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Mi papá siempre ha sido muy disciplinado con sus entrenamientos diarios desde que tengo memoria. En algunas ocasiones yo solía acompañarlo y él disfrutaba explicarme lo que hacía y para qué músculo funcionaba cada ejercicio. La comida con la que nos alimentábamos en casa siempre era un tema importante para mis padres. Crecimos con límites claros con respecto a las aguas gaseosas y la comida chatarra. Esta disciplina formada desde mi niñez la aplico en mi propia familia y es algo que le agradezco mucho a mis padres, porque desde pequeña comer saludable y hacer ejercicio se convirtió en una parte fundamental de nuestra vida.

Sin embargo, no fue sino hasta hace algunos años que le puse más atención a las motivaciones de mi corazón con respecto a estas disciplinas del cuidado de mi cuerpo. ¿Por qué hago ejercicio de manera consistente? ¿Por qué procuro alimentar bien a mi familia de forma intencional? ¿Acaso es mi apariencia externa lo que me motiva a practicar este estilo de vida? ¿Es mi motivación la de tener buena salud y energía durante el día? Pedí al Señor que examinara mi corazón y fue entonces cuando me di cuenta de que las razones y motivaciones para cuidar de mi cuerpo eran las equivocadas. 

Fue por medio de las palabras en latín Coram Deo que comencé a comprender que toda mi vida está delante de Dios y por ende todo lo que yo hago tiene que ser con la motivación principal de que Él sea glorificado (1 Co 10:31). El Señor, entonces, fue trabajando en lo más profundo de mi corazón. Yo debía hacer ejercicio y cuidar lo que comía para la gloria de Dios, no por mera apariencia ni salud. Si bien es cierto que vivimos en una lucha constante contra las motivaciones incorrectas, también es posible enfrentarlas con la Palabra y por medio del Espíritu Santo para cuidar nuestro cuerpo de una forma bíblica que tenga en mente la audiencia de Uno solo, nuestro Señor Jesucristo

Te presento tres verdades que evidencian nuestra realidad y propósito cuando hablamos de estas disciplinas y cuidados:

1. Nuestro cuerpo: débil y limitado

¿Cuántas veces permitimos que nuestras intenciones y comportamientos sean gobernados por nuestros propios impulsos, deseos o intereses pecaminosos? Comemos en exceso porque eso trae una supuesta satisfacción a nuestra ansiedad. También nos ponemos a dieta porque pensamos que una buena imagen física delgada nos va dar la identidad y deleite que tanto deseamos fuera de Cristo. Incluso, podemos convencernos de que tenemos una buena motivación porque cuidamos de nuestro cuerpo y valoramos demasiado nuestra salud, cuando la realidad es que la salud es una bendición de Dios. Cuando perdemos esa verdad de vista y algo amenaza nuestra salud, de inmediato nos sentimos amenazados o angustiados.

¿Acaso nos hemos olvidado de nuestra fragilidad y de que nuestro cuerpo es como la hierba? (Is 40:6-8, 1 Pe 1:23-25). Dios nos dio un cuerpo que desfallece (Sal 73:26), débil y mortal (Fil 3:21) que va decayendo (2 Co 4:16) y, a pesar de esto, luchamos incansablemente por mantener rutinas de ejercicio como si esos esfuerzos propios nos garantizarán que nunca enfrentaremos el envejecimiento, la enfermedad o las limitantes físicas que nuestros cuerpos inevitablemente sufrirán. Otras veces, usamos estos esfuerzos para satisfacer nuestros deseos de aceptación o, incluso, para complacer los deseos de otros. Sin embargo, el evangelio nos hace libres de la esclavitud de vivir para nosotros, y en cambio vivir ahorapara Dios en reverencia, al punto de incluso ofrecer nuestros propios cuerpos al Señor (Ro 12:1-2). 

2. Su templo: glorioso y eterno 

Pablo indica que Dios ha preparado de antemano buenas obras para que Sus hijos anden en ellas (Ef 2:10). Pablo entrega el fundamento del evangelio como la razón para caminar en estas buenas obras (Ef 2:4-9). Nosotros hemos sido salvados por gracia por medio de la fe, que es un don de Dios, y no contribuimos con nada a nuestra salvación (Ef 2:8-9). El Salvador nos ha comprado con Su sangre para que ahora sus hijos seamos gobernados por Él.

Por esta razón, toda nuestra vida debe ser impulsada por una perspectiva celestial que nos permite entender que, gracias al sacrificio de Cristo y Su vida en los creyentes por medio del Espíritu Santo, nuestro cuerpo es ahora Su templo (1 Co 6:19). El evangelio nos ha acercado a Dios (Ef 2:13). Él nos ha hecho Suyos para la alabanza de Su gloria. ¡Esto fue con alto precio! La sangre del Cordero Inmolado fue derramada para pagar el castigo que tú y yo merecíamos por nuestra rebelión contra el Dios Santo.

Ahora Él habita en nosotros y nuestros cuerpos y corazones le pertenecen. Nuestros cuerpos serán glorificados y viviremos para siempre, pero mientras vivamos de este lado del sol, hagámoslo exaltando Su templo y no haciendo de nuestros cuerpos un ídolo que aparte nuestro corazón de Su gloria y quite nuestros ojos de Su eternidad. 

3. Nuestro cuerpo, Su templo: reverente al único digno de gloria

La disciplina de comer bien y ejercitarse es importante, pero no es más importante que el Dios que creó nuestro cuerpo. Si bien es cierto que podemos pedirle al Señor que nos ayude a ser constantes y crear hábitos saludables que nos ayuden a estar mejor preparados física y mentalmente para llevar a cabo la misión de Dios en nuestra vida, también vale la pena recordar que, aunque hay provecho en todo eso, mucho más provechoso es ejercitar la piedad (1 Ti 4:7-8). ¿Cuidar nuestro cuerpo nos está llevando a un mayor temor reverente a Dios que nos impulsa a usar nuestro tiempo, nuestros recursos y nuestra energía para servirle a Él y amar a los demás?

En la lucha que enfrentamos cada día de vivir para nosotros mismos, busquemos que los hábitos de cuidar nuestro cuerpo sean para doblegarnos delante de Dios y vivir para Su gloria, pues nuestro cuerpo es Su morada. En lugar de usarlo para traer atención a nosotros mismos o para nuestros propios beneficios o placeres, usémoslo para las buenas obras que apunten al Gran Salvador.

Nuestro corazón es engañoso, yo misma lo sé (Jr 17:9). Tenemos por delante una tarea desafiante al pensar en cómo cuidar nuestros cuerpos para la gloria de Dios. La buena noticia es que, si estamos en Cristo, Su Espíritu Santo nos muestra cuándo nuestras motivaciones son pecaminosas y nos guía para llevarnos al arrepentimiento y vivir de una manera que le agrade al Señor. Pidamos constantemente que Dios examine nuestro corazón (Sal 26:2). Quizá pueden ayudarnos preguntas como estas: ¿Por qué quiero cuidar mi cuerpo? ¿Es porque quiero preservar mi salud y saber que tengo algún tipo de control en esta área? ¿Es porque quiero mostrar una imagen saludable y atraer la atención de otros hacia mí?

Filtremos nuestras motivaciones a la luz de la Palabra y pidamos al Señor que nos ayude a poner nuestra mirada en el lugar correcto para poder decir: «Señor, aquí presento mi cuerpo como sacrificio vivo y santo, aceptable a Ti (Ro 12:1), al Único digno de gloria».

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