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Al igual que la familia, no escogemos a nuestros vecinos. Dependiendo de la situación, esto puede ser un deleite o algo terrible.

Pero aún cuando es terrible, Jesús nos ordena a amar a nuestro prójimo. Sí, pero… [escribe la razón por la cual no debes amar a tu vecino aquí]. Temo que, como la antigua escuela de Hilel, nosotros damos papeles de divorcio a nuestros vecinos por cualquier cosa. Sin pensar mucho, contamos las quejas, alejándonos más de la relación.

Imagina estar delante de Dios con esta lógica: “Sí Señor, ellos fueron hechos a tu imagen y estaban hambrientos por la esperanza del evangelio, pero el ladrido de su perro siempre nos despertaba a las 2 a.m., así que los excluimos”.

Si rehusamos alcanzar a aquellos que están más cerca de nosotros (literalmente), ¿a quién, entonces, amaremos?

Como cristianos, evaluar qué tan agradables, similares, relacionales, o morales son nuestros vecinos es el lugar equivocado para empezar. Cualquier a que sean las diferencia que inevitablemente enfrentemos, el evangelio nos llama a acercarnos, no a alejarnos, como observa Rosaria Butterfield:

“Una opción es construir muros más altos, declarar a gritos que nuestros hogares son nuestros castillos, y, ya que el mundo va de mal en peor, lo mejor es refugiarnos adentro, dar gracias a Dios por el foso, y levantar el puente. Hacer eso es practicar la guerra en este mundo pero no el tipo de guerra espiritual que expulsa las tinieblas y trae la bondad del evangelio”.

Consideremos 5 razones por las cuales nos excusamos de amar a nuestros vecinos, rogando a Dios que traiga convicción que lleve a la obediencia (Sal 139:34-24; Stg 1:22-25).

1. Mis vecinos son desconsiderados

A veces nos desconectamos de nuestros vecinos porque son groseros. Música alta. Se estacionan en el lugar equivocado. Fuman alrededor de nuestros hijos. Usan nuestro césped como el baño diario de su perro. Educan a sus hijos de una forma que no lo haríamos nosotros. Colocan un cartel político o una pegatina que despreciamos en su carro.

La cultura de cancelación insiste que si alguien te molesta, deshazte de esa persona. Por el contrario, la manera de Jesús es estar dispuesto a perdonar ofensas (Jn 8:1-11), modelar pureza (1 P 2:12), e involucrarse relacionalmente con pecadores (Jn 4:1-42). Cuando vemos la oración de Cristo pidiendo perdón por sus verdugos, dichas desde la cruz, nuestra mezquindad se evapora. Como pecadores perdonados diariamente de una inmensa culpa (1 Ti 1:15), ¿cómo podríamos negarnos obstinadamente a perdonar a otros (Ef 4:32; Mt 18:21-35)?

2. Mis vecinos no son mi principal ministerio

Quizás pasas muchas horas cada semana ministrando a otras personas. Cuando llegas a casa, quieres descansar, no más relaciones que mantener.

El hogar debe ser un refugio, pero nuestra geografía (donde vivimos) está unida a la soberanía de Dios (su sabia disposición de las personas y lugares). Dios te puso donde estás (Hch 17:26). Hay personas que necesitan escuchar el evangelio de tus labios y experimentarlo a través de tu servicio.

La proximidad es poderosa, porque Dios es intencional. No seamos ermitaños donde Dios nos llamó a ser heraldos.

3. Mis vecinos son muy diferentes

No seamos ermitaños donde Dios nos llamó a ser heraldos

Las diferencias dividen. Nosotros nos asociamos basados en la religión, el trasfondo, el estilo de vida, los intereses, la personalidad, la raza, la política, y el estatus social. Nos ayuda a sentirnos seguros, comprendidos, y en control.

Aunque muchos se basan en las diferencias para justificar evitar a los vecinos, el problema real no es un abismo intransitable de incompatibilidad; es nuestra propia incomodidad, orgullo, y miedo. Al refugiarnos dentro de los límites de la familiaridad, somos privados de servir a aquellos que no lucen o piensan como nosotros.

Jesús ignoró las reglas sociales homogéneas de su época, cenando con los élites religiosos (Lc 14:1) y también con los pecadores escandalosos (Mr 2:15). Su círculo íntimo de discípulos incluyó un zelote (tradicionalmente violento hacia Roma), y un recaudador de impuesto (traidor aliado de Roma). Seguir a Jesús te hará sentarte en mesas que te harán sentir incómodo. 

4. Mis vecinos quieren ser dejados en paz

En el mundo moderno, la privacidad es un derecho inviolable. El amor se ha reducido a poco más que dejar a las personas en paz, mantenerse fuera de su camino, y respetar su espacio.

Por supuesto, siempre hay formas de acercarse a los vecinos que son intrusivas. Cada persona o familia debe ser abordada con cuidado, tanto con sensibilidad como con valentía. No debería sorprendernos, o molestarnos, cuando no escuchamos nada después de haber llevado galletas a un nuevo vecino, o cuando una invitación a cenar no es correspondida.

Sé paciente. Toma ventaja de las pequeñas oportunidades de interacción que Dios provee. Sigue invitando.

5. Mis vecinos son hostiles

Recientemente, algunos vecinos lamentaron el comportamiento de alguien en nuestra calle, el cual ciertamente era perturbador, ilegal, y vil. En medio de los ultimátums apasionados sobre lo que deben hacer las personas si este vecino viniera a su propiedad otra vez, me pregunté: ¿Cómo debe responder el pueblo de Dios cuando los vecinos son una amenaza legítima a su seguridad, ya sea física o emocional?

Seguir a Jesús te hará sentarte en mesas que te harán sentir incómodo

El mandato de Jesús de amar a nuestros enemigos es uno de sus imperativos más conocidos, y, sospecho que el más ignorado. ¿Pero qué debemos hacer cuando la interacción personal con un “enemigo” ya no es sabia?

Estoy convencido de que la respuesta es, no trivialmente sino profundamente, la oración. Si un vecino nos amenaza, es posible que tengamos que llamar a la policía, presentar una querella, poner una luz que detecta movimiento o un sistema de alarma, o en el peor de los casos, mudarnos a otro vecindario. Estas son realidades que nos llevan a la sobriedad, sin embargo la oración por un vecino hostil y la autoprotección no son mutuamente excluyentes.

¿Qué debemos orar? Ora para que Dios intervenga y detenga su mal comportamiento. Ora por justicia. Pero también, ora por su salvación, que la bondad de Dios lo rescate de las tinieblas (Col 1:13).

Nuestros vecinos, llenos de diferencias y de cualidades frustrantes, necesitan que los amemos con la abnegación de Cristo, como escribe Dallas Willard:

“Cristo nos tiene en un lugar en que podemos andar junto a nuestro prójimo, sea quien sea. No estamos por encima de Él sino junto a Él: somos sus siervos, viviendo con Él todos aquellos acontecimientos que nos son comunes. No he sido llamado a juzgar a mi prójimo, sino a servirle lo mejor que pueda con la luz que tengo, humilde y pacientemente, con las fuerzas de que dispongo y con las que Dios me suministra. Es cierto que en algún punto, nuestros caminos se separarán eternamente; sin embargo, no le amaré menos por ello. Y el mejor regalo que puedo hacerle siempre es el carácter y el poder de Cristo expresados en mí”.

Si rehusamos alcanzar a aquellos que están más cerca de nosotros (literalmente), ¿a quién, entonces, amaremos? Mientras nos arriesgamos y luchamos por amar a vecinos difíciles, Dios va con nosotros (Mt 28:20), proveyendo en su gracia las palabras y la sabiduría que necesitamos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Felipe Ceballos Zúñiga.
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