¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

El entrenamiento para mujeres transcurría muy animado y lleno de información útil. Pero aquella tarde sucedió algo diferente. Sentada frente a la maestra de teología bíblica, sentí mi pecho arder. Hacía mucho que no tenía esa sensación. Los ojos se me iluminaron. En mi rostro se dibujó una sonrisa inevitable mientras escuchaba cómo cada historia de la Biblia se conectaba una con otra, apuntando a una sola persona: Jesús.

La promesa de salvación, esperada de generación en generación, hallaba su cumplimiento en la muerte de Cristo. Entonces la historia de Abraham, Sansón, David y de tantos otros personajes, ya no eran para mí simples lecciones morales, sino parte de una sola historia sobre la infidelidad del ser humano y el triunfo de la fidelidad de Dios en la cruz.

Entonces, la emoción se transformó en convicción cuando entendí que llevaba años engañándome a mí misma. Creía conocer a Jesús, y en cierta forma era cierto, pero mi conocimiento era solo información acumulada en mi cabeza. Con esa información, que no era poca, logré alcanzar una vida ejemplar ante los ojos de otros, llenándome de elogios y aparentes buenos frutos. 

Allí sentada vi con cierta vergüenza que mi corazón había estado absorto consigo mismo, con sus deseos, sueños, metas y logros. Ser la «niña buena» me había llevado lejos del Señor y cerca de mi condena.

Yo era como el joven rico, que pensaba que por cumplir la Ley podía ganar el cielo, pero no fue capaz de renunciar al deseo de su corazón para seguir a Jesús. Esta perla de gran valor es para aquellos que entienden lo que vale y, por lo tanto, se niegan a sí mismos. Es para aquellos que estiman como pérdida, no una, ni dos, sino todas las cosas, incluso sus vidas, en vista del incomparable valor de conocerlo a Él (Fil 3:8).

Al final de la clase de aquel entrenamiento, vi mi nombre escrito en el tablero justo después de los eventos de la cruz y Pentecostés. Aún recuerdo el tono alegre y el acento norteamericano de la maestra cuando lo pronunció. Allí entendí que esta gran historia de la Biblia es también la mía.

Tengo un propósito mayor que hacerme un nombre para mí. Estoy aquí para contar a otros de Aquel que no estimó el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Aquel que tomó forma de siervo y se humilló haciéndose obediente hasta morir (Fil.2:6-8), para que en Su nombre yo, muerta en delitos y pecados, pudiera vivir para Él.

Tan soberana de mí misma, como me creía hasta ese momento, no tuve más remedio que renunciar al trono de arena que me había fabricado, para dar paso a Su reinado inconmovible y eterno.

Desde entonces mis sueños, mis metas, mi propósito, mi alegría y mi satisfacción tomaron el nombre de Jesús. Aunque aún lucho contra mi pecado y mi corazón, por estar de este lado de la gloria, puedo decir que aquella tarde, después de muchos años de transitar el camino del cristianismo sin entenderlo, el evangelio ardió por primera vez en mi corazón.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando