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Va con su primogénito y detiene la marcha frente a la vitrina de una zapatería porque ve un par de hermosuras que la obligan a pensar en su pequeña. Los mira e imagina cómo se verían en sus piecitos gordos, en medio de alguna fiesta, en la foto familiar o para ir a la iglesia.

El que sostiene su mano ha aprendido a interpretar los suspiros de su madre y le lee el rostro volteando hacia arriba. Ella le corresponde con una sonrisa y los ojos llorosos. Ambos saben lo que sigue: «dediquemos este par de zapatos a Ana Paula» dicen mientras cierran los ojos, luego sonríen y siguen su camino. Este es el pequeño ritual que esta familia amada ha adoptado cada vez que se topan con algo bello que podría haber sido para su integrante más pequeña.

«Ana Paula nunca vendrá a casa» muy posiblemente sea la línea más triste que ha pronunciado ella. Un recién nacido siempre tiene mucho que le espera detrás de las puertas de la habitación en la que nace. En casos como este, eso «mucho» se queda esperando.

Yo los acompañé el día que Dios tenía en Su calendario sembrarla como una semillita en la tierra. Ver a los padres en el día del entierro de su hija es ver el poder de Dios en plena acción. Solo pueden ser Sus propias manos sosteniéndoles en pie; es imposible pensar en otra explicación. Salir del hospital con los brazos vacíos debe ser una de las experiencias más desgarradoras de este lado de la eternidad.

Retomar la vida y volver a la oficina se volvieron tareas titánicas. Atravesar el piso para llegar al baño era el equivalente a caminar por un campo minado: 

—¡Felicidades por la nena!
—¿Cuándo conoceremos a la beba?
—No llores… está en un mejor lugar.
—Dios necesitaba un angelito.
—Quizás fue lo mejor.

Bombas atómicas al corazón. Ella dejó de tomar tanta agua para tratar de evitar los encuentros.

Pero Dios, que sabe caminar con los afligidos y defender a los débiles,1 la rodeó de hermanas que notan las lágrimas que se traga para poder continuar y cumplir con la agenda del día. Ellas sienten su sed y le han dado de beber. Como su pequeño hijo, estas hermanas que Dios provee saben descifrar sus suspiros y se han vuelto su muro de contención. Son embajadoras, aunque no el sentido de viajar en una misión diplomática al otro lado del mundo, sino simplemente al otro lado de la oficina o al baño.

Jesús se ha presentado de forma palpable por medio de ellas.2 Siendo el Salvador que sufrió, que hizo una pausa para llorar antes de una resurrección,3 ha sabido guiarlas para que puedan proteger a su amiga amada. A veces, proveyendo recursos tiernos e inusuales como dedicarle un par de zapatitos.

Es una verdadera dicha contar con gente llena de compasión, antes que llenas de razones o lecciones. Hay tiempo para recordar grandes verdades teológicas y siempre hay espacio para orar. Pero Dios, siendo tan rico en misericordia y viendo el corazón afligido, provee personas seguras que «dan permiso» para extrañar y dedicar un par de zapatitos, cumpliendo así la gran tarea de que una madre quebrantada pueda sentirse vista, oída y abrazada. ¡Qué reflejo bello del carácter de nuestro amado Jesucristo!4


1 Sal 72:4.
2 Pr 17:17.
3 Jn 11:17-37.
4 Sal 34:18.
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