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Odio admitir que el título de este artículo describe mi hogar con demasiada frecuencia. Nunca (o al menos eso me parece a mí) he perdido los estribos con mi esposa, mi personal, o mi congregación. Pero, lamentablemente, muchas veces siento (¿y actúo?) como el pequeño Ira de la película “Intensamente” cuando se trata de mis hijos. Demasiados suspiros frustrados, voces, y tonos ásperos (¡y eso es solo de parte de los padres!).

En Efesios 6:4, Dios dice a los padres —aunque yo creo no estaría mal que las madres escuchen también— que eduquen a los hijos en la disciplina y amonestación del Señor. También advierte en contra de provocar a nuestros hijos a la ira. Entonces, ¿cómo hacemos lo uno sin lo otro? ¿Cómo disciplinamos niños exasperantes sin exasperarlos innecesariamente?

Al comentar sobre Efesios 6:4, Martyn Lloyd-Jones ofrece siete principios que rigen nuestra acción disciplinaria como padres (La vida en el Espíritu, 278-284). Los títulos y los comentarios son míos. Las citas son del Doctor.

1. Autocontrol

“Somos incapaces de ejercer verdadera disciplina a menos que seamos capaces primero de ejercer el autocontrol, y disciplinar nuestros propios ánimos” (278).

El objetivo es que los niños estén menos enojados, no que los padres se unan a ellos en su furia. Una explosión de ira a menudo se siente bien, e incluso puede dar resultados a corto plazo, pero su fruto sera transformación del comportamiento más que la dulzura del evangelio. Se me ocurren muchas veces que he tenido que volver con mis hijos después y decirles que lo sentía por haber respondido a su pecado de una manera pecaminosa.

2. Previsibilidad

“Si un padre quiere ejercitar esta disciplina de la manera correcta, nunca debe ser caprichoso. No hay nada más irritante para la persona que está sufriendo la disciplina que un sentimiento de que la persona que lo administra es caprichosa e insegura. No hay nada más molesto para un niño que la clase de padre cuyos estados de ánimo y acciones nunca se pueden predecir, que es cambiante, cuya condición es siempre incierta. No hay peor tipo de padre que el que un día, en un estado de ánimo amable, es indulgente y permite al niño hacer casi cualquier cosa que le guste, pero que al próximo día explota de rabia si el niño por casi cualquier cosa” (279).

Bueno, Lloyd-Jones lleva 2-de-2 en clavarme como padre. Me gustaría que no fuera así, pero algunos días soy todo cañas de azúcar y piruletas (literalmente, para disgusto de mi esposa). Y luego, cuando estoy cansado y estresado, el fusible se vuelve muy corto. ¿Cómo sabrán mis hijos cómo espero que actúen si no saben qué esperar de mis acciones?

3. Disposición a escuchar

“Otro principio muy importante es que los padres no deben ser irrazonables o no querer oír el caso del niño. No hay nada que moleste más a la persona que está siendo disciplinada que la sensación de que todo el procedimiento es completamente irracional. En otras palabras, un mal padre que no aceptará ninguna circunstancia en consideración en absoluto, o que no va a escuchar ninguna explicación concebible” (280).

Sé que Lloyd-Jones en teoría tiene razón, pero luego pienso: él nunca conoció a un niño del siglo 21. Parece que nuestros hijos siempre tienen una excusa para su pecado. Siempre están listos para racionalizar. Cuando se acerca la disciplina, los niños de repente se transforman en los mayores científicos del mundo, listos con las perspicacias legales de Maimónides. Ciertamente, los niños pueden hacer que este principio sea difícil de llevar a cabo. Y, sin embargo, no hay que pensar siempre que tenemos todos los hechos a la mano. Si pudiéramos escuchar con calma, solo por un minuto y luego continuar, podríamos aprender algo, y los niños podrían estar más confiados.

4. No es egoísta

“Pero hay otro principio a considerar, el padre no debe ser egoísta… Mi punto se aplica a las personas que no reconocen que el niño tiene su propia vida y personalidad, y que parecen pensar que los niños son del todo para su placer, o para su uso” (281).

Mmm, ese es un buen recordatorio. Incluso en sus peores momentos, mis hijos son más que una distracción para mi progreso u obstáculos a la tranquilidad. Son portadores de la imagen de Dios, hechos y amados por Dios. Sienten las cosas igual que yo. Son seres humanos, no proyectos personales o impedimentos.

5. No es mecánica

“El castigo, la disciplina, nunca debe ser administrado de una manera mecánica. Hay gente que cree en la disciplina por su propio bien. Eso no es la enseñanza bíblica, sino la filosofía de un sargento mayor… Nunca debe pensarse en términos de presionar un botón y esperar que siga un resultado inevitable. Eso no es disciplina verdadera; ni siquiera es humana. Eso pertenece al ámbito de la mecánica. La verdadera disciplina siempre se basa en la comprensión; tiene algo que decir por sí misma; tiene una explicación a dar” (282).

Si su libro para padres favorito tiene páginas y páginas de fórmulas infalibles y simples para pasar de la desobediencia a la corrección a la sumisión de corazón, es probable que obtenga más beneficios de esas páginas arrancándolas y usándolas como toallitas húmedas. No podemos entrenar a nuestros hijos como ese tipo entrenó a los velociraptors en Mundo Jurásico. Nuestros niños son más complicados que los velociraptors (y esperemos que menos violentos).

6. No es severa

“La disciplina nunca debe ser demasiado severa. Este es quizás el peligro al que se enfrentan muchos buenos padres en la época actual, ya que ven la absoluta falta de moral en ellos, y con razón se lamentan y condenan. El peligro es ser tan profundamente influenciado por sus faltas como para llegar hacia este otro extremo y llegar a ser demasiado severos. Lo opuesto a ninguna disciplina no es crueldad, es la disciplina equilibrada, es la disciplina controlada” (283).

Es posible ser demasiado “conservadores” en nuestra disciplina. Los niños necesitan límites, no moretones. Necesitan corrección, no reprensión.

7. Dejarlos crecer

“Nunca debemos dejar de reconocer el crecimiento y el desarrollo en el niño. Este es otro defecto alarmante de los padres que, gracias a Dios, no se ve ahora con tanta frecuencia como antes. Sin embargo, todavía hay algunos padres que siguen considerando a sus hijos, toda su vida, como si nunca hubieran superado su infancia. El niño puede tener 25 pero todavía lo tratan como si tuviera 5” (284).

Sus hijos siempre serán sus hijos. Pero no siempre serán niños pequeños alborotados o preadolescentes bocones, o mal humorados de secundaria, o sabelotodos de universidad. O eso me han dicho. Tenemos que dejar que Dios haga el trabajo, solo Él puede hacerlo, y confiar en que va a hacer todo el trabajo que no podemos hacer. Los niños crecen. Y también deberian los padres.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Cristián Fernández
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