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Nota del editor: 

Para una perspectiva diferente, te invitamos a leer el artículo Por qué nuestra iglesia canceló los servicios del día de Navidad.

«¿Por qué tenemos que ir hoy a la iglesia?», decía a mis padres lloriqueando mientras me ponía los patines nuevos y miraba el palo de hockey recién desenvuelto que había en un rincón. Como ocurrirá este año, la Navidad cayó en domingo cuando yo tenía siete años. En contra de mis protestas, esa mañana fuimos a la iglesia. En retrospectiva, agradezco que lo hiciéramos.

Para ser claro, no estoy aquí para criticar a las iglesias que cancelan sus servicios el domingo de Navidad. Algunas iglesias pueden contar sus familias con los dos dedos de la mano y saben a ciencia cierta que todo el mundo estará fuera de la ciudad en Navidad. Otras quieren dar a sus voluntarios y empleados la mañana para recuperarse del servicio celebrado en Nochebuena. Mis palabras solo pretenden explicar las razones de nuestra iglesia y ofrecer a los padres algunas ideas útiles para explicar a sus hijos por qué van a la iglesia el día de Navidad.

El propósito de la iglesia

Para entender por qué vamos a la iglesia en Navidad, tenemos que entender por qué vamos a la iglesia en primer lugar. La respuesta a esta pregunta va a contracorriente de nuestra cultura consumista, que se muestra especialmente en esta época del año. Mientras paseamos por el centro comercial, vemos anuncios en nuestras pantallas y navegamos por los pasillos de las tiendas, se nos vende una factura de mercancías. Los vendedores nos dicen lo que este producto o servicio puede hacer por nosotros, cómo nos hará la vida más fácil, más divertida y más cómoda.

Lo que ocurre en la iglesia no se centra en nosotros, sino en Dios. Ir a la iglesia cuando no es conveniente es un buen recordatorio de este hecho

Los vendedores no se limitan a vender productos, nos venden una antropología. Si llegamos a entendernos como homo consumens, «hombre como consumidor», nuestras almas estarán vacías, pero también lo estarán las estanterías de las tiendas, y ese es un trueque que los anunciantes están dispuestos a hacer. Con esta visión de la humanidad constantemente reafirmada, es fácil ver el servicio de la iglesia como un servicio más que se nos ofrece, un producto religioso destinado a mejorar nuestras vidas. Pero lo que ocurre en la iglesia no se centra en nosotros, sino en Dios. Ir a la iglesia cuando no es conveniente es un buen recordatorio de este hecho.

En nuestro servicio de adoración semanal, hacemos precisamente eso: adoramos, dando a Dios Su valor, ofreciéndole sacrificios de alabanza y acción de gracias. Sin duda, obtenemos cosas de la iglesia —consuelo, enseñanza, compañerismo—, pero el receptor del culto es Dios, no nosotros. ¿Por qué vamos a la iglesia? Es difícil decirlo mejor que el Libro de Oración Común:

Nos hemos reunido en la presencia de Dios todopoderoso nuestro Padre celestial, a fin de proclamar Su alabanza, escuchar Su santa Palabra, y pedirle, para nosotros y los demás, aquellas cosas que son necesarias para nuestra vida y nuestra salvación.

¿Tendré ganas de levantarme temprano en Navidad este año para repasar mi sermón? Me gustaría pensar que sí, pero quizá no. ¿De niño me apetecía ir a la iglesia el día de Navidad? La verdad es que no. Puede que a ti tampoco, y puede que a tus hijos tampoco. Pero en Navidad, sobre todo, es importante recordarnos quiénes somos: homo adorans, «el hombre como adorador». Cuando nos entendemos bien a nosotros mismos, entendemos bien a la iglesia, y viceversa.

El sentido de la Navidad

Ir a la iglesia en Navidad nos recuerda no solo el sentido de la iglesia, sino también el sentido de la Navidad. Es fácil distraerse en esta época del año. Las fiestas, las decoraciones, los regalos: la sobrecarga sensorial puede hacernos olvidar el motivo de las festividades.

Los adornos en sí no son el problema. Al contrario, si se ve desde el punto de vista correcto, la pompa de la Navidad sirve como un indicador gozoso del nacimiento de Cristo. El problema no está en los indicadores, sino en nosotros. Me encanta la ilustración de C. S. Lewis:

Se habrá dado cuenta de que la mayoría de los perros no entienden señalar. Si señalas un trozo de comida en el suelo, el perro, en lugar de mirar al suelo, olfatea tu dedo. Un dedo es un dedo para él, y eso es todo. Su mundo consiste en hechos y no en significados.

Ir a la iglesia en Navidad nos recuerda no solo el sentido de la iglesia, sino también el sentido de la Navidad

Cuántas veces podemos ser como el perro de Lewis en Navidad: maravillados con el nuevo televisor, saboreando un buen ponche, pero sin deleitarnos con el regalo que está detrás de los regalos: la encarnación del Hijo de Dios. Ir a la iglesia en Navidad contextualiza la temporada para nosotros.

Cada domingo en mi iglesia, un diácono lee la lectura designada del evangelio desde el centro del santuario. Es un recordatorio táctil de lo que celebramos exactamente en Navidad. Jesús anunció las buenas nuevas del reino no desde la distancia, sino en la tierra, en carne y hueso, en medio de Su pueblo. Al no considerar el ser igual a Dios como algo a que aferrarse, Jesús bajó de Su trono celestial. Vino entre nosotros, comiendo con recaudadores de impuestos y pecadores. No vino a ser servido, sino a servir: Jesús, el diácono verdadero. Vamos a la iglesia para escuchar la voz de Cristo anunciando buenas noticias. La voz de Cristo atraviesa la cacofonía de la actividad festiva. Sus palabras transforman y reorientan las fiestas, dando una definición y un sentido nuevos a nuestra alegría.

Cuando llegué a casa después de ir a la iglesia en 1994, encontré mi palo de hockey justo donde lo había dejado. No recuerdo haber relacionado ese regalo concreto con el don del evangelio. Sin embargo, no me cabe duda de que la fidelidad de mis padres, quienes me llevaban a la iglesia todos los años incluso cuando yo no tenía ganas, me ayudó a comprender el significado de la iglesia y de la Navidad. Por eso nuestra iglesia celebra servicios el día de Navidad.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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