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Sospecho que muchos de nosotros hemos jugado el juego en el que una persona dice una palabra y todos los demás responden con lo primero que se les viene a la mente sin pausar para reflexionar.

Entonces, sin pensarlo, ¿qué les viene a la mente cuando les digo «Elección»?. Escribo esto unos cuarenta días antes de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, así que si eres estadounidense, sospecho que el referente mental evocado instantáneamente por la palabra «elección» es la consiguiente elección estadounidense que tendrá lugar este año (2020). Por supuesto, si las personas que jugaron el juego fueran un pequeño grupo de estudiantes de teología que acababan de escuchar una hora de clase sobre Romanos 9, las expectativas bien podrían haber cambiado de tal manera que lo que vendría a la mente estaría en la esfera teológica, no en la política. Para garantizar el predominio de la esfera teológica en nuestro pequeño juego, podríamos reemplazar «elección» con «predestinación», ya que la primera parece ser un subconjunto de la segunda y la última, por lo regular, no evoca el mundo de la política (aunque ¡sin duda debería!). Entonces, ¿qué viene a la mente cuando se introduce «elección» o «predestinación» en nuestro pequeño juego, con el juego delimitado en una esfera teológica? ¿Qué asociaciones de palabras evocan estas palabras? ¿Teología reformada? ¿Soberanía divina? ¿Discusión teológica? ¿Dort? ¿Confesión de Westminster? ¿Determinismo? ¿Misterio? ¿Presciencia? ¿Compatibilidad? ¿El punto de vista distintivo de Barth de la elección? ¿Libre albedrío? ¿Gracia? ¿La bondad de Dios?

¿Qué hay de la gratitud?

Olvídate del juego. Piensa en todas las ocasiones en las que has meditado o estudiado sobre la elección o que la has discutido con otros: ¿fue la gratitud la respuesta abrumadora de tu corazón y tu mente? Ni por un momento debemos pensar que todas las demás asociaciones son inapropiadas. Es correcto y bueno pensar largo y tendido sobre la elección y todos los temas que se asocian con ella por exégesis o por teología. Pero ¿por qué la gratitud se incluye tan raramente entre ellos?

Me sentí impulsado a meditar sobre esta pregunta hace poco cuando estaba trabajando en la gran oración de acción de gracias de Pablo (Ef 1:3-14). Pablo empieza diciendo: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo» (Ef 1:3). En los siguientes versículos, el apóstol desarrolla el tipo de cosas que tiene en mente cuando declara que alaba a Dios por «toda bendición espiritual… en Cristo». Lo primero que menciona es la elección: «Porque Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él. En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme a la buena intención de Su voluntad» (Ef 1:4-5).

Podríamos reflexionar útilmente sobre los modificadores. Por ejemplo, fuimos escogidos «en Cristo»; fuimos predestinados para ser adoptados como hijos «mediante Jesucristo». ¿Qué significa ser bendecido «en los lugares celestiales en Cristo»? Es apropiado reflexionar en la meta de la elección, específicamente, «que fuéramos santos y sin mancha delante de Él» (Ef 1:4). Pero lo que no se puede pasar por alto es que Pablo ofrece alabanzas con acción de gracias a Dios por estar entre los elegidos. Este tema es tan importante para Pablo que vuelve a él más adelante, usando palabras un tanto diferentes: «En Él hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de Aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de Su voluntad, a fin de que nosotros, que fuimos los primeros en esperar en Cristo, seamos para alabanza de Su gloria» (Ef 1:11-12). Pablo casi rebosa de gratitud al dejar fluir su oración.

Aquellos de nosotros que entendemos que la elección con frecuencia es presentada en la Biblia como incondicional, entendemos que una de las funciones propias de la elección es infundir gratitud. Nos encanta cantar:

«Busqué al Señor y después supe que

Él movió mi corazón a buscarlo, al buscarme a mí.

No fui yo quien halló, oh Salvador verdadero;

No, fui encontrado por ti».

Luego, evocando la escena de Pedro caminando (¡o no!) sobre el agua:

«Tú extendiste tu mano y tomaste las mías.

Caminé y no me hundí, en el mar barrido por la tormenta.

No fue tanto que yo me aferré a ti

como Tú, amado Señor, a mí».

En algún nivel u otro, sabemos estas cosas. Sin embargo, sospecho que no fueron pocos los lectores de este editorial que se sorprendieron al ver el título por primera vez. Murmuraste: «Sin duda deberíamos estar agradecidos de estar entre los elegidos, pero decirlo así suena a arrogancia y está en peligro de todas las caricaturas más feas del calvinismo. ¿No debería atenuarse un poco el lenguaje?».

Después me encontré con una hermosa expresión de gratitud por la elección en la vida de una joven viuda cristiana. La llamaremos Raquel, y a su difunto esposo, pastor fiel y eficaz, lo llamaremos Roberto. Roberto murió de una enfermedad que asoló su cuerpo y su mente. Tengo el permiso de Raquel para compartir con ustedes partes de su carta. Se han alterado dos o tres detalles para enmascarar su identidad, pero las palabras son todas suyas, editadas muy ligeramente para garantizar la coherencia. En este punto de su carta, ella habla de cantar con sus hijos las canciones que se transmiten en vivo desde su iglesia:

«Estas canciones me conmueven, especialmente The Perfect Wisdom of Our God (La sabiduría perfecta de nuestro Dios). La elegí para el funeral de Roberto por lo que dice el último verso:

“Cada hebra de dolor tiene un lugar

Dentro de este tapiz de gracia.

Entonces, a través de las pruebas, elijo decir:

‘Tu voluntad perfecta a tu manera perfecta’”.

A medida que Roberto iba perdiendo su salud y su mente, tenía alrededor de cinco grandes razones por las que esto no parecía ni remotamente perfecto. Recuerdo haberle dicho al copastor de Roberto que me estaba ahogando con las palabras. Pero en mi punto más bajo, de mala gana y malhumorada, elegí cantarlas. Lo importante no era si estaba o no de mal humor. Lo significativo fue que en realidad las canté, declarando mi fe en Dios y en su orquestación, mi fe en Él…

En términos de «bondad moral» (si existe tal cosa), creo que soy bastante promedio. Tal vez estoy siendo generosa conmigo misma: soy propensa a ser demasiado despreocupada y egoísta, dada a los extremos y a la autocomplacencia. Pero a menudo soy capaz de mostrar compromiso, amabilidad e integridad. Así que sí, promedio, de verdad, para ser franca.

Pero siento que he sido marcada. ¡Estoy marcada! Estoy convencida de que lo que me distingue es dónde elijo poner mi fe.

¡Eso es todo!

Creo que he sido bendecida de manera constante e inmerecida, sustentada y provista de forma desproporcionada, me encuentro inesperadamente rodeada de gozo, paz, esperanza, amor, personas maravillosas y niños edificantes. Mi vida ha sido rescatada y redimida una y otra vez a pesar de mis incesantes fallas y defectos. Tengo un sentido genuino de “¿Por qué yo?” en el buen sentido.

“Tu voluntad perfecta a tu manera perfecta”: Yo sé dónde poner mi fe. Ese es mi privilegio. Ese es el regalo que me han dado. Me he visto deambular, desviarme y equivocarme tanto de manera trivial como profunda, pero al final siempre vuelvo al lugar correcto, a la persona correcta, a la única persona. Hermano, Amigo, Redentor, Libertador, Rey, Señor, Esposo, Padre, Salvador, Creador. He podido confiar en Dios con mis “hebras de dolor”. Estoy bajo sus alas y siempre lo estaré.

¡Eso es todo!

En cierto modo, es tan injusto que pueda reconocer a Jesús por quién Él es cuando tantas otras personas a las que respeto y amo no parecen querer o no poder hacerlo. Escucho su voz y sé que es el Buen Pastor. Para mí, es obvio. La fe es un don, pero es un don gratuito y no hay exámenes que aprobar ni evaluaciones de moralidad.

Nuestras “hebras de dolor” tienen solo un milímetro de largo en la cuerda que desaparece en el horizonte donde Roberto invirtió su vida. Enseñó, vivió y murió esta “sabiduría perfecta”».

Gracias, Raquel.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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