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Tengo en mis manos un diario que nunca quise escribir. Estoy en grupos que no pensé pertenecer. Voy a citas médicas, me hago chequeos, tomo medicamentos y tengo conversaciones que nunca deseé planificar. 

Hace unos meses sentí un pequeño bulto en mi seno derecho. Me preocupé, pero no le di mayor importancia por mi historial médico: siempre he sido saludable. Algunas gripes aquí y allá, dolores de estómago por comer de más y algunas infecciones, pero en general nada grave ni doloroso.

Visité algunos médicos y me hice una ecografía mamaria. Todos me aseguraban que se trataba de un fibroadenoma (nódulo benigno), pero que era mejor hacerme una biopsia para descartar otra cosa. Dos días después de mi cumpleaños, recibí la noticia: carcinoma ductal invasivo, etapa tres. Mi cuerpo había comenzado a producir células malignas que formaron un tumor canceroso en mi seno derecho, ¡y crecía agresivamente!

De una vida libre de hospitales, exámenes de laboratorio y medicamentos, pasé a una realidad de incertidumbre, a días de lamento y a quimioterapias. Esta noticia inesperada sacudió mi mundo, mis expectativas y mis ídolos, pero también me mostró la dulce cercanía de Cristo en medio del dolor.

Las noches de angustia 

Las primeras noches fueron las más difíciles. En la angustia, mi pregunta constante era: «¿Por qué, Señor?».  

Las quimioterapias eran dolorosas. El medicamento que me administraron fue desarrollado a partir de químicos del gas mostaza, que coloquialmente se conoce como «el diablo rojo» por sus efectos secundarios: dolores de cabeza, mareos, vómitos, dolor estomacal intenso, escalofríos, pérdida del apetito, arritmia, entre otras reacciones. Su propósito es matar las células de rápido crecimiento como las células cancerosas.

Una noche, después de un día agotador, comencé a cuestionar la bondad de Dios. Entonces abrí Su Palabra.

Dios trae por amor diferentes eventos difíciles a nuestra vida, con el fin de que probemos y experimentemos a Cristo como el mayor y más valioso tesoro en este mundo

Ahora amo más al Salvador por dejarnos las historias de Job, Jeremías y David quienes, en vez de poner sus ojos en sus circunstancias, tornaron su mirada al Creador y convirtieron su sufrimiento en una canción de adoración al Salvador. Al leer sus testimonios, entendí que Dios trae por amor diferentes eventos difíciles a nuestra vida, con el fin de que probemos y experimentemos a Cristo como el mayor y más valioso tesoro en este mundo (Sal 34:8-11).

La quimioterapia que necesitaba 

Después de las sesiones de quimioterapia tenía tiempo para pensar en mi vida antes del cáncer. Por Su gracia comprendí que Dios, con dulzura, me estaba limpiando del pecado, purificando mi fe y mostrándome desobediencias que antes, por la ceguera de la cotidianidad y la prosperidad, no veía. La aflicción mostró el verdadero objeto de mi adoración.

Cristo dice que si nuestra mano o pie nos hacen caer, es mejor entrar al reino de los cielos manco o cojo que seguir igual que antes (Mt 18:8). Para mí es agradable pensar que el cáncer ha funcionado como una quimioterapia para el orgullo y la arrogancia de mi corazón. Hoy puedo decir que prefiero entrar al reino de los cielos enferma y con la certeza de que pude conocer a mi Salvador en esta tierra, que estar sana, completa y ciega a mi maldad. Al ser Su hija, Él me protegerá de todo lo que tome Su lugar, incluso de mí misma. 

Al ver atrás, puedo decir que los días malos se vuelven cada vez menos y los tiempos de gozo se multiplican. ¡Gracias al fundamento del evangelio!

Experimentar a Cristo en esta vida es un precioso regalo, aunque venga envuelto en un doloroso paquete

Cristo me rescató de la mayor enfermedad que me pudieron haber diagnosticado y canceló la mayor deuda que tenía. Su vida perfecta pagó el castigo por mi pecado en la cruz y, así, cambió mi sentencia de «culpable» a «justa», de «enferma en la tierra» a «sana en la eternidad». Mi esperanza no está en esta vida o en que me encuentre libre de cáncer en el futuro, aunque oro por eso. Mi confianza está en el cielo, junto al Autor de mi fe, donde estoy libre de condenación (Ro 8:1).

He comprobado que el que cuida de las aves cuidará también de mí. El que viste a los lirios del campo suple mis necesidades (Mt 6:25-31). Él, quien sabe el número de los cabellos de mi cabeza, mis dudas más desgastantes, mis intentos de controlar lo que Él tiene en la palma de su mano, me dice: «Tu carga es pesada, la mía ligera. Acércate, confía en mí, soy manso y humilde (Mt 11:29). Estoy cerca. Te amo en la angustia (Sal 34:18)».

Hoy, con un diario que no quise escribir, con quimioterapias semanales, con una cirugía pendiente, con nuevas amistades que trajo la enfermedad, con una comunidad que me apunta a Cristo y que Dios utiliza para alegrar mis días, puedo decir: «Experimentar a Cristo en esta vida es un precioso regalo, aunque venga envuelto en un doloroso paquete».

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