¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Amado Jesús:

Por ratos se me olvida cómo era tener diez años. ¡Gracias porque Tú lo viviste en carne propia y nunca se te olvida! Aún recuerdas la alegría de explorar riachuelos, trepar árboles y rasparte las rodillas jugando con los demás niños del barrio. No has olvidado la sensación de maravillarte al observar de cerca una mariposa, examinar las patas de un perro manso y cargar en brazos a un hermano recién nacido por primera vez. 

Tú lo viviste y jamás podrías menospreciar las angustias que aplastan el corazón de un pequeño que recién estrena el doble dígito.1 Por eso, considerando esto y tus millones de cualidades incomparables más, vengo a Ti con el dilema de mi pequeño amigo: él y su familia han estado orando por varios meses por un trabajo nuevo para sus padres. Sin embargo, cuando le anunciaron que debían mudarse a otra ciudad, lejos de todo lo que conoce, rompió en llanto y declaró en voz alta (¡bastante alta!), brazos cruzados y zapateando: «¡No me voy! ¡Me quedo a acampar en la cancha de fútbol de la colonia!».

Señor, la mayoría de los adultos nos hemos olvidado de la angustia real que experimenta un niño. Te agradezco tanto por ver más allá del comportamiento difícil o hasta irrespetuoso y comprender que el temor es la raíz de toda esta reacción. Gracias porque comprendes cuánto le cuesta una mudanza a un niño enamorado de su cuadra, su escuela, del sonido de la puerta que le ha sido familiar toda su vida.

Tú no corres a callar o corregir. Tú corres a abrazar.2 Gracias porque sabes leer el idioma de las lágrimas, aún si son de rabia.

Señor, sostén a mi pequeño amigo como solo Tú sabes sostener. Apenas inicia su camino de confianza en Ti y este asunto es grande para él, ¡muy grande! Dale la soltura para llorar contigo por todo lo que deja atrás. Que a su corta edad pueda experimentar Tu provisión de manera personal. Prepara, desde ya, su nuevo grupo de amigos y consuela a los que debe dejar, pues ellos también pierden a un camarada. 

Te ruego que uses a sus padres para guiarlo con ternura en medio del ajetreo que conlleva un cambio tan grande para una familia. Que cada adiós sea un recordatorio de cómo lo has buscado diligentemente con Tu amor y que sea una garantía de que nunca lo dejarás.3

Me has tenido paciencia en cada cambio que resistí y sé que también la tendrás con este niño entristecido. Quizás esta sea la primera gran prueba en su vida; que pueda conocer Tu inmensa bondad y cuidado al sentirte cerca. Gracias porque estás formando un hombre que llora porque ama, extraña y tiene raíces. Gracias porque lo llevas de la mano por el camino hermoso que trazaste para él, con nuevos árboles, un nuevo barrio, una nueva pandilla; y seguirás estando a su lado, porque eres su Dios.4


1 Fil 2, Heb 5:8.
2 Lc 15:11.
3 Sal 23.
4 Sal 18:36.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando