¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Tengo una pequeña de dos años y medio en mi hogar. Es mi hija mayor, Luz, y últimamente ha tomado una costumbre que nos causa gracia a mi esposa y a mí. Ella agarra sus juguetes, se para delante nuestro, nos mira firmemente y exclama con autoridad, fuerza y convicción: “¡Es mío!”. Nos causa bastante gracia, porque lo único que ella puede hacer para guardar o proteger sus juguetes de nosotros es decirnos que le pertenecen. Pero eso no es suficiente. A la hora de dormir, le quito fácilmente sus juguetes, llore o patalee. Ella no tiene fuerza para evitar que su papá se los quite. Tampoco tiene autoridad sobre mí para que yo le obedezca a ella. Yo soy su padre, y ella es mi hija. Sus juguetes son míos.

Estaba leyendo un pasaje en Isaías que me hizo recordar esta situación, y mas que eso, me puso a pensar sobre cuán amado soy por Dios, y cuán seguro estoy en sus manos.

“Mas ahora, así dice el Señor tu Creador, oh Jacob, y el que te formó, oh Israel: No temas, porque yo te he redimido, te he llamado por tu nombre; mío eres tú”, Isaías 43:1

Un poco de contexto

El contexto de este pasaje es la rebeldía del pueblo de Israel contra Dios. Ellos lo han abrumado con sus pecados. No lo han honrado, si no todo lo contrario. Dios dice: “No me has comprado con dinero caña aromática, ni con la grosura de tus sacrificios me has saciado; por el contrario me has abrumado con tus pecados, y me has cansado con tus iniquidades” (Is. 43:24). La consecuencia es un juicio inminente.

Pero en este contexto de pecado, al inicio del capítulo, Dios declara  algo que trasciende esa disciplina a su pueblo: Él los ha redimido, los ha llamado por su nombre. Él dice “¡Son míos!”

La verdad para ti y para mí

Nosotros también hemos sido redimidos por Dios y somos posesión suya. Dios nos lo recuerda a través del apóstol Pedro: “Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”, (1 Pedro 2:9).

No tenemos nada que envidiarles al Israel que escuchó Isaías 43. Nosotros también somos Su posesión.  Y adquiridos “De las tinieblas”, así como Isaías es movido por Dios a escribir: “Yo te he redimido, te he llamado por tu nombre, mío eres tú”. ¿Puedes ver el evangelio allí?

La muerte espiritual era nuestra condición: “muertos en nuestros delitos y pecados” (Ef. 2:5). Estábamos en tinieblas, esclavos del pecado. Pero Dios nos liberó de tal condición, adquiriéndonos para su propia posesión, y nos compró a un alto precio, al precio de la sangre de su Unigénito Hijo, Jesús (Hch. 9:12; Hch. 20:28; 1 Co. 6:20; Apo. 5:9). Dios nos redimió de nuestra anterior condición de pecado por medio del sacrificio sustitutorio de Cristo en la cruz. ¡Somos suyos! ¡Le pertenecemos a Él!

¿No te sientes amado? Somos amados “con amor eterno” (Jer. 31:3). Cristo fue entregado antes de la fundación del mundo por nosotros, y nuestros nombres escritos en el libro de la vida (Apo. 13:8).

Alguien mayor que mi hija. Y que tú y que yo.

Dios pone sus credenciales antes de dar a conocer su mensaje para nosotros. Él dice que Él es “el Señor tu Creador… el que te formó…” (Is. 43:1). El Creador de todo el universo es quién está hablando. Aquel que nos hizo del polvo de la tierra (Gn. 2:7), y quién nos formó en el vientre de nuestras madres (Salmo 139:13). Y por lo tanto, aquel que tiene autoridad suprema sobre nosotros. Y sobre todo lo que existe.

Dios puede pararse delante de todo el universo, delante del infierno, de la muerte y del pecado, de los reyes de la tierra, de nuestras fallas y sufrimientos, tomarnos en sus brazos amorosos y exclamar a los más remotos rincones del universo con toda su potencia, soberana autoridad y poder ilimitado: “¡Oiga todo lo que ha sido creado! ¡Míos! ¡Son míos!”.

¿Quién puede oponerse ante Dios? Ahora que somos suyos, vivamos para Su gloria en esta corta vida terrenal. Recordemos cada mañana  y cada tarde que somos eternamente amados, que somos Suyos, y que nadie nos podrá arrebatar de sus soberanos brazos.

“Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro”, Romanos 8:38-39

¡Somos suyos!

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando