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Sin duda, la obra del Espíritu Santo es vital para el creyente. Cuando leemos la Biblia, encontramos que el poder de Dios es manifestado por medio del Espíritu Santo al salvar y equipar a hombres y mujeres para llevar a cabo los planes eternos del Dios eterno.

Por ejemplo, es maravilloso leer cómo Dios, por medio de su Espíritu, levantó a líderes como Moisés para guiar a Su pueblo (Nm. 11:16-17). También leemos cómo el Espíritu llenó a Bezaleel con sabiduría, inteligencia, conocimiento, y toda clase de arte para elaborar algunas cosas que serían puestas en el tabernáculo (Ex. 31:1-5).

Asimismo, el Espíritu Santo vino con poder sobre David como el rey de Israel (1 S. 16:13) y todos los profetas hablaron palabras del Señor guiadas por el Espíritu. Por eso Pablo dice que toda la Escritura es inspirada por Dios (2 Ti. 3:16-17). Esto fue por medio del Espíritu, quien usó a hombres como instrumentos en manos de Dios para escribir su santa Palabra (2 P. 1:21).

El Espíritu Santo aplica la obra salvífica de Cristo al creyente regenerándolo y morando ahora en nosotros

En la Biblia, vemos que la poderosa obra del Espíritu Santo en el creyente consiste primero en su obra salvífica para luego, en segundo lugar, dar evidencias de esa salvación por medio del fruto espiritual en los creyentes. Permíteme explicar esto con más detalle. 

La obra salvífica del Espíritu Santo

A primera vista, parece que no hay diferencia entre la obra y el fruto del Espíritu Santo. Sin embargo, es necesario nacer por obra del Espíritu para vivir en los frutos del Espíritu.

¿Dónde vemos esta doble acción del Espíritu en el creyente? El lugar en donde veo con mayor claridad la relación entre la obra inicial y la obra continua del Espíritu, es en los escritos del apóstol Pablo.

Por ejemplo, Pablo explica en Tito 3:1-7 el antes y después de la obra regeneradora del Espíritu Santo en nosotros. Esta obra es aplicada en el creyente como el cumplimiento de la profecía en Ezequiel 36:25-27, y experimentada en el nuevo pacto por la obra perfecta de Cristo al darse a sí mismo por nuestros pecados.

El Espíritu Santo aplica la obra salvífica de Cristo al creyente regenerándolo y morando en él. Esta presencia del Espíritu es vital para el creyente porque testifica que realmente es un hijo de Dios (Rom. 8:15-17; Ef. 1:13). En otras palabras, evidencia que hemos nacido por el Espíritu para vivir por el Espíritu.

La evidencia del Espíritu Santo

Así lo explica Pablo en Romanos 8, cuando escribe que hemos sido libertados de la ley del pecado y la muerte por la ley del Espíritu de vida en Cristo (v. 1-2). Esto significa que, una vez regenerado, el creyente mostrará evidencias de su transformación. Vivirá como la nueva criatura que es, conforme el nuevo ropaje de Cristo en él. Es imposible vivir los frutos del Espíritu Santo sin antes haber probado el fruto de salvación del Espíritu Santo. No podemos vivir en el Espíritu sin antes nacer por el Espíritu.

No podemos vivir en el Espíritu sin antes nacer por el Espíritu

En ocasiones he hablado con personas que profesan ser creyentes pero no quieren cambiar patrones pecaminosos, no quieren crecer en su conocimiento de Dios, y no desean unirse a una iglesia local para ser cuidados y cuidar. En mi experiencia, creo que esto es uno de los grandes problemas que enfrentamos como iglesia hispanohablante: la falta de conversiones verdaderas.

Un creyente verdadero deseará, por obra del Espíritu Santo, vivir bajo los frutos del Espíritu Santo. Estas son algunas evidencias del Espíritu Santo en el creyente: 

  • Libertad del pecado, pues somos hechos siervos de Dios (Ro. 6:22-23).
  • Vemos la gloria de Dios en Cristo, y por el Espíritu somos día a día transformados a la imagen de Cristo (2 Cor. 3:12-18).
  • Podemos matar las obras de la carne por el Espíritu (Ro. 8:13) 
  • Perseveramos en el sufrimiento porque tenemos las primicias del Espíritu (Ro. 8:23)
  • Recibimos dones diferentes según la gracia que se nos ha dado para edificar la Iglesia de Cristo (Ro. 12:3-8; 1 Cor. 12; Ef. 4:7-12). 
  • Tenemos vida nueva en Cristo para vivir el fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, y dominio propio (Gá. 5:22-25). 

La grandeza de la obra del Espíritu Santo no solo consiste en la lista mencionada en Gálatas 5:22, sino también en gobernar toda la vida del creyente y formar en nosotros la imagen de Cristo para la gloria de Dios.

Reflexión final

Si has nacido por el poder del Espíritu (1 P. 1:2), oro que esa nueva vida muestre transformación espiritual, mientras dependes de Él para desear más a Dios. Desear más a Dios es evidencia de que estás siendo llenado por el Espíritu (Ef. 5:18), y esta llenura del Espíritu no vendrá a menos que estemos llenos de la Palabra de Dios (Col. 3:16). 

¡Qué gozo saber que fuimos salvados por el plan soberano de Dios en Cristo y por medio de Su Espíritu para ser suyos y vivir para Él! Que toda excusa en nuestras vidas sea derrumbada ante la preciosa realidad de que la presencia del Dios santo mora en nosotros y Su poder está a nuestra disposición para ser santos porque Él es santo (1 P. 1:13-16).

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