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Desde la época de Martín Lutero, la diversidad de denominaciones protestantes ha servido como uno de los argumentos más usados por apologistas católicos en contra de la Reforma. Esto a pesar de que dentro de la Iglesia católica romana existe una diversidad parecida, pero el dogma de la supremacía del obispo de Roma sirve para enmascarar tales diferencias doctrinales y políticas entre los fieles católicos.

Aún así, podemos reconocer que no es ideal el mercado variado de denominaciones evangélicas que existe hoy. En 1 Corintios 1, Pablo advierte del peligro de ser unos de Pablo y otros de Apolos (v. 12). No parece equivocado aplicar esto a la tendencia que tenemos de ser unos de Lutero y otros de Calvino.

Entonces, ¿qué debemos hacer? La solución no es sencilla, ya que Pablo también nos advierte que ser “de Cristo” puede ser tan partidista como ser de Pablo o de Apolos (1 Co. 1:12-13). En todo esto, es evidente que necesitamos entender cómo y por qué surgieron las denominaciones.

Aunque los protestantes han generado una gran proliferación de denominaciones, muchas veces esto ha sido sin querer. Martín Lutero no pensaba fundar la nueva Iglesia luterana, sino reformar la antigua Iglesia católica. Así también los puritanos buscaban reformar la Iglesia anglicana, pero con el paso del tiempo algunos hombres fieles llegaron a la conclusión de que el proyecto de una iglesia genuinamente reformada solo se podía lograr fuera del contexto de la “Iglesia oficial”. De la misma forma, John Wesley quiso liderar una renovación dentro de la Iglesia anglicana y no formar una denominación distinta.

La misma naturaleza de la Reforma protestante creó un ambiente donde la proliferación de denominaciones fue casi inevitable.

Estas separaciones siempre estuvieron acompañadas de mucho dolor. No es fácil separarse de la “iglesia madre”. Inevitablemente, hay hombres fieles que creen que conviene continuar con el proyecto de reforma antes de producir la división. Así encontramos que puritanos piadosos como William Perkins y Richard Sibbes nunca abandonaron la Iglesia anglicana. J. C. Ryle, del siglo XIX, y J. I. Packer, quien todavía está con nosotros, son ejemplos de teólogos ejemplares que no quisieron abandonar la Iglesia anglicana histórica.

A la vez, aquí cabe señalar que el crecimiento de las iglesias evangélicas ha ocurrido a menudo por movimientos separatistas. Estas iglesias nacieron de la convicción de que el proyecto de reforma requería nuevas formas eclesiásticas.

Factores en la formación de nuevas denominaciones

A veces, las separaciones han deshonrado la causa de Cristo. Por ejemplo, la Convención Bautista del Sur en Estados Unidos se formó de una división en el siglo XIX debido a un desacuerdo relacionado con la trata de esclavos. A pesar de esto, el Señor en su bondad ha usado grandemente a la Convención Bautista en la propagación del evangelio en el mundo. En los últimos años, han hecho una mea culpa histórica ejemplar. Por mi parte, encuentro mis raíces entre Bautistas Independientes que, motivados más bien por personalismos que por legitimas cuestiones doctrinales, se han divido reiteradas veces.

La misma naturaleza de la Reforma protestante creó un ambiente donde la proliferación de denominaciones fue casi inevitable. Aunque los protestantes siempre han valorado la unidad, su experiencia de la Iglesia romana los llevó a entender que esta solo se podía lograr en base a un común acuerdo en cuanto a la verdad. Nunca podía ser a expensas de la verdad. Por esto, el protestantismo histórico fue confesional. Las grandes confesiones de fe, como la de Westminster, la Confesión Belga, y la Bautista de Londres han cumplido un rol aglutinador.

A pesar de la influencia unificadora de las grandes confesiones, varios principios de la Reforma han obstaculizado la unidad total a nivel institucional. Primero, tenemos el principio de Sola Scriptura. Los reformadores rechazaron la autoridad máxima del magisterio católico reemplazándola por la autoridad de la Biblia. Sin duda, esto ha generado una gran libertad espiritual. Esta libertad se ha expresado por medio de otros principios claves: el sacerdocio de cada creyente y la libertad de conciencia. Segundo, hubo una creciente convicción en muchos sectores del protestantismo de que la Iglesia debía separase del Estado. Con el resultante desacople de las iglesias del Estado y su poder de coerción en cuestiones de fe y práctica, la diversificación de denominaciones era casi ineludible.

Hay otro factor más que contribuye a la formación de nuevas denominaciones: nuestras limitaciones humanas. Pablo escribió que por ahora vemos como en un espejo, oscuramente (1 Co. 13:12). Tenemos en nuestras manos la eterna Palabra de Dios, pero nuestra visión difícilmente se extiende más allá de nuestros limitados horizontes históricos. Tenemos el don del Espíritu Santo, pero vivimos con los límites que vienen por nuestra posición escatológica del Reino iniciado pero aún no culminado.

¿Cuál debe ser nuestra postura frente a las denominaciones?

Dado que nuestra visión histórica no es más aguda que la de Lutero, quizá nuestra primera reacción frente a la realidad de las denominaciones debería ser la humildad. Dudo que yo hubiera logrado un mejor resultado si me hubiera tocado vivir las circunstancias históricas de nuestros antepasados protestantes.

La segunda reacción que conviene tener es la de cultivar el catolicismo evangélico. Por supuesto, aquí uso la palabra “católico” en su significado técnico, que quiere decir “universal”. ¿Cómo cultivamos un catolicismo evangélico? Con la unidad bíblica. La unidad puede ser expresada de muchas maneras a pesar de las diferencias denominacionales. Por empezar, debemos valorar el trabajo y la historia de otros. Y hay ciertos proyectos donde podemos bendecirnos mutuamente. Por mi parte, como bautista, estoy muy agradecido ante mis hermanos presbiterianos por la excelencia de la capacitación teológica que me brindaron cuando estudié en el Reformed Theological Seminary. También debemos apoyar proyectos como la Coalición para el Evangelio, que crea un ambiente de cooperación basado en las verdades esenciales del evangelio.

La unidad puede ser expresada de muchas maneras a pesar de las diferencias denominacionales.

A la vez, no debemos caer en el relativismo. Entre bautistas y presbiterianos, por ejemplo, hay una diferencia histórica sobre el tema del bautismo. Esto quizá sea un tema secundario, pero no deja de tener importancia, en especial al momento de plantar una iglesia local. Difícilmente un bautista coherente puede plantar una iglesia con un presbiteriano coherente. Sin embargo, si un hermano presbiteriano quiere plantar una Iglesia en Argentina, con mucho gusto yo haría todo lo posible por ayudarlo desde afuera.

También conviene sostener y aprovechar las estructuras denominacionales existentes. Nuestra generación tiene ciertos prejuicios anti-institucionales que no ayudan a la expansión del Reino. Entendemos que la Iglesia universal debe ser nuestra prioridad máxima, y que la iglesia universal encuentra su expresión más importante en la iglesia local. Pero las estructuras denominacionales pueden ser de gran utilidad, ya que participar de una red de iglesias multiplica las capacidades de quienes anhelan tener un impacto a nivel mundial para la gloria del Señor.

Por último, podemos orar por las iglesias locales y denominaciones. El padre de las misiones modernas, William Carey, escribió en 1792 que, dado la condición dividida del cristianismo de su época, era muy difícil emprender un proyecto misionero conjunto. Sin embargo, dijo que no había impedimento para orar juntos por el avance del Reino de Dios. Hoy podemos decir lo mismo. Lo maravilloso es que la oración conjunta es la herramienta más efectiva que podemos usar.


Imagen: Lightstock.
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