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Nota del editor: 

Este ensayo fue escrito originalmente en los primeros meses de la pandemia de COVID-19, cuando ni siquiera había vacunas. No obstante, a casi dos años del inicio de la pandemia, vemos útil publicar en español esta reflexión por las verdades teológicas que contiene. Son verdades basadas en la Palabra de Dios que sostuvieron y edificaron a muchos creyentes al comienzo de la pandemia y continúan siendo relevantes.

«Así que tú, mundo enfermo, te confundes con estar
bien, cuando ¡ay! estás en un letargo…
No hay salud; los médicos dicen que nosotros,
En el mejor de los casos, disfrutamos de una neutralidad.
¿Puede haber peor enfermedad que saber
que nunca estamos bien ni podremos estarlo?»

—John Donne, An Anatomy of the World (Una anatomía del mundo)[1]

Una vez más, el término aterrador «pandemia» ha ocupado la primera plana de las noticias. El 31 de diciembre de 2019, los funcionarios de salud chinos informaron casos de enfermedades respiratorias graves en personas asociadas con un gran mercado en Wuhan, China.[2] Este brote pronto se relacionó con un «nuevo coronavirus» (más tarde recibió el nombre inocuo de «COVID-19») y la Organización Mundial de la Salud declaró «una emergencia mundial de salud pública» debido al virus mortal.[3] El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud caracterizó al COVID-19 como «una pandemia», con casos confirmados del virus en más de 100 países, miles de muertes confirmadas y miles de casos nuevos siendo informados cada día.[4] El Centro para el Control de Enfermedades de Estados Unidos advierte en términos aciagos de que «no existe una vacuna para proteger contra el COVID-19» ni «ningún tratamiento antiviral específico para el COVID-19».[5] A pesar de los impresionantes avances científicos en nuestra era moderna, los proveedores médicos y los investigadores no estaban preparados para contrarrestar este coronavirus cuando estalló en escena. Sin vacuna ni cura, el gobierno chino recurrió a la contención, imponiendo cierres residenciales que afectaron a más de la mitad de la población del país, mientras que las principales aerolíneas cancelaron vuelos hacia y desde China.[6] La propagación global del coronavirus provocó cuarentenas nacionales en Italia y en otros países, severas restricciones de viaje, cierres de escuelas y negocios y cancelaciones de eventos deportivos importantes. El presidente de Francia hasta le declaró la «guerra» al enemigo invisible.[7] Aun las iglesias en varios continentes se han visto obligadas a cancelar o modificar los servicios de adoración colectiva.

La pandemia de coronavirus es la última de una larga serie de brotes de enfermedades que han causado estragos en la humanidad a lo largo de los siglos y es muy probable que no sea la última. Este editorial ofrece reflexiones teológicas, históricas y pastorales sobre la dolencia y la enfermedad.

1. La enfermedad en perspectiva bíblica

La enfermedad y la muerte han marcado de forma indeleble la experiencia humana al este del Edén. Al principio, no habían parásitos rebeldes ni gérmenes dañinos: todo era «bueno en gran manera» (Gn 1:31). Sin embargo, todo cambió cuando el pecado entró en el mundo «y por medio del pecado la muerte» y la creación misma «fue sometida a vanidad» (Ro 5:12; 8:20). Aunque el AT no explica este punto, las realidades de la enfermedad y la dolencia acompañan  los «espinos y cardos» de la maldición de la creación y la sentencia de la humanidad de «polvo… al polvo». Sin pecado, los seres humanos no experimentarían muerte ni enfermedad, la cual sirve como «antesala de la muerte».[8]

El AT hace hincapié en que el Señor es el único que tiene la autoridad final para herir y sanar (Dt 32:39; cp. Job 5:18). Yahvé golpea a Egipto con varias «enfermedades», pero promete sanar y proteger a su pueblo si escuchan su voz (Éx 15:26; Dt 7:15). Asimismo, cuando los filisteos capturan el arca, Yahvé los aqueja con tumores y les causa «un pánico mortal» (1 S 5:6-12). «Plagas» es también uno de los cuatro terribles juicios de Yahvé contra Israel, junto con la espada, el hambre y las fieras (Ez 14:21; cp. Dt 32:24-26; ​​Ap 6:8). En varias ocasiones en el AT, Yahvé aflige a su pueblo con pestilencia a causa de su infidelidad. Por ejemplo, en respuesta al censo pecaminoso de David, Yahvé hirió la tierra con su «espada» de pestilencia y perecieron 70,000 hombres de Israel (1 Cr 21:12-14). Debido a que Joram anduvo «en el camino de los reyes de Israel» y condujo a Judá a la prostitución espiritual, el Señor trae «un gran azote» sobre el pueblo y hiere al rey malvado con una enfermedad grave e incurable en sus intestinos, «y murió con grandes dolores» (2 Cr 21:12-19).

Sin embargo, las Escrituras no siempre relacionan la enfermedad con transgresiones personales o corporativas específicas. Por ejemplo, el gran profeta Eliseo, que resucitó al hijo de la sunamita y sanó a Naamán de la lepra, enfermó él mismo de una enfermedad terminal (2 R 13:14). En el NT, Jesús corrige el razonamiento bien armado de causa y efecto de sus discípulos que relaciona los sufrimientos físicos con los pecados personales (Lc 13:1-5; Jn 9:1-3).

Los profetas también anticipan el día en que Yahvé reúna a su pueblo disperso y afligido para vendar sus heridas y sanarlos, no solo de sus aflicciones físicas, sino también de «su apostasía» (Os 14:4; cp. Is 30:26; Jr 30:17; 33:6). El flagelo del sufrimiento y la esperanza de la restauración mueven al pueblo de Dios a escuchar el llamado de Oseas: «Vengan, volvamos al Señor. Pues Él nos ha desgarrado, pero nos sanará; nos ha herido, pero nos vendará» (Os 6:1).

Jesús declara que Él «ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lc 19:10), en contraste con los líderes egoístas de Israel que fallaron en fortalecer a los débiles, sanar a los enfermos, vendar a los heridos y buscar a los perdidos (Ez 19:10, 34:4). Él muestra compasión por los afligidos y desamparados (Mt 9:36) y sana a los enfermos y oprimidos (Hch 10:38). Las sanaciones de Cristo autentican su ministerio como verdaderamente de Dios, señalan el amanecer de la era de la restauración y también apuntan a la sanación más profunda que Él logra a través de su muerte expiatoria por los pecados (1 P 2:24; cp. Is 53:3-4; Mt 8:16-17).

Por lo tanto, las Escrituras no presentan la enfermedad como moralmente neutral o «indiferente» como la presentan los filósofos.[9] Más bien, la enfermedad y otras causas de dolor y sufrimiento son parte de este mundo quebrantado e infectado por el pecado y estos terrores no tendrán cabida en la nueva creación, donde Dios hará retroceder la maldición, enjugará toda lágrima y hará nuevas todas las cosas (Ap 21:4; 22:3; cp. Is 25:8).

2. La enfermedad es una parábola

Los profetas seculares advierten que las pandemias mundiales se encuentran entre las mayores amenazas que enfrenta la humanidad,[10] pero los profetas bíblicos presentan la enfermedad como una parábola de la mayor enfermedad de la humanidad: el pecado.

«Toda cabeza está enferma, y todo corazón desfallecido» (Isaías 1:5).

«Más engañoso que todo es el corazón, y sin remedio; ¿Quién lo comprenderá?» (Jeremías 17:9).

«“¡Qué débil es tu corazón”, declara el Señor Dios, “cuando haces todas estas cosas, las acciones de una ramera desvergonzada!”» (Ezequiel 16:30).

«Cuando Efraín vio su enfermedad y Judá su herida, Efraín fue a Asiria y envió mensaje al rey Jareb; pero él no los podrá sanar, ni curar su herida» (Oseas 5:13).

El pecado es la mayor pandemia, que infecta a todos los hijos de Adán y a las hijas de Eva (cp. Ro 5:12). Es «una enfermedad profunda, universal y fatal… Su acción es letal y tóxica, y todos portamos el germen».[11] Calvino lo expresa de esta manera: «Innumerables son los males que acosan la vida humana; innumerables, también, las muertes que la amenazan. No necesitamos ir más allá de nosotros mismos: dado que nuestro cuerpo es el receptáculo de mil enfermedades, de hecho contiene dentro de sí y fomenta las causas de las enfermedades, un hombre no puede andar sin el peso de muchas formas de su propia destrucción».[12] No hay solución política, remedio científico o programa educativo que pueda curar o contener la pandemia del pecado humano. Sin embargo, muchas, si no la mayoría de las personas, no reconocen su condición cancerosa ni comprenden su diagnóstico mortal.

3. La enfermedad es iconoclasta

La enfermedad es iconoclasta: pone en evidencia y destroza nuestros ídolos culturales más preciados. Los devotos de las religiones antiguas hacían sacrificios a los dioses para asegurar beneficios temporales tales como prosperidad, larga vida y fertilidad, mientras pedían ser librados de «enfermedades, escasez, esterilidad, muerte prematura».[13] Las personas en las sociedades seculares modernas quieren más o menos las mismas provisiones y protecciones, sin embargo, «viven de una manera que no tiene en cuenta lo trascendente».[14] Considera la forma en que este brote reciente de enfermedad ilumina y desafía los ídolos contemporáneos de la seguridad, la prosperidad y el bienestar.

3.1. La enfermedad destruye el ídolo de la seguridad

Las personas en todo el mundo anhelan seguridad, es decir, estar libres de amenazas o peligros. La falta de seguridad es uno de nuestros temores más profundos. Debemos pasar controles de seguridad en aeropuertos y edificios gubernamentales para reducir la amenaza del terrorismo. Cerramos nuestras puertas o instalamos sistemas de seguridad en el hogar para evitar robos. Instalamos software antivirus y usamos contraseñas seguras en línea para proteger nuestros dispositivos y datos personales para evitar el malware y el robo de identidad. Gobiernos como el de Estados Unidos y China invierten cientos de miles de millones de dólares al año en seguridad interna y externa, pero ni las fuerzas militares más formidables ni los sistemas de vigilancia más sofisticados pueden detectar, detener o desarmar la amenaza invisible de virus como el COVID-19.

3.2. La enfermedad destroza el ídolo de la prosperidad

El llamado sueño americano de lograr la felicidad y el éxito es en realidad una aspiración global compartida (con algunas variaciones) por muchas sociedades antiguas y modernas. 1 Reyes 4:25 expresa de manera apropiada la visión del AT de la buena vida: «Y Judá e Israel vivieron seguros, cada uno bajo su parra y bajo su higuera, desde Dan hasta Beerseba, todos los días de Salomón». Aristóteles habló de la «felicidad» (εὐδαιμονία) como el bien supremo de la humanidad: «la más placentera, la más bella y la mejor de todas las cosas» (Ética eudemia, 1214a), aunque los filósofos advirtieron que la verdadera felicidad no se encuentra en nuestras circunstancias, estado o posesiones. El famoso «Sueño chino» del presidente Xi Jinping llamó a una marcha hacia la «prosperidad común».[15] Sin embargo, el brote del COVID-19 a inicios del 2020 causó una interrupción masiva de la segunda economía más grande del mundo, cerrando escuelas, oficinas y negocios e interrumpiendo el comercio y los viajes durante semanas. El temor a la rápida propagación del virus más allá de China hizo que los mercados estadounidenses y mundiales se desplomaran y obligó a numerosas empresas a despedir o suspender a los trabajadores. Las dificultades financieras causadas por esta crisis de salud pública exponen nuestros temores de inestabilidad y pérdida.

Jesús advirtió: «Ustedes no pueden servir a Dios y a las riquezas» (Mt 6:24) y Pablo comparó la codicia con la «idolatría» (Col 3:5; cp. Ef 5:5). Brian Rosner explica: «La codicia es idolatría porque los codiciosos van en contra de los derechos exclusivos de Dios al amor, la confianza y la obediencia».[16] Él observa con agudeza que «en las sociedades occidentales en general, la economía ha alcanzado lo que solo puede ser descrito como el mismo estatus de lo sagrado».[17] Mientras los cristianos ricos (y de «clase media») se preocupan por los números rojos sangrantes en nuestros saldos de cuentas de ahorro y jubilación debido a los temores sobre el brote del virus, debemos recordar que Mamón no puede salvarnos ni satisfacernos, ni puede ofrecer la verdadera seguridad para el futuro que sólo Dios puede dar.

3.3. La enfermedad aplasta al ídolo del bienestar

El instituto Global Wellness define el bienestar como «la búsqueda activa de actividades, opciones y estilos de vida que conducen a un estado de salud integral»[18]. El bienestar global era una industria valorada en $4.2 trillones, lo que incluye gastos en productos de belleza,  nutrición y dieta, turismo de bienestar, fitness, spas y otros. Los evangelistas del bienestar prometen salud y plenitud a quienes frecuentan este gimnasio, siguen ese programa y usan estos productos. Sin embargo, la enfermedad afecta tanto a los aptos como a los no aptos, un incómodo recordatorio de nuestra fragilidad y mortalidad. Como señala Vanhoozer: «“Mejórate pronto” suena vacío para el hombre en su lecho de muerte».[19]

La enfermedad nos ofrece un recordatorio saludable de nuestras debilidades y limitaciones. No tenemos cuerpos biónicos. El salmista reflexiona sobre la duración de la vida humana como setenta u ochenta años, que están llenos de «trabajo y pesar» (Sal 90:10). No se nos prometen ochenta años, sino que debemos «contar de tal modo nuestros días» (Sal 90:12). Incluso con un régimen óptimo de dieta, ejercicio y sueño, nuestros cuerpos se vuelven más lentos y se descomponen hasta que finalmente morimos. La enfermedad puede acelerar rápidamente este proceso de muerte, pero cada uno de nosotros vive dentro de los límites impuestos por Dios, aun cuando anhelamos que Dios restaure todas las cosas en la resurrección.

4. Respondiendo a la enfermedad

¿Cómo respondió la iglesia cuando «un tercio del mundo murió» en la Europa medieval del siglo catorce debido a la «Peste Negra»?[20] La mayoría explicó la calamitosa plaga como una expresión del castigo divino contra el pecado humano y buscó apaciguar la ira de Dios de varias maneras, incluyendo el arrepentimiento público en cilicio y cenizas, la autoflagelación y la violencia contra los judíos a quienes se culpaba de envenenar el agua. Los evangélicos del siglo dieciséis interpretaron consistentemente la «enfermedad del sudor inglés» como la «vara» divina enviada para disciplinar a la nación por su maldad y los predicadores llamaron a los creyentes a orar y enmendar sus caminos.[21] Durante el siglo diecisiete, tres brotes de peste bubónica acosaron Inglaterra. La iglesia protestante identificó esta enfermedad como un flagelo divino que derriba el pecado. Un predicador de Londres comparó la plaga de 1625 con el «rollo volador» de Zacarías 5:1-4 que viaja por la tierra y llamó a los congregantes a recordar este momento de juicio de Dios.[22] Los protestantes generalmente respondían a estas pruebas con «una introspección» para examinar la conciencia y el comportamiento a la luz de las Escrituras en lugar de procesiones públicas y estrategias violentas de apaciguamiento.[23] Otros, como John Donne, también reflexionaron sobre la brevedad de la vida y la «descomposición» de este mundo enfermo.[24]

A la luz de este breve análisis bíblico y estudio histórico, pasamos ahora a considerar tres formas en que los seguidores de Cristo deben responder a la amenaza de las pandemias mundiales y las pruebas de enfermedades personales.

Primero, las crisis de salud pública nos obligan a enfrentar nuestros miedos. El miedo es una reacción natural al peligro, la muerte y los tiempos inciertos. ¿Qué haremos con nuestros miedos? El miedo lleva a algunas personas a minimizar la amenaza, mientras que otras magnifican el peligro como algo absorbente. Algunos han respondido al brote de COVID-19 cuidando a los vulnerables, mientras que otros expresan sus temores amenazando o excluyendo a los chinos en sus comunidades.[25] Para los cristianos, el miedo puede impulsarnos a «volver a la obediencia y la caridad», soltando nuestro control de las cosas de este mundo y recordándonos que nuestro «verdadero bien está en otro mundo» y nuestro «único real tesoro es Cristo».[26] Muchos cristianos chinos en Wuhan respondieron al aterrador brote de coronavirus pidiendo oración y distribuyendo mascarillas, comida y tratados evangélicos.[27] Andy Crouch sabiamente escribe: «Necesitamos redirigir la energía social de la ansiedad y el pánico al amor y la preparación».[28] Cuando recordamos que «Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones» (Sal 46:1), podemos superar los temores que nos debilitan y responder a las crisis con valentía y compasión por nuestro prójimo en necesidad.

Segundo, la enfermedad es una ocasión para buscar al Señor. Considera las respuestas contrastantes de Asa y Ezequías a su enfermedad:

«En el año treinta y nueve de su reinado, Asa se enfermó de los pies. Su enfermedad era grave, pero aun en su enfermedad no buscó al Señor, sino a los médicos» (2 Crónicas 16:12).

«En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte; y oró al Señor, y Él le habló y le dio una señal» (2 Crónicas 32:24).

El punto del cronista no es criticar el trabajo de los médicos, sino enfatizar la necesidad fundamental de «buscar al Señor» en la enfermedad.[29] Mientras que Asa guio al pueblo a buscar al Señor con todo su corazón y toda su alma en años anteriores (2 Cr 15:12), él confía solo en expertos humanos en su momento de necesidad personal en lugar de volverse a su Dios en oración. En contraste, Yahvé responde a la oración entre lágrimas en un lecho de muerte, restaurando la salud del rey y prolongando su vida otros quince años (2 R 20:1-7).

Al igual que Ezequías, Josafat ofrece una respuesta modelo para tiempos difíciles. Al escuchar la noticia de que un gran ejército marchaba contra Judá, el rey «tuvo miedo y se dispuso a buscar al Señor». Él proclama un ayuno y reúne al pueblo «para buscar ayuda del Señor» (2 Cr 20:3-4). Entonces Josafat oró:

«Si viene mal sobre nosotros, espada, juicio, pestilencia o hambre, nos presentaremos delante de esta casa y delante de Ti (porque Tu nombre está en esta casa), y clamaremos a Ti en nuestra angustia, y Tú oirás y nos salvarás… no sabemos qué hacer; pero nuestros ojos están vueltos hacia Ti» (2 Crónicas 20:9, 12).

Sevilla escribe: «Josafat tenía una disposición de confianza, sin importar el peligro. Aun ante la pestilencia o la plaga, clamó a Dios».[30]

Tercero, la enfermedad y otras formas de sufrimiento también prueban nuestra fe y revelan nuestra esperanza. Considera las palabras de Pedro: «En lo cual ustedes se regocijan grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, sean afligidos con diversas pruebas, para que la prueba de la fe de ustedes, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo» (1 P 1:6-7). El apóstol ayuda a los creyentes a reconocer que sus sufrimientos y luchas presentes, ya sea debido a la exclusión social, amenazas, enfermedades, etc., no son golpes aleatorios del destino, sino una prueba diseñada por Dios para probar su fe y prepararlos para la gloria. Un pastor de Wuhan reflexionó de manera similar: «Es evidente que nos enfrentamos a una prueba de nuestra fe». Él recuerda a los creyentes que «Cristo ya nos ha dado su paz, pero su paz no es para librarnos del desastre y de la muerte, sino para tener paz en medio del desastre y de la muerte, porque Cristo ya ha vencido estas cosas».[31] Nuestra paz presente y esperanza futura deben impulsarnos a responder a las crisis como el brote de coronavirus con buenas obras que exalten a Cristo.

De modo que las crisis sanitarias mundiales nos impulsan a reflexionar sobre la verdadera pandemia de la rebelión humana contra un Dios santo. La enfermedad revela nuestros miedos y expone nuestros ídolos y sirve como una invitación urgente a buscar al Señor. Todas las personas, ricas y pobres, jóvenes y ancianas, religiosas y no religiosas, son susceptibles a la enfermedad y seguramente morirán algún día. Sin embargo, para los seguidores de Jesús, la enfermedad pone a prueba nuestra fe, revela nuestra esperanza y nos mueve a ser celosos por las buenas obras.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.

[1] John Donne, «An Anatomy of the World: The First Anniversary» (Una anatomía del mundo: El primer aniversario), en The Poems of John Donne (Los poemas de John Donne), ed. Edmund K. Chambers (Londres: Lawrence & Bullen, 1896), líneas 23-24, 91-94, https://tinyurl.com/qpaf5sy.
[2] Anita Patel y Daniel Jernigan, «Respuesta inicial de salud pública y orientación clínica provisional para el brote del nuevo coronavirus de 2019: Estados Unidos, 31 de diciembre de 2019–4 de febrero de 2020», Morbidity and Mortality Weekly Report 69.5 (Informe semanal de morbilidad y mortalidad) (2020): 140-146, https://tinyurl.com/yx6xp3xb.
[3] Judith Mischke, «Coronavirus: WHO Declares Global Emergency» (Coronavirus: la OMS declara una emergencia global), Politico, 30 de enero de 2020, https://tinyurl.com/wm56s2f.
[4] «Alocución de apertura del Director General de la OMS en la rueda de prensa sobre la COVID-19», Organización Mundial de la Salud, 11 de marzo de 2020.
[5] «What You Need to Know about Coronavirus Disease 2019 (COVID-19)» (Lo que necesitas saber sobre la enfermedad del coronavirus 2019), Centro para el Control de Enfermedades, 18 de febrero de 2020, https://tinyurl.com/r6kdabn.
[6] Raymond Zhong y Paul Mozur, «To Tame Coronavirus, Mao-Style Social Control Blankets China» (Para controlar el coronavirus: Control social estilo Mao cubre China), New York Times, 15 de febrero de 2020, https://tinyurl.com/soa4gsx.
[7] Steven Erlanger, «Macron Declares France ‘at War’ With Virus, as E.U. Proposes 30-Day Travel Ban» (Macron declara a Francia ‘en guerra’ contra el virus, ya que la UE propone una prohibición de viaje de 30 días), New York Times, 16 de marzo de 2020, https://tinyurl.com/vcsblnw.
[8] D.A. Carson, ¿Hasta cuándo, Señor? Reflexiones sobre el sufrimiento y el mal, 2da ed. (Publicaciones Andamio, 2012).
[9] Comparar Seneca, Ep. 82.10-12; 117.9.
[10] Por ejemplo, ver Simon Beard y Lauren Holt, «What Are the Biggest Threats to Humanity?» (¿Cuáles son las amenazas más grandes para la humanidad?), BBC, 15 de febrero de 2019, https://www.bbc.com/news/world-47030233.
[11] Ian Campbell, A Christian’s Pocket Guide to Sin: The Disease and Its Cure (Una guía de bolsillo para cristianos sobre el pecado: la enfermedad y su cura), (Escocia: Christian Focus, 2015), 1.
[12] Juan Calvino, Institutes of the Christian Religion (Institución de la religión cristiana), ed. John T. McNeill, trad. Ford Lewis Battles, Library of Christian Classics (Filadelfia: Westminster John Knox Press, 1960), 1:223 (1.17.10).
[13] Charles Taylor, A Secular Age (Una era secular) (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2007), 150.
[14] Taylor, A Secular Age (Una era secular) , 143
[15] Weia Li, «Xi Reveals Five-Year Road Map to Realize “Chinese Dream”»” (Xi revela plan de cinco años para alcanzar el “sueño Chino”), GB Times, 25 de octubre de 2017, https://tinyurl.com/t6d8c55.
[16] Brian Rosner,  «Soul Idolatry: Greed as Idolatry in the Bible» (Idolatría del alma: la avaricia como idolatría en la Biblia), ExAud 15 (1999): 81.
[17] Rosner, «Soul Idolatry» (Idolatría del alma), 82.
[18] «What Is Wellness?» (¿Qué es el bienestar?), Global Wellness Institute (Instituto global de bienestar), https://globalwellnessinstitute.org/what-is-wellness/.
[19] Kevin J. Vanhoozer, Hearers and Doers: A Pastor’s Guide to Making Disciples through Scripture and Doctrine (Oidores y hacedores: una guía del pastor para hacer discípulos a través de las Escrituras y la doctrina) (Bellingham, WA: Lexham, 2019), pág. 25.
[20] Mark Galli, «When a Third of the World Died» (Cuando murió un tercio del mundo), Christian History (Historia Cristiana) 15.1 (1996):37. Cp. Michael W. Dols, «The Comparative Communal Responses to the Black Death in Muslim and Christian Societies» (Las respuestas comunitarias comparativas a la peste negra en las sociedades musulmanas y cristianas), Viator 5 (1974):269–87.
[21] Brian L. Hanson, Reformation of the Commonwealth: Thomas Becon and the Politics of Evangelical Change in Tudor England (La reforma del Commonwealth: Thomas Beacos y las políticas del cambio evangélico en la Inglaterra Tudor), Teología histórica reformada 58 (Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 2019), 152.
[22] Ernest B. Gilman, Plague Writing in Early Modern England (La escritura de la plaga en los inicios de la Inglaterra moderna), (Chicago: University of Chicago Press, 2009), 73, citando a Sampson Price.
[23] Gilman, Plague Writing in Early Modern England (La escritura de la plaga en los inicios de la Inglaterra moderna), 91–92.
[24] Donne, «An Anatomy of the World» (Una anatomía del mundo), líneas 23, 127–36, 143; cp. Gilman,  Plague Writing in Early Modern England (La escritura de la plaga en los inicios de la Inglaterra moderna), 201.
[25] Jessie Yeung, «As the Coronavirus Spreads, Fear Is Fueling Racism and Xenophobia» (A medida que se propaga el coronavirus, el temor está alimentando el racismo y la xenofobia), CNN, 31 de enero de 2020, https://tinyurl.com/v8dsbe5.
[26] C.S. Lewis, El problema del dolor, (HarperOne, 2006).
[27] June Cheng, «Seeking Peace in Sickness» (Buscando la paz en la enfermedad), World Magazine (Revista mundial), 6 de febrero de 2020, https://world.wng.org/2020/02/seeking_peace_in_sickness.
[28] Andy Crouch, «Love in the Time of Coronavirus: A Guide for Christian Leaders» (Amor en tiempos de coronavirus: una guía para líderes cristianos), Praxis Journal, 12 de marzo de 2020, https://tinyurl.com/whcbdho.
[29] Neil G. Messer, Flourishing: Health, Disease, and Bioethics in Theological Perspective (Florecimiento: salud, enfermedad y bioética en perspectiva teológica) (Grand Rapids: Eerdmans, 2013), 58–59.
[30] Jason Seville, «King Jehoshaphat and the Coronavirus» (El rey Josafat y el coronavirus), The Gospel Coalition, 6 de febrero de 2020, https://tinyurl.com/r67bldp.
[31] «Wuhan Pastor: Pray with Us» (Pastor de Wuhan: Ore con nosotros), China Source, 28 de enero de 2020, https://tinyurl.com/sl8nejt.
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