Como adultos, es fácil suponer que enseñar la Biblia a los niños es útil para ellos, pero no para nosotros mismos. ¿Por qué?
A veces asumimos que nuestra madurez ha superado cualquiera de las simples verdades que los niños pueden comprender (no necesito esto). Otras veces estamos tan enfocados en contextualizar el mensaje que descuidamos el enseñarnos a nosotros mismos (realmente quiero que los niños entiendan esto). Debido a que estamos mejor equipados de recursos que nunca antes, con un currículo bíblico de calidad que proporciona los puntos principales, elementos creativos, y la aplicación, nuestra urgencia de estudiar personalmente el pasaje disminuye. Sin embargo, enseñar la Biblia a los niños puede ser tan beneficioso para nuestras almas como para las suyas.
Aquí hay cinco maneras en que Dios puede transformarte a ti poderosamente mientras le enseñas a niños.
1. Enseñar a los niños nos ayuda a repasar la historia de la Biblia
A los niños les encanta una buena historia, lo que hace que la enseñanza de la Biblia (una narrativa en su mayoría) sea cautivante para ellos. Sin embargo, el desafío de explicar cómo todas las minihistorias de la Biblia encajan en una gran historia puede ser abrumador.
Experimenté esto al entrenar a varios maestros nuevos en el ministerio de niños, mientras estudiábamos cómo Jueces se conecta con la historia general de las Escrituras. Fue un ejercicio que estos líderes nunca habían hecho, aún siendo creyentes maduros.
Para presentar la historia general de la Biblia a los niños, primero debemos comprenderla
Aquí hay una muestra, no exhaustiva, de cómo Jueces se une a la metanarrativa de las Escrituras:
- Dios incluye el libro de Jueces en su historia, por lo que contiene una verdad preciosa que necesitamos.
- El libro de los Jueces es violento y perturbador, mostrando cómo el pecado (introducido en Génesis 3) ha crecido.
- En Jueces, Dios persistentemente restaura a los rebeldes, un patrón que fluye a través de la Biblia hasta su culminación en la cruz.
- Los líderes defectuosos en Jueces exponen nuestra necesidad de un Buen Pastor, que más tarde llega en Jesús.
Para poder presentar la historia general de la Biblia a los niños, primero debemos comprenderla. Prepararnos para enseñar aumenta nuestro aprendizaje, ayudándonos a conectar los puntos.
2. Enseñar a los niños nos ayuda a simplificar lo que complicamos demasiado
Enseñar a niños exige simplicidad. Requiere que los profesores sean ilustrativos y concretos, no abstractos. Esto pule nuestro lenguaje teológico, obligándonos a poner las cosas llanamente.
El problema es que la mayoría de los adultos piensan que se comunican con una claridad mayor de la que muestran en realidad. Pocas cosas exponen esto como enseñar a un grupo de niños. Es la prueba máxima de fuego para exponer la claridad. Con los niños, la jerga religiosa es tontería. Los monólogos teológicos altivos solo conducen a piernas y manos inquietas y caras aburridas.
Pero cuando enseñamos bien a los niños, nuestras explicaciones locuaces se simplifican. En lugar de repetir lo mismo de la misma manera, lo presentamos desde múltiples ángulos para involucrar diferentes estilos de aprendizaje. Nuestros mensajes, que en un momento estaban repletos de muchas ideas, ahora giran en torno a una idea principal del texto.
Enseñar a los niños desacredita el mito de que lo complejo es lo profundo. Como una vez Woody Guthrie bromeó: “Cualquier tonto puede complicar algo. Se necesita un genio para simplificarlo”.
3. Enseñar a niños reconcilia la teología y la creatividad
Enseñar a los niños nos desafía a presentar la verdad de una manera creativa. Jesús, siendo la fuente de sabiduría y conocimiento (Col. 2:3), pudo haber enseñado exclusivamente con declaraciones verdaderas de forma directa y literal. Pero no lo hizo. Usaba historias y metáforas con frecuencia, traduciendo magistralmente el evangelio a la vida cotidiana. Su enseñanza modelaba tanto la franqueza bíblica como el uso de vívidas descripciones, un equilibrio que debemos emular.
En una presentación en la Conferencia Canvas del 2018, Ross Lester compartió cómo la teología engendra creatividad:
“Mucho de lo que vemos como precisión teológica carece de belleza, textura, matiz, y tensión… La belleza y la claridad no son mutuamente excluyentes. Si describimos a Dios tan claramente como podamos, la belleza y la creatividad deberían ser la respuesta rápida y segura a esa descripción”.
Enseñar a los niños derriba nuestros reinos egocéntricos, recordándonos que debemos rendirnos al reino de Dios
En los últimos meses he visto a maestros usar todo tipo de métodos creativos: una señal de tráfico, un megáfono, un unicornio plástico, movimientos de mano, diapositivas, y voces graciosas. Métodos creativos como estos ayudan a los adultos a mover la teología del estante del intelecto al centro del corazón (Lc. 24:32).
4. Enseñar a niños nos humilla
Si estás buscando un impulso rápido del ego, enseñar a niños no es para ti.
El lenguaje corporal de los niños dice la dura verdad acerca de cuán cautivantes (o no) somos. Los niños no se van del mensaje a contarle a todos sus amigos lo articulados e informados que somos, ni tuitean los resúmenes de los sermones que nos engrandecen. El fruto de nuestra enseñanza a menudo lleva años en manifestarse en la vida de un niño, y la mayor parte de ella nunca la veremos de primera mano.
Es revelador que cuando los discípulos de Jesús competían en busca de estatus, Él los reprendió señalándoles la humildad de un niño (Mt. 18:1-5; Mr. 9:33-37). De una manera única, enseñar a los niños derriba nuestros reinos egocéntricos, recordándonos que debemos rendirnos al reino de Dios. Es un llamado de atención al hecho de que enseñar se trata de su gloria, no de la nuestra.
5. Enseñar a los niños produce alegría
Los niños nos recuerdan que la alegría y la seriedad no son antónimos en el reino, aunque los adultos a veces lo piensen así.
Reflexionando sobre su antiguo papel como presidente del Seminario Teológico de Dallas, Chuck Swindoll dijo: “Abrí las ventanas y dejé entrar un poco de aire de gracia. Presenté [a los estudiantes] algo que hacía falta, que era la risa y la alegría del ministerio”.
Esa es una gran manera de describir cómo enseñar a los niños afecta nuestros corazones. Restaura en nosotros lo que la edad adulta a menudo se lleva: la ternura, la risa, la inocencia, la desinhibición, el gozo.
Los niños nos recuerdan que el gozo no es un sueño ingenuo, sino una realidad en el reino de Dios (Mt. 13:44). Nos señalan a Cristo, cuyo evangelio es pesado (1 Jn. 5:12) pero cuya carga es ligera (Mt. 11:28-30).