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Nota del editor: 

Este devocional está tomado del ebook Noticias de gran gozo: 25 reflexiones para celebrar el Adviento.

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«El SEÑOR ha jurado y no se retractará:
“Tú eres sacerdote para siempre
Según el orden de Melquisedec”» (Salmo 110:4).

El autor de este salmo ofrece un anticipo del oficio sacerdotal que ejercería nuestro Señor como parte de su misión redentora. Este oficio consiste en presentarse ante Dios para interceder por su pueblo. Por eso el autor de Hebreos cita este salmo para hablar del sacerdocio de Cristo (Heb 7:1-28).

La figura de Melquisedec, un sacerdote en los días de Abraham, de quién nada se sabe sobre su nacimiento ni muerte, es usada para ilustrar el carácter inmortal de nuestro Señor. Por otro lado, el sacerdocio según el orden de Melquisedec es puesto en contraste con el de Aarón en tiempos del Antiguo Testamento. 

El sacerdocio de Aarón fue temporal, pues todos los sacerdotes de su linaje debían ser reemplazados al morir. Los sacerdotes descendientes de Aarón no podían ejercer sus funciones permanentemente por razones cronológicas. Pero Cristo, al no estar sujeto a la muerte porque ella no lo pudo retener, puede continuar su oficio y presentarse ante Dios sin interrupciones a favor de nosotros. De ahí la expresión: «Tú eres sacerdote para siempre».

Nuestras mejores obras están manchadas por el pecado. Nuestra vida, servicio y obediencia no pueden llegar al cielo sin antes ser purificadas, porque todas estas cosas están contaminadas por actitudes pecaminosas de nuestro corazón. Entonces, la naturaleza de la intercesión de Cristo tiene que ver con presentar los méritos, la suficiencia y la vigencia de su sacrificio a nuestro favor. Su sangre nos limpia del pecado. Toda nuestra vida, incluyendo nuestra obediencia, servicio y adoración, son tomadas por el Señor, purificadas por su sacrificio y ofrecidas ante el trono de Dios. En otras palabras, su intercesión logra que nuestra vida sea una ofrenda aceptable a Dios (1 P 2:5).

Esto es lo que siempre hace nuestro Sumo Sacerdote: interceder por nosotros, purificar nuestras vidas y presentarlas como ofrenda grata ante Dios. ¡Qué alentador es saber todo esto! ¡Qué esperanza es para nosotros tener un sacerdote que vive perpetuamente para interceder por nosotros! El sacrificio de Jesús sigue siendo fuente de misericordia para su pueblo. Por eso podemos ofrecer nuestro servicio y obediencia a Dios con libertad y con la confianza de que el cielo las recibe. Esto es parte del propósito de la venida del Señor.

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