¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Conocer a gente real, gente de carne y hueso con quienes compartir la mesa, hacer preguntas y escuchar mientras vemos sus rostros; eso es parte del plan de Dios.1 Un plan que nos bendice de mil maneras. Quita nuestros ojos de encima de nosotros. Explota la burbuja en la que nos sentimos protegidos, fascinados y que distorsiona nuestro panorama. 

Una de mis alegrías más grandes es poder viajar en grupo, precisamente por la riqueza de oportunidades para unir los corazones. Recuerdo con tanto cariño una conversación durante una caminata nocturna grupal en un pueblito de México. Una de las mujeres nos compartía que había conocido al Señor hacía poco tiempo y deseaba llevar una vida en sobriedad. Entonces, otra hermana comenzó a contar su propia experiencia bastante similar de hace muchos años. Era un lado de ella que yo no conocía y la quise aún más después de saberlo. Ellas dos se volvieron entrañables.

Las dos comenzaron a caminar juntas desde ese momento, tanto por aquella callecita pintoresca como por el camino rumbo a nuestro verdadero hogar. Una en sus treintas y la otra en sus ochentas. Se juntan a almorzar, se ríen, se enojan, se escuchan y se aman. Caminos tan distintos pero a la vez tan parecidos en las huellas que ha dejado y sigue dejando nuestro amado Jesús.

Cuando decidimos ser intencionales en partir el pan con santos completamente diferentes a nosotros —algo que puede llegar a ser incómodo— descubrimos que este cuerpo del cual somos parte está diseñado con mucho esmero y delicadeza por nuestro buen Dios. El deseo de quedarnos seguros en nuestro propio rincón con gente parecida a nosotros, hará que nos perdamos de disfrutar demasiada belleza… Su belleza.2

Si somos sabios y sensibles, esos encuentros nos permitirán ver por un instante cómo Dios trabaja de manera personal, tierna y misteriosa. Cuando uno se da el regalo de ser sanamente curioso por las historias del prójimo puede terminar no solo amando más al otro, sino alabando más al Señor por Su sabiduría, pues Él piensa fuera de las categorías que nosotros inventamos.

Sentarnos frente a frente hace que sea imposible interceder por esa persona de una manera mecánica, fría o superficial. Conocer números, porcentajes y estadísticas me aclaran los pensamientos, pero conocer las historias de personas a las cuales presté toda mi atención me conecta el corazón. Creo que a menudo, nuestras oraciones no carecen de las palabras correctas, pero sí de una carga real por quienes el Señor derramó Su sangre.

Conocer gente real destruye estereotipos y prejuicios. Escuchar —realmente escuchar— me convierte en alguien que teme el usar etiquetas y generalizaciones cada vez más. Me frena para que pueda considerar que seguramente hay mucho más detrás de lo que percibo a simple vista.

Conocer a gente diferente a mí es conocer la multiforme gracia de Dios.3


1 Ef 2:11-22
2 Fil 2:3-4
3 1 P 4:10
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando