«Pero cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, a fin de que redimiera a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción de hijos» (Gálatas 4:4-5).

En su carta a los gálatas, Pablo confrontó a sus lectores, pues varios de ellos habían tergiversado el evangelio haciéndole creer a los demás que era necesario llevar a cabo ciertas prácticas religiosas para poder gozar del favor de Dios. Pablo les respondió con firmeza y les enseñó que el evangelio de Cristo es suficiente para nuestra salvación.

¿Cómo es que ese tierno bebé, envuelto en pañales y nacido en Belén, sería suficiente? Tal vez has pensado que has sido una mala persona o que has tomado las peores decisiones y, aunque has pedido perdón, crees que no será suficiente. Ahora vives cargando un peso como castigo por esas cosas que no hiciste bien.

El texto de nuestra reflexión empieza con una palabra simple y poderosa a la vez: «Pero». En los versículos anteriores, Pablo está trayendo a la memoria de los gálatas lo que ellos eran antes: esclavos de la ley. «Pero» llegó el tiempo establecido por Dios para la llegada de Jesús, nacido de mujer y nacido bajo la ley. Sí, el redentor nació en carne y hueso tal como todos nosotros y también nació «bajo la ley», es decir, que debía estar sujeto a la ley. Sin embargo, aunque todos nacemos bajo la ley, Cristo es el único con la capacidad de cumplirla por completo.

Dios envió a su hijo en el tiempo perfecto, no solo para perdonar nuestros pecados y redimirnos, sino también para hacernos sus hijos. ¿Te das cuenta? Cristo no solo nos redime de la maldición de la muerte que merecíamos por el pecado, sino que también nos hace parte de la bendición que Él merece: ahora somos redimidos y somos hijos de Dios. ¡Él es suficiente!

¿Habría algo que los gálatas pudieran haber hecho para obtener todos estos beneficios? ¡Nada! Nuestro mayor tesoro no es algo que podamos ganar mediante ningún logro o una buena conducta. Nuestro mayor tesoro es el regalo precioso de Cristo. ¡Un regalo inmerecido! Aquel bebé que aparentemente nadie esperaba fue el que hizo que la verdadera espera por nuestra redención terminara en el tiempo perfecto.

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