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A mediados de junio del año 2019, un antiguo estudiante de teología (llamémosle Demas) publicó lo siguiente. Demas había completado con éxito su Maestría en Divinidad en un conocido seminario evangélico y luego había servido unos años como pastor fructífero de una iglesia en crecimiento en un área metropolitana, mientras procuraba hacer un doctorado en estudios del Nuevo Testamento. Era un estudiante bastante bueno, un predicador constante y siempre era cálido y afable con los demás. Lamentablemente, entró en una relación adúltera y terminó vendiendo bienes raíces. Afortunadamente, él y su esposa mantuvieron unido su matrimonio. Esto es lo que Demas publicó en las redes sociales en junio del 2019, varios años después de renunciar a su pastorado:

«Esta es mi contribución pública durante #ElMesDelOrgullo: cada vez que hablo con un cristiano conservador o un pastor (a quien [sic] amo y estimo, de quienes creo cosas buenas y que yo mismo solía ser) sobre la homosexualidad ahora, lo que sea que les diga, lo que en realidad estoy PENSANDO es: “Mira. He alcanzado una formación bíblica y teológica a un nivel muy alto. Al menos tan alto, si no más alto que tú (para el 99.9% de la población). Te estoy diciendo: tú. no. sabes. con seguridad”.

No sabes con certeza si tu lectura de la Biblia es correcta o si tu hermenéutica es correcta. No sabes con certeza qué tan entretejida o qué tanto peso tiene la(s) autoría(s) divina y humana de la Biblia. Tú no sabes eso.

No sabes con 100% de certeza qué libros antiguos son en realidad la Palabra eterna del Dios Todopoderoso porque habían muchos libros. Confiamos en estos libros en particular porque son los que la iglesia estaba usando cuando la iglesia conformó una “Biblia” por primera vez. Moisés no bajó toda la Biblia de la montaña de Dios. Nos encantan estos libros, pero tenemos una comprensión muy limitada de cómo se compiló esta colección de libros, por qué y sobre [sic] la autoridad de quién. No sabemos.

No sabemos con absoluta certeza cómo Dios quería que usáramos estos libros; cómo quería que se aplicaran al mundo occidental del siglo XXI.

No lo sabemos con certeza. No podemos saberlo con certeza.

Creer en la Biblia es un acto de fe para todo el mundo. Yo creo en la Biblia. Pero cuando mis ojos son abiertos al hecho de que puedo afirmar AMBOS “Este libro es sagrado” y “Hay mucha incertidumbre sobre cómo debería aplicarse a nuestra sociedad”, me doy cuenta de manera inmediata que la “respuesta” obtenida al tema de la homosexualidad podría estar mal, de una u otra forma.

Podría terminar aprobando algo que Dios odia u odiando algo que Dios ama. Podría irme a cualquier extremo, porque el tema no es seguro. No lo es. Conocemos los mismos hechos. Sabes que no es seguro.

Entonces, si mi potencial error es [sic] amar algo que Dios odia, entonces voy a errar del lado de lo que me parece y se siente más como amor. Porque sin importar lo que crea sobre Dios, creo que Dios es amor. Entonces, debería tratar de aprobar las cosas que se parecen más al amor.

Lo que me convierte en un cristiano que afirma a los LGBTQ+ y debería estar dispuesto a decir eso más.

Feliz Mes del Orgullo».

En el pasado, los cristianos que hablaban sobre el estado de la Biblia tendían a hablar de la veracidad, confiabilidad, suficiencia, inspiración, inerrancia, etc. de la Biblia. Sin embargo, Demas, como muchos contemporáneos, ha socavado varias de estas categorías más familiares sin cuestionarlas abiertamente, al plantear preguntas epistémicas y hermenéuticas: ¿Cómo puedo saber con certeza lo que dice la Biblia? ¿Cómo puedo estar seguro de qué libros pertenecen realmente a la Biblia? ¿Cómo puedo estar seguro de que mi interpretación de cualquier texto es correcta y, más aún, cuál es su correcta aplicación para nuestra vida a principios del siglo XXI al sacar conclusiones de textos que tienen dos o tres mil años de antigüedad y están escritos en otro idioma y en otra cultura?

En un nivel más moderado, muchos predicadores que no están considerando la amplitud de los desafíos epistémicos que plantea Demas pueden, sin embargo, enfrentar desafíos algo similares al preparar sus sermones del domingo por la mañana. ¿Qué interpretación del texto frente a mí es la correcta? ¿Cómo puedo declarar lo que dice la Palabra del Señor si no puedo estar seguro de lo que dice? ¿O quién de nosotros ha tratado de explicar lo que dice la Biblia sobre un tema delicado u otro, solo para ser desestimado con la línea: «Pero esa es solo tu interpretación»?

El tema es demasiado amplio y multifacético para un editorial breve, pero puede que no sea inapropiado establecer un puñado de indicadores, los primeros cuatro con un poco más de detalle que la entrada final.

Primero, es engañoso, e incluso idólatra, establecer la omnisciencia como el criterio necesario para un conocimiento «cierto» o «seguro». Recuerda que Demas sigue diciendo que no se puede saber «con seguridad», «con certeza» o «con 100% de certeza» y cosas por el estilo. Su argumento parece ser que si no puedes estar «100% seguro» de algo, entonces en realidad no lo sabes. En otras palabras, debes poseer un conocimiento omnisciente sobre algo antes de que puedas decir legítimamente que conoces esa cosa lo suficientemente bien como para tomar decisiones de vida basadas en tu supuesto conocimiento. En el ejemplo concreto que es el foco de la preocupación de Demas, a menos que sepas con conocimiento omnisciente que la Biblia realmente condena el comportamiento homosexual, y a menos que sepas con conocimiento omnisciente que los libros de la Biblia con esos pasajes realmente pertenecen al canon de los libros inspirados por Dios, y a menos que sepas con conocimiento omnisciente que esta es la forma en que Dios mismo quiere que esos textos antiguos se interpreten y apliquen hoy, entonces no tienes derecho a hablar como si estas cosas fueran realmente conocidas. Según Demas, eres libre de escoger otro camino.

Pero es engañoso establecer la omnisciencia como el criterio necesario para un conocimiento «cierto» o «seguro», y esto por al menos cuatro razones.

(1) Hablamos comúnmente del conocimiento humano sin hacer de la omnisciencia el criterio del conocimiento verdadero. Esto es cierto aun en la Biblia. Por ejemplo, Lucas le dice a Teófilo que, aunque muchas personas se habían comprometido a transmitir informes de la vida y el ministerio de Jesús según lo informado por los testigos oculares, él mismo vio apropiado tras «haberlo investigado todo con diligencia desde el principio, escribírtelas ordenadamente, excelentísimo Teófilo, para que sepas la verdad precisa acerca de las cosas que te han sido enseñadas» (Lc 1:3-4). Lucas usa palabras que son apropiadas para el conocimiento humano, para la certeza humana; él no está prometiendo conocimiento omnisciente a Teófilo. Una vez más, Juan les dice a sus lectores creyentes que está escribiendo su primera epístola «para que sepan que tienen vida eterna»: no está escribiendo para que se vuelvan omniscientes con respecto al conocimiento de su estado. Cuando Pablo anima a Timoteo a convertirse en un «obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad» (2 Ti 2:15), anticipa que Timoteo se convertirá en un intérprete fiel de las Escrituras; no que se convertirá en un intérprete omnisciente de las Escrituras.

(2) Si los argumentos de Demas son válidos para los asuntos que le conciernen (es decir, si debido a que no disfrutamos de un conocimiento 100% seguro de lo que dicen las Escrituras con respecto a estos asuntos éticos y por eso no podemos juzgar legítimamente su validez o invalidez), entonces para ser coherentes debemos adoptar la misma posición agnóstica sobre todo lo que la Biblia dice, incluyendo lo que dice sobre las verdades cristianas confesionales. Por ejemplo, los cristianos sostienen que Jesús debe ser confesado y adorado como Dios. Pero la deidad de Cristo es negada por arrianos antiguos y nuevos, incluyendo a los Testigos de Jehová: no se podría decir que hay un acuerdo universal de que esto es lo que enseña la Biblia. ¿Debemos entonces decir que debido a que no sabemos «con seguridad» lo que dice la Biblia acerca de estas cosas, debemos dejar el asunto abierto?

(3) Demas afirma que creer en la Biblia «es un acto de fe». Esto es cierto. Sin embargo, parece que Demas opone la fe al conocimiento. Si lo entiendo de manera correcta, su argumento es el siguiente: puedes creer que la Biblia dice tal y tal cosa sobre los asuntos LGBTQ+, pero no puedes estar 100% seguro y, por lo tanto, no tienes justificación al afirmar que Dios desaprueba el comportamiento LGBTQ+. Esto asume no solo una visión equivocada del conocimiento, sino también definiciones seculares contemporáneas de «fe». En las calles de Nueva York o Montreal, la «fe» tiene uno de dos significados comunes: o bien es un sinónimo de «religión» (hay muchas «religiones»; hay muchas «fes»), o se refiere a un compromiso personal, subjetivo, religioso, sin ninguna conexión necesaria con la verdad. Algo parecido a esto último es lo que Demas parece aceptar, aunque la palabra «fe» nunca es usada en la Biblia de esa manera. En la Biblia, la fe está íntimamente relacionada con la verdad. La Biblia nunca te pide que creas o confíes en lo que no es verdadero o digno de confianza. De hecho, articular y defender la verdad es uno de los medios más comunes para fortalecer la fe en la Biblia. Lo que se debe creer o confiar es a menudo proposicional, a veces no, pero nunca es falso. Enfrentar la verdad de lo que dice la Biblia contra las creencias que la Biblia suscita, desde la perspectiva de la Biblia, no tiene ningún sentido.

(4) Uno no puede dejar de preguntarse cómo Demas sabe que Dios es un Dios amoroso. Muchos de los llamados «nuevos ateos» niegan instintivamente que Dios sea grande o bueno.[1] La Biblia misma describe a Dios detrás de juicios que equivalen a genocidio y muchas personas luchan con la «bondad» de Dios debido a esos pasajes. Entonces, ¿por qué Demas basa sus decisiones éticas en su convicción de que Dios es bueno? Para ser consistente, ¿no debería decir que no podemos estar «100% seguros» de que Dios es bueno? ¿No está tomando decisiones éticas sobre la base de lo que (su propia lógica debe decirle) no puede saber?

Parece, entonces, que Demas ha sucumbido a las categorías de este presente mundo malvado para llegar a (o al menos apoyar) sus conclusiones. En esencia, Demas está socavando la claridad y la autoridad de la Escritura sobre la base de que no podemos saber con certeza lo que dice la Escritura porque no disfrutamos de un conocimiento omnisciente, y que aun nuestro entendimiento de la Biblia no se basa en el conocimiento sino en (su comprensión de) la fe. Pero he tratado de mostrar que esta apelación es engañosa, porque nuestro uso común del lenguaje muestra que, ya sea en la Biblia o en el uso general, comúnmente hablamos del conocimiento humano aunque ese conocimiento no esté anclado en la omnisciencia. Pero la estrategia no solo es engañosa, es idólatra. Exige de los seres humanos que disfruten de un atributo que solo pertenece a Dios, si es que van a saber («con certeza», es decir, lo suficientemente bien como para tomar decisiones éticas) algo en absoluto. Por supuesto, Demas y sus amigos afirman que no disfrutamos del conocimiento omnisciente: no debemos pretender que tenemos los atributos de Dios. Entonces, ¿por qué los acuso de idolatría? Es porque al afirmar que no podemos saber nada («con seguridad») se nos prohíbe pensar en los seres humanos y el conocimiento humano de una manera bíblica: la Biblia demuestra, a menudo de forma implícita pero a veces explícita, que los seres humanos pueden crecer en conocimiento, con certeza apropiada, respondiendo a la revelación de Dios con pensamiento y fe activa y sumisión obediente a nuestro Hacedor y Redentor. El ideal de conocer a Dios y darlo a conocer es cambiado por el enfoque dogmático de lo que no podemos conocer, sin hacer referencia a lo que Dios dice sobre el conocimiento humano, y por una creación de cadenas epistemológicas que nos hacen sordos y descuidados ante lo que Dios ha revelado de sí mismo, de nuestro mundo y de la conducta moral y ética. Dios ha sido desdiosado. El nombre de este juego es idolatría.

En segundo lugar, debemos evitar a toda costa ser manipulados por lo que un amigo ha llamado «el arte de la ignorancia imperiosa».[2] Volviendo por un momento a la publicación digital del hombre que he llamado Demas, debemos notar en su argumento que él no solo afirma que él mismo no sabe si los textos relevantes vienen de Dios y/o qué significan (lo cual es una admisión de su propia ignorancia), sino que también afirma que nadie más puede afirmar legítimamente que lo sabe (lo cual es una declaración dogmática de la ignorancia de los demás). Esto es «ignorancia imperiosa»; es decir, una declaración imperial de que otras personas deben ser ignorantes, lo admitan o no.

El ejemplo de ignorancia imperiosa que proporciona Ovey tiene que ver con el Concilio de Sirmio (357 d. C.). El debate teológico se refería a la naturaleza de Jesús: ¿era Él homoousios, de la misma sustancia que el Padre, u homoiousios, de una sustancia similar al Padre? La primera palabra sería una confesión de que Jesús es en verdad Dios; lo último sería una indicación de que es como un dios, pero no Dios. Sirmio era pro-arriano: estaba del lado de la opinión de que Jesús es menos que Dios. Pero en lugar de salir y decirlo con claridad, el concilio llegó a la conclusión de que los argumentos de cada lado estaban tan finamente elaborados que no podemos saber cuál es el correcto. Su conclusión fue que estaba mal afirmar un lado o el otro; de hecho, su decisión fue una prohibición implícita de reclamar algo específico porque, después de todo, no podemos saberlo. Los teólogos ortodoxos Atanasio de Alejandría e Hilario de Poitiers criticaron la decisión de Sirmio, no solo porque estaba mal, insistían, sino porque era una blasfemia. Dijeron que el decreto tenía un elemento de obligación, pero ¿cómo se puede legislar contra el conocimiento de otra persona? De hecho, era una blasfemia porque prohibía la confesión de la verdad. En la práctica, la afirmación de ignorancia imperiosa significa que se permite a las personas adoptar la posición que prefieran.

Pensé en Sirmio cuando hace unos días leí el libro de Andrew Bartlett, Hombres y mujeres en Cristo: Una perspectiva fresca de los textos bíblicos.[3] El libro contiene muchas observaciones exegéticas astutas. Pero más de una vez (p. ej., en 1 Co 14:34-35) el autor argumenta a favor de la opinión de que los argumentos están tan finamente elaborados que es imposible decidir de un modo u otro. Esto es más que una admisión de que el propio Bartlett no puede decidir; más bien, es un argumento de que la evidencia exegética es tal que es imposible decidir, por lo que a otros se les prohíbe implícitamente decidir bajo el riesgo de ser acusados ​​de exégesis descuidada. Este es un buen ejemplo de una apelación a la ignorancia imperiosa. Pienso que en todos los casos algunos pueden decidir, con diversos grados de certeza, aunque otros confiesan que ellos no pueden decidir. Pero eso es muy diferente de legislar la ignorancia para evitar conclusiones que uno quiere evitar.

En tercer lugar, debemos ser cuidadosos para poder detectar estrategias editoriales que parecen diseñadas para introducir nuevas oleadas de incertidumbre. Considera un libro reciente editado por Preston Sprinkle, titulado Dos perspectivas de la homosexualidad, la Biblia y la iglesia.[4] La mayoría de nosotros estamos familiarizados con los libros de «dos (o tres, o cuatro) puntos de vista». Muchos de ellos son muy útiles: cuatro visiones sobre el milenio, digamos, o tres visiones sobre el rapto, o lo que sea. En el pasado, los libros de «puntos de vista» por lo general se han ocupado de debates dentro de los límites del evangelicalismo. Dichos libros por lo general no son del tipo que pretende ofrecer «dos puntos de vista sobre la deidad de Cristo». El libro de Sprinkle, publicado por una editorial evangélica, convierte ahora el debate sobre la legitimidad de la práctica homosexual en un asunto intra-evangélico. La publicidad del libro sostiene que ambas partes argumentan su caso «a partir de las Escrituras», aunque, por supuesto, los testigos de Jehová también argumentan su caso «a partir de las Escrituras». El punto es que si existe tal cosa como la ortodoxia, entonces no todas las cosas en disputa son apropiadamente discutibles. A veces, la iglesia cristiana se edifica y fortalece mediante empresas editoriales con visión de futuro; a veces está siendo manipulada por editores con poca o ninguna lealtad confesional o disciplina eclesiástica.

Cuarto, infórmate sobre la naturaleza de algunas epistemologías posmodernas que, aunque ahora rara vez se descifran, se asumen ampliamente. Hace veinte o veinticinco años, se requería que la mayoría de los estudiantes de artes (inglés, historia, estudios sociales, política, periodismo y similares) se familiarizaran con las ideas (y, en las mejores universidades, los escritos) de Jacques Derrida, Michel Foucault, Jean-François Lyotard y una multitud de otros escritores de ideas afines. Es decir, se hacía necesario aprender y defender la teoría que estaba detrás del posmodernismo, en especial la epistemología posmoderna. Pocos estudian a estos autores hoy en día, pero muchos han bebido a profundidad del efluente del movimiento. En otras palabras, muchos todavía piensan de manera que son abiertamente posmodernas, a pesar de que su comprensión de la teoría subyacente es débil. En algunos casos, no saben lo que Foucault entendía por totalización, pero despliegan un argumento similar si alguien hace una afirmación exclusivamente religiosa.

Puede ser útil comenzar con un ejemplo que era mucho más actual a mediados del siglo XX. Cuando era estudiante de seminario, uno de los libros sobre hermenéutica que teníamos que leer era Bernard Ramm, Interpretación bíblica protestante.[5] Estuve expuesto al libro en su primera y segunda edición, donde no había interacción con la hermenéutica posmoderna. La tercera edición agregó algún material para inclinar el sombrero en esa dirección, pero la mayor parte compartió las suposiciones de las dos primeras ediciones. La tarea de la hermenéutica bíblica es desarrollar habilidades que me permitan a «mí», el intérprete, hacer preguntas sobre «eso», el texto. Yo, el conocedor/intérprete, dirijo las preguntas apropiadas al texto, y el texto, por así decirlo, me responde con la misma franqueza. Pero la «nueva» hermenéutica (¡ahora bastante antigua!), es decir, la hermenéutica posmoderna, señala, de manera bastante reveladora, que el «yo» que hace las preguntas nunca es neutral, nunca es confiablemente objetivo. Tal vez el «yo» sea un varón blanco, de clase media, occidental, bien educado, que busca un puesto en una buena universidad. Es probable que las preguntas que él hace no sean las mismas que las preguntas de un pilluelo empobrecido, semianalfabeto, de la calle en un barrio pobre de Lagos, interesado en un evangelio de salud, riqueza y prosperidad predicado en un tabernáculo cercano. Aparentemente ninguno de nosotros hace una pregunta puramente neutral. Nuestras ubicaciones sociales y culturales garantizan que mi pregunta no sea un golpe directo; es más un golpe de refilón que refleja un ángulo que dice más sobre el «yo», el conocedor-intérprete, que sobre el texto. De manera similar, el texto tampoco responde directamente. Responde con una respuesta que está sustancialmente determinada por el tipo de pregunta que se le ha dirigido, la cual a su vez está determinada por quién es el «yo». Así que «yo» golpeo el texto con una pregunta de refilón, y el texto responde con una respuesta de refilón. El «yo» sin duda se ve afectado de alguna manera por la respuesta que ha recibido, de manera que cuando el «yo» dispara otra pregunta, esta es sutilmente diferente a la pregunta anterior, como lo es la respuesta que da el texto. Así, texto e intérprete han establecido un «círculo hermenéutico», sin una forma obvia de escapar de la subjetividad. En la medida en que este modelo sea válido, afecta cómo interpretamos la literatura, cómo damos forma a la historia que escribimos y leemos, cómo evaluamos la evidencia, etc. De repente, nos hemos topado con algunas razones profundas, algunas razones hermenéuticas posmodernas, para justificar la acusación escéptica: «Pero esa es solo tu interpretación».

El resultado es una abundancia de interpretaciones innovadoras que transforman las creencias personales y (si suficientes personas las aceptan) los supuestos culturales. Como ha señalado Richard Topping: «Recuerda que vivimos en una época en que seis de los siete pecados capitales son condiciones médicas y el orgullo es una virtud».[6] Cuando suficientes personas absorben las interpretaciones que ha autorizado el posmodernismo, es fácil para un cristiano sentirse excluido. Topping continúa recordándonos la conocida línea de Flannery O’Connor, quien dijo: «Conocerás la verdad, y la verdad te hará extraño».[7] Por el contrario, si con Demas decides que no puedes saber la verdad, entonces en la cultura sumergida en el efluente del posmodernismo, no serás extraño. Además, tampoco conoces la verdad.

Los comienzos de una respuesta pueden resumirse en varios puntos.

(1) Es importante evitar una respuesta que polarice de forma innecesaria, ya que, de manera transparente, ningún intérprete, ningún «yo», ningún conocedor, es perfectamente objetivo. La única forma de lograr la perfección en ese departamento es (¡aquí vamos de nuevo!) volviéndose omnisciente. En otras palabras, la hermenéutica tradicional tiene una deuda de gratitud por recordarnos a todos cómo no podemos escapar de nuestra subjetividad, nuestra finitud, nuestros puntos ciegos culturales.

(2) Sin embargo, no es lógico concluir que todas las interpretaciones puedan ser igualmente válidas o inválidas. La experiencia nos muestra que nuestros esfuerzos de interpretación no nos relegan a un círculo hermenéutico; más bien, nuestro conocimiento, nuestras interpretaciones, se asemejan más al movimiento de una espiral hermenéutica: a medida que damos vueltas sobre el texto una y otra vez, nos acercamos más y más a la comprensión fiel, aun si no es la comprensión disponible solo a la Omnisciencia.[8] O para cambiar el modelo matemático, los intentos persistentes de comprender algo, sobre todo los textos bíblicos, nos colocan regularmente en un enfoque asintótico del conocimiento perfecto (es decir, nunca llegaremos allí [porque esa es la prerrogativa de la Omnisciencia], pero podemos acercarnos tan cerca que es «tan bueno como» o «como si» hubiéramos logrado llegar hasta el final, muy parecido a las aproximaciones en una disciplina como el cálculo).[9]

(3) La idoneidad de estos modelos de aprendizaje y conocimiento (es decir, nos acercamos más al conocimiento fiel con el tiempo) se confirma por la forma en que aprendemos, ya sea que el tema sea griego, versos de Spenser, estadísticas, microbiología o estudios bíblicos. Nuestros primeros intentos de conocer cualquier tema exponen cuán grande es la distancia entre lo que creemos que sabemos y lo que realmente está allí (medido por aquellos cuyo estudio diligente los ha acercado asintóticamente). Los seres humanos aprendemos; llegamos a conocer por grados; nos autocorregimos; comparamos notas con otros. Nada de esto apoya la noción de que mediante una disciplina hermenéutica diligente podamos obtener un conocimiento perfecto (es decir, omnisciente), pero seguramente excluye la conclusión de que todo supuesto conocimiento no es ni mejor ni peor, ni más fiel ni menos fiel, que cualquier conocimiento aparente en competencia. De manera similar, si bien deberíamos criticar a aquellas culturas condescendientes que desdeñan a todas las demás culturas, nos resulta difícil justificar la opinión de que todas las culturas tienen el mismo mérito y valor para todas las demás culturas. ¿La cultura del nazismo tiene el mismo valor y mérito que la cultura de, digamos, la Madre Teresa?

Por fin sabemos que toda la verdad es gris: no más

La retórica estridente de Fe, esta trampa cegadora

De absolutos, este mapa de colores brillantes

Del bien y el mal: nuestro océano no tiene orilla.

La verdad dogmática es quimera: deplora

Toda arrogancia: el gris macizo socavará

Los matices centelleantes del fanatismo, y tapará

El arco iris, enmascarará el sol, hará que se eleve la insipidez.

Sin embargo, diminutas y fugaces vacilaciones acechan

Detrás de las olas históricas de la nube

Como centelleante gloria prismática en la oscuridad:

La libertad del gris se convierte en un sudario.

Donde nada puede ser falso, la verdad debe alejarse,

Sobre todo la verdad de que todo mi mundo es gris.[10]

(4) Finalmente, los modelos cambian de nuevo si nos convencemos de que la Omnisciencia nos ha hablado amablemente con las palabras del lenguaje humano. Eso no quiere decir que Dios nos dé la capacidad de disfrutar nosotros mismos del conocimiento omnisciente: para eso, tendríamos que ser Dios. Pero seguramente es razonable suponer que este Dios omnisciente sabe qué palabras, expresiones idiomáticas, sintaxis y figuras del lenguaje usar para comunicarse mejor con los portadores de su imagen, por más perdidos y ciegos que puedan estar. Sobre todos los temas sobre los que más quiere que estemos informados, en amor dice una y otra vez lo mismo, en palabras de diferentes autores humanos, en diferentes contextos. No solo eso, sino que generosamente otorga su Espíritu para iluminar el entendimiento. Él espera que sus lectores sean como los creyentes en Berea, quienes «recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando diariamente las Escrituras, para ver si estas cosas eran así» (Hch 17:11), un ejemplo maravilloso de crecer en conocimiento sin jamás afirmar poseer el conocimiento omnisciente. En otras palabras, es posible (así como urgente) avanzar hacia lo que Pablo llama en otro lugar «la norma de las sanas palabras» (2 Ti 1:13; cp. Ro 6:17), para no encontrarnos invirtiendo lo que Dios ha declarado (cp. Is 5:20-21). La noción de un «patrón de conocimiento sólido» señala cuánto nuestra comprensión de este o aquel texto o tema está moldeada y reconfigurada por los «datos» de nuestra propia cosmovisión, de nuestras preconcepciones. Pero eso exigiría al menos otro editorial.

Finalmente, este carácter especial de la Palabra de Dios, en el que el Dios omnisciente está detrás de ella, por muy defectuosos que sean nuestros esfuerzos interpretativos de ella, nos llama a la humildad y al temor piadoso cada vez que abordamos el texto sagrado. Dios declara: «Pero a este miraré: al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante Mi palabra»  (Is 66:2). Para nuestros propósitos, hay dos lecciones que se pueden extraer de esta afirmación.

(1) La profecía de Isaías una y otra vez aclara que Dios detesta todas las formas de religión que son en gran parte para ostentación, un barniz para enmascarar la codicia, la lujuria y la idolatría. Las habilidades cognitivas, por importantes que sean, no garantizan nada, porque la idolatría en nuestros poderes cognitivos sigue siendo idolatría. Así que buscamos correctamente maestros y predicadores que sin ambigüedades se coloquen bajo la Palabra en una humildad transparente, mientras que desconfiamos mucho de aquellos que intentan ser demasiado inteligentes a medias, que con una sonrisa y un guiño buscan domesticar la Escritura, en vez de ser dominados por ella.

(2) Esta postura también otorga al intérprete un cierto tipo de audacia humilde. Hace poco yo estaba hablando en una reunión cristiana sobre las líneas desarrolladas en este editorial. Al final de la sesión, una persona se me acercó enojada y llorando, diciendo que la había lastimado profundamente una y otra vez. Resultó que tenía una hija lesbiana, y al condenar la homosexualidad (a diferencia de Demas) la había herido mucho. No estaba en condiciones de que le dijera que mencioné la homosexualidad solo porque esa era la bisagra del argumento de Demas. Podría haberle dicho que en otra parte he tratado en alguna ocasión de hablar largo y tendido sobre este complejo tema; podría haber mencionado algunos autores excelentes y estimulantes, como Rosaria Butterfield. Pero la mujer estaba decidida a convertirse en víctima y en convertirme en abusador y victimario. Así que finalmente le pregunté, en voz muy baja, si su enojo y dolor provenían de lo que dije o de lo que Dios dice en las Escrituras. ¿Estaba enojada conmigo o con Dios? Tengo la práctica de escuchar interpretaciones alternativas y soy feliz de ser corregido: yo también debo querer ser un buen obrero que no tiene de qué avergonzarse en su manejo de la Biblia. Pero si tiemblo ante la Palabra de Dios, no eludiré lo que tiene que decir solo porque es culturalmente incómodo. Temblar ante la Palabra de Dios me deja contento de ser extraño en una cultura que no reconoce la autoridad de esa Palabra. Pero también me brinda un lugar para refugiarme.

«Pero esa es solo tu interpretación»: bueno, sí, es mi interpretación. ¿De quién más podría ser? Pero en el clima actual, la pregunta no está diseñada para ofrecer una interpretación superior o mejor justificada, sino para relativizar todas las interpretaciones. No se debe permitir que se mantenga esa súplica de ignorancia imperiosa. Finalmente, es incoherente e idólatra. Un enfoque mucho mejor de las Sagradas Escrituras se conserva para nosotros en el Salmo 119.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.

[1] Por ejemplo, Christopher Hitchens, God Is Not Great: How Religion Poisons Everything (Dios no es grandioso: Cómo la religión envenena todo) (Nueva York: Hatchett, 2007).

[2] Mike Ovey, «Off the Record: The Art of Imperious Ignorance» (Fuera de récord: El arte de la ignorancia imperiosa), Themelios 41 (2016):5-7, http://themelios.thegospelcoalition.org/article/the-art-of-imperious-ignorance.

[3] Andrew Bartlett, Men and Women in Christ: Fresh Light from the Biblical Texts (Hombres y mujeres en Cristo: Una perspectiva fresca de los textos bíblicos)  (Londres: Inter-Varsity Press, 2019).

[4] Preston Sprinkle, ed., Two Views on Homosexuality, the Bible, and the Church (Dos perspectivas de la homosexualidad, la Biblia y la iglesia) (Grand Rapids: Zondervan, 2016).

[5] Bernard Ramm, Protestant Biblical Interpretation (Interpretación bíblica protestante), 3ª ed. (Grand Rapids: Baker Books, 1980).

[6] Richard Topping, «Theological Study: Keeping It Odd» (Estudios teológicos: Manteniendo lo extraño), Scottish Bulletin of Evangelical Theology 37 (Revista escocesa de teología evangélica) (2019): 5.

[7] Topping, «Theological Study» (Estudios teológicos), 5.

[8] Cf. Grant R. Osborne, The Hermeneutical Spiral: A Comprehensive Introduction to Biblical Hermeneutics (La espiral hermenéutica: una introducción completa a la hermenéutica bíblica), 2ª ed. (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2006).

[9] He tratado de elaborar estos modelos en The Gagging of God: Christianity Confronts Pluralism (Grand Rapids: Zondervan, 1996).

[10] D.A. Carson, “The Postmodern”, publicado por primera vez en First Things 93 (mayo de 1999): 51, usado con permiso.

 

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