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Para las familias con niños, los domingos por la mañana pueden ser un teatro para el drama espiritual. Ya sea que tengas niños pequeños que gritan porque sus zapatos de la iglesia le aprietan o adolescentes que salen 15 minutos tarde con toda su calma, no es fácil llegar a la iglesia. La lucha no se detiene necesariamente una vez que estás en el carro. Los niños a menudo se quejan de sus clases de escuela dominical, se quejan del tiempo de koinonía, balbucean los himnos y están intranquilos durante el sermón. Sus objeciones son muchas y las expresan con franqueza: muy largo, muy silencioso, muy incómodo, muy aburrido. A veces, a nuestros hijos simplemente no les gusta ir a la iglesia.

Como adulta que fue criada en la iglesia y que ahora es madre de un niño pequeño y un adolescente (más dos niños en el medio), estoy muy familiarizada con estos obstáculos. Sin embargo, estoy convencida de que vale la pena superarlos.

Cuando nuestros hijos se resisten a la iglesia, nuestra primera inclinación puede ser escapar del incómodo ritual semanal. Todos conocemos a padres que han exigido que su iglesia modifique la adoración para adaptarla a sus hijos o que comienzan a buscar otra iglesia, una con un horario o estilo que entienden será más atractiva. O simplemente dejan de ir por completo. Quizás hayas tenido la tentación de hacer lo mismo (no me refiero a personas impedidas de asistir debido a restricciones o preocupaciones por la COVID-19).

Una de las principales responsabilidades de los padres es capacitar a nuestros hijos para que sean adoradores. Llevar a nuestros hijos a la iglesia, les guste o no, es un acto esencial de discipulado. La iglesia local puede no parecer emocionante, pero cuando los miembros del pueblo de Dios adoran juntos en espíritu y en verdad, estamos obedeciendo al Padre y tenemos comunión con Cristo (Jn 4:23-26). Cuando los padres se comprometen a ser fieles semanalmente en las iglesias que proclaman el evangelio, les enseñamos a nuestros hijos que no hay nada más importante para sus almas.

Entonces, cuando tus niños pequeños o adolescentes no quieran ir a la iglesia, ora pidiendo la ayuda del Espíritu Santo. Después involucra sus corazones de cinco maneras.

1. Reconoce las experiencias de los niños

La iglesia no siempre es fácil para los niños y está bien reconocerlo. Si son adolescentes, la iglesia puede parecer aburrida o restrictiva (¡tengo que quedarme quieto! ¡Tengo que estar callado y escuchar!); si son jóvenes, aún puede parecerles aburrida o restrictiva (¡se parece demasiado a la escuela! ¡Preferiría estar haciendo otra cosa!). Podemos escuchar las experiencias de nuestros hijos e incluso mostrar empatía. La iglesia local, una reunión sin pretensiones de gente común involucrada en prácticas predecibles, tampoco es siempre fácil para los adultos. Podemos confesar que a veces nos sentimos igual que ellos.

Una de las principales responsabilidades de los padres es capacitar a nuestros hijos para que sean adoradores

2. Elimina los obstáculos prácticos

Habiendo escuchado las inquietudes de nuestros hijos, podemos evaluar los problemas subyacentes. A veces, a nuestros hijos no les gusta la iglesia por razones que no son necesariamente espirituales y, en su mayoría, se pueden arreglar. También podemos ser comprensivos aquí. Como adulto, es probable que hayas descubierto algunas estrategias prácticas (café, zapatos cómodos, almuerzos hechos en ollas eléctricas de cocción lenta) que te ayudarán a participar los domingos o, al menos, evitarán que te desconectes. Podemos ayudar a nuestros hijos a hacer lo mismo.

Los niños pequeños, por ejemplo, pueden poner resistencia a tener que sentarse en el culto porque les da hambre a las 11 am. Darles un bocadillo antes del culto demuestra tu preocupación por sus cuerpos y calma sus estómagos quejumbrosos. De igual manera, los bolígrafos y el papel para tomar notas de los sermones pueden darle algo que hacer a las manos inquietas y las mentes distraídas. Usar ropa cómoda de iglesia puede evitar la inevitable picazón y la inquietud provocada por las etiquetas y las corbatas.

Los niños mayores y los adolescentes pueden tropezar con otros obstáculos: cansancio, timidez, miedo a perderse algo. Los padres pueden ayudarlos. Establecer una hora razonable para ir a la cama el sábado por la noche hará que el despertador del domingo por la mañana sea menos discordante. Llegar temprano a la iglesia evitará que un público vergonzoso camine por el pasillo hacia los únicos asientos vacíos. Establecer hábitos familiares claros, consistentes y alegres para los domingos ayudará a aliviar el dolor de las actividades perdidas. 

3. Enseña a los niños que la iglesia es buena

Por supuesto, no podemos eliminar todas las dificultades. Las personas específicas que componen nuestra iglesia, los elementos de nuestra adoración colectiva e incluso el objeto divino de nuestra adoración pueden ser obstáculos para nuestros hijos, pero son obstáculos que no podemos cambiar simplemente para adaptarlos a ellos. 

Aquí es donde hacemos exactamente lo que siempre hemos hecho como padres: instruimos con amor a nuestros hijos. Cuando los niños pequeños exigen helado y dulces para la cena, les decimos que el pollo y el brócoli son mucho mejores para sus cuerpos, e insistimos en que los coman con regularidad. Cuando se trata de la iglesia, a nuestros niños tampoco les gusta siempre lo bueno. Nuestro trabajo es instruirlos.

El mismo Cristo que dio la bienvenida a los niños en sus brazos y su reino les da la bienvenida a nuestros hijos en su iglesia hoy

Primero, damos el ejemplo con nuestras propias acciones y actitudes. Los niños deben escuchar a sus padres orar por la iglesia: dar gracias por los ancianos, pedirle a Dios que bendiga la adoración e interceder por las necesidades de los miembros de la iglesia. Los viernes y sábados, debemos comenzar a prepararnos para el domingo con una actitud de gozosa anticipación. Los domingos por la tarde, podemos hablar sobre cómo el sermón de la mañana nos convenció de pecado y nos ayudó a amar más a Cristo. Nuestro propio amor genuino por la iglesia es un testimonio convincente para nuestros hijos.

Por encima de eso, debemos ayudar a nuestros hijos a entender la adoración. A lo largo de la semana o a través de susurros en las sillas, les explicamos que la adoración es nuestra oportunidad de escuchar a Dios hablarnos (cuando se lee y predica la Biblia) y de hablar con Dios (en oración y canción). También les decimos por qué hacemos estas cosas. Independientemente de lo que pueda suponer un niño de 4 o 14 años, la adoración en la iglesia no es algo que la gente haya inventado. Dios nos manda a reunirnos para adorar (He 10:24-25), cantar alabanzas juntos (Col 3:16), escuchar la predicación (1 Ts 2:13), orar juntos (Ef 6:18) y dar generosamente (2 Co 9:7).

Luego aprovechamos cada oportunidad para mostrarles a partir de las Escrituras que pertenecer a la iglesia es esencial para los creyentes. Cuando enseñamos historias bíblicas a los pequeños, destacamos el hecho de que Adán, Noé y Abraham adoraron con el resto del pueblo de Dios. Reunirse para adorar es simplemente lo que hacen los seguidores de Dios. A los niños mayores les enseñamos que las epístolas del Nuevo Testamento no fueron escritas principalmente para individuos sino para iglesias del primer siglo. Esos versículos que frecuentemente memorizamos con mandatos de orar (1 Ts 5:17) o buscar la santidad (1 P 1:15) son en realidad tareas que toda la iglesia debe hacer junta. A los adolescentes les recordamos que su futuro principal no está en formar parte del equipo de baloncesto o entrar en esa universidad de élite; su futuro principal es como adorador en la iglesia celestial (Ap 7:9).

Meditar en estas verdades puede impulsar a toda la familia a amar a la iglesia que Dios ama, aún cuando es difícil quedarse quieto.

4. Afirma el valor de los niños en el reino de Dios

A veces a los niños no les gusta la iglesia porque sienten que no pertenecen. Asumen que el sermón no está dirigido a ellos, que nadie en la iglesia se preocupa por ellos y que los domingos por la mañana simplemente están calentando asientos. Los padres debemos contrarrestar intencional y regularmente estas suposiciones falsas afirmando el valor del reino para los niños.

Lejos de ser un elemento secundario de la iglesia local, los niños son vitales

El mismo Cristo que dio la bienvenida a los niños en sus brazos y su reino les da la bienvenida a nuestros hijos en su iglesia hoy (Mt 19:13-15). Las congregaciones del Antiguo Testamento (por ejemplo, Esd 10:1) y las iglesias del Nuevo Testamento (por ejemplo, Col 3:20) incluían niños, por lo que las palabras de la Biblia, ya sea que se lean o se prediquen, están destinadas a los niños. Sus oraciones son armas espirituales (Sal 8:2), sus alabanzas son adoración importante (Mt 21:9-11, 15-16), y su ejemplo piadoso anima a toda la congregación en santidad (1 Ti 4:12). Lejos de ser un elemento secundario de la iglesia local, los niños son vitales.

5. Invita a los niños a participar

Finalmente, invitamos a nuestros hijos a colaborar. No les pedimos que amen a la iglesia de manera abstracta; les pedimos que amen a su propia iglesia de manera concreta. A su vez, estos actos de amor obediente son herramientas que el Espíritu usa para unir a nuestros hijos con la iglesia y cultivar sentimientos de amor en sus corazones.

Los llamamos a estar presentes en la adoración, a escuchar activamente la Palabra y a cantar con entusiasmo sin importar cuán desafinadas sean sus voces.

También los llamamos a servir. Aún los niños más pequeños pueden acompañarnos cuando visitamos a las viudas de la iglesia. Los niños pueden orar por los creyentes perseguidos en todo el mundo y por los incrédulos de su propia comunidad. Pueden dar monedas de sus alcancías para apoyar el ministerio del evangelio. Pueden limpiar las mesas, trapear los pisos y recoger la basura. Pueden sonreír y hacer amigos. Con nuestro apoyo y ánimo, nuestros niños pueden usar sus dones para el beneficio del cuerpo de Cristo.

Me gustaría poder decir que estas cinco prácticas tendrán un efecto inmediato en la vida de hijos reacios. Podrían. Pero, de nuevo, es posible que no. Por eso buscamos la ayuda del Espíritu Santo y perseveramos. A nuestros hijos puede que no les guste la iglesia este domingo, el próximo domingo o dentro de cinco años. Pero enseñarles a amar “la iglesia de Dios, la cual Él compró con Su propia sangre” (Hch 20:28) vale cada sacrificio que hagamos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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