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Ayunamos porque Satanás tiene hambre y nosotros somos su comida preferida. 

Debería retroceder. Regresemos a Irlanda (alrededor del 1615) y luego al Jardín del Edén (alrededor del comienzo de los tiempos).

En los Artículos Irlandeses (en inglés), encontramos un discurso provechoso sobre el ayuno. Después de insistir enfáticamente en que el ayuno no puede “llevarnos al cielo”, el artículo 51 elogia el valor de esa disciplina:

“Por lo tanto, se requiere que primero, antes de cualquier cosa, limpiemos nuestro corazón del pecado para que luego podamos dirigir nuestro ayuno a los propósitos para los cuales Dios permite que sea bueno: para que la carne sea disciplinada, el espíritu sea más ferviente en oración y nuestro ayuno sea un testimonio de nuestra humilde sumisión a la majestad de Dios al reconocer nuestros pecados ante Él y ser conmovidos interiormente con tristeza de corazón, lamentando lo mismo a través de la aflicción de nuestros cuerpos”.

Los celtas del siglo XVII lo entendieron bien. Ayunamos por dos razones principales: recordar nuestra mortalidad y para huir del pecado y arrepentirnos. Si bien se pueden distinguir estas dos razones, no pueden separarse. El pecado y la muerte son inseparables, al igual que el arrepentimiento y la dependencia de Dios. 

De regreso al Edén

Adán y Eva tuvieron una opción: depender de Dios (su fuerza y sabiduría) o depender de su carne (sus propias fuerzas y sabiduría). Al comer del fruto, eligieron la carne y, en consecuencia, la muerte (Gn 2:17). Dieron el primer paso por un camino que los llevaría al este del Edén y eventualmente de regreso a donde comenzaron: al polvo (Gn 3:19). Esta es su maldición. Satanás sale del Edén junto con la humanidad, pero su maldición es diferente. Satanás se arrastrará sobre su vientre y comerá polvo (Gn 3:14).

Adán y Eva tuvieron una opción: depender de Dios (su fuerza y sabiduría) o depender de su carne (sus propias fuerzas y sabiduría)

Aquí es donde nos encontramos hoy: exiliados del jardín, pecando, muriendo y siendo perseguidos por una serpiente hambrienta de su próxima comida. Por eso Satanás huye de aquellos que lo resisten (Stg 4:7). Cuando nosotros, como Adán, ponemos nuestra esperanza en la carne, experimentamos una muerte espiritual. Esto puede ser una exageración, pero es como si mudáramos las células espirituales de la piel cuando pecamos. Cuanto más pecamos, creamos más de este tipo de polvo y mejor alimentada se vuelve la serpiente. Cuanto menos pecamos, menos piel mudamos e incrementa la probabilidad de que la serpiente se vaya hacia una comida más fácil.

Esta es la conexión entre el ayuno, nuestra mortalidad y el arrepentimiento. 

La comida es necesaria para la vida. Cuando prescindimos de ella, agotamos nuestra energía, nuestra vida. Al elegir no comer, elegimos el camino de la cruz. Contrario a lo que podemos pensar, experimentamos la vida espiritual al elegir la muerte física. Aprendemos a depender de la fortaleza de Dios y no de la nuestra. Como el profeta Ezequiel, hacemos de nuestra comida la mismísima Palabra de Dios (Ez 3:3). Al arrepentirnos de confiar en la carne, aprendemos a experimentar mejor el poder del Espíritu.

El ayuno no salva

Sin embargo, nada de esto quiere decir que el ayuno nos salva. Es aquí donde vuelve a entrar en juego la advertencia ofrecida por los Artículos Irlandeses: el ayuno no es lo que nos lleva al cielo; ¡es Jesús! Justo entre Adán comiendo la fruta y nuestro ayuno se encuentra el Mesías, el segundo Adán.

Dios prometió una simiente de la mujer que aplastaría la cabeza de la serpiente (Gn 3:15). Esta simiente, este segundo Adán, tendría éxito donde el primer Adán fracasó. 

Mientras que el primer Adán comió cuando fue tentado por Satanás, Jesús ayunó (Mt 4:2). Mientras que el primer Adán culpó a su esposa, Jesús tomó la culpa y la responsabilidad de su esposa, muriendo en su lugar (1 P 3:18). Mientras que el primer Adán puso su esperanza en cosas físicas como la comida, Jesús puso su esperanza en la realidad espiritual, buscando su sustento en la Palabra de Dios (Mt 4:4). 

No ayunamos para ser salvos; ayunamos porque hemos sido salvados.

No ayunamos para ser salvos; ayunamos porque hemos sido salvados

Como pueblo espiritual, ayunamos porque ahora vemos la necedad de la carne y conocemos el fruto del Espíritu. 

De hecho, solo los que están confiados en el tesoro escondido en el campo venderán todas sus posesiones para comprar aquel campo (Mt 13:44). Ayunamos porque estamos seguros de que cuando Jesús nos dice “ven y muere”, en realidad nos está ofreciendo vida. 

El Espíritu sobre la carne

Ayunamos hoy porque no queremos estropear nuestro apetito por el banquete eterno que nos espera mañana.

Ayunar por una temporada nos recuerda nuestra mortalidad y nuestro pecado. Si confiamos en nuestra carne en descomposición, caeremos directamente en la trampa del diablo. Pero si nos arrepentimos de nuestros pecados, si elegimos lo incorpóreo sobre lo corpóreo, lo eterno sobre lo temporal, el Espíritu sobre la carne, no seremos comidos por Satanás; seremos llenos del Espíritu. 

Mientras que el devorador de polvo vino solo para robar, matar y destruir, Jesús vino para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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