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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de Predica a Cristo desde toda la Escritura, de Edmund Clowney. Publicaciones Andamio.

Cuando te prepares para predicar, no ores de una forma general, pidiendo que el Señor bendiga tu mensaje, o que te unja en el momento del mensaje. Cuando pases tiempo con el Señor en oración, busca su presencia. Pídele que te ayude a ser sensible a Él cuando miras a la gente a la que estás hablando. Es verdad que el Señor mostrará su presencia a través de su Palabra. Suyo es el poder, y el estado de tu santificación, como bien sabes, no limita la eficacia de tu mensaje. Tú y yo podemos recordar alguna predicación que no estuvo muy inspirada pero que Dios usó para abrir ojos.

Una vez comí con Martyn Lloyd-Jones en Ealing, Londres, y decidí preguntarle algo que me preocupaba. “Dr. Lloyd-Jones, ¿cómo puedo saber si estoy predicando con la energía de la carne o con el poder del Espíritu?”. “Es muy sencillo”, respondió Lloyd-Jones mientras yo me encogía. “Si estás predicando con la energía de la carne, te sentirás grande e hinchado. Si estás predicando con el poder del Espíritu, sentirás asombro y humildad”.

Si estás predicando con el poder del Espíritu, sentirás asombro y humildad.

El Señor, en su misericordia, me mostró lo que Lloyd-Jones quería decir. Estaba en Londres, de camino a Schloss-Mittersill, un castillo en Austria que pertenecía a InterVarsity Christian Fellowship. Iba como conferenciante de un campamento de estudiantes. Algunos de los estudiantes eran estadounidenses, pero otros eran de países del otro lado del telón de acero. Una tarde me encontré con los estudiantes para predicar. Estábamos en una sala ubicada en una torre del castillo. La chimenea estaba encendida. Los estudiantes habían estado de excursión en la montaña, y fueron llegando a la sala para escuchar la predicación de antes de la cena. Hacía mucho calor. Tenían sueño, y yo también. Pero les presenté a Jesús. No estaba preparado para lo que ocurrió. Cuando acabé, muchos estudiantes empezaron a llorar. Algunos cayeron de rodillas en oración. Continuaron orando, y yo me senté a orar con ellos. Después de un rato, sonó la campana que anunciaba la hora de la cena.

Como no estaba acostumbrado a los avivamientos, no quería prolongar el tiempo de forma artificial. Decidí que era mejor ir a la cena para no interferir con el horario de la casa. Salí de la sala, pero nadie me siguió. No sé cuánto tiempo pasé solo en el comedor, hasta que por fin los estudiantes empezaron a llegar. Quizá solo fueron quince o veinte minutos.

Ahora sabía lo que Lloyd-Jones había querido decir. Estaba lleno de asombro.

Como predicadores, necesitamos practicar la presencia de Dios. Eso significa reconocerla y dejar de estar enfocados en nosotros mismos. Cuando estamos pendientes de nosotros, nuestra presentación de Cristo se ve amenazada. No podemos presentarle si no estamos siendo conscientes de su presencia. Mirar al Señor es la respuesta.

Al predicar, lleva los ojos de tus oyentes a mirarle a Él. Usa el diálogo. ¿Qué le están diciendo al Señor? Menciona lo que ellos deben estar pensando. Piensa cómo la Palabra del Señor se dirige a una persona en la congregación o el auditorio. Imagina lo que algunos de tus oyentes deben estar diciéndole al Señor, y declara la respuesta del Señor que aparece en su Palabra. Estás mediando una conversación de un santo y pecador con el Señor mismo. Recuerda que su Palabra no vuelve vacía, y que es Él quien la está pronunciando. Que tu lenguaje sea vívido, no con ilustraciones o con figuras retóricas que desvían la atención de Él, sino con referencias vívidas a lo que el Señor dice y hace. Asegúrate de que las ilustraciones no distraen y no dejan ver lo que pretenden ilustrar. Hazles poner su atención en una historia sobre un ídolo deportivo o musical, y puede que nunca la recuperes.

Este tipo de consejos para predicadores no son nuevos. Lo que es nuevo y fresco en tu predicación es la devoción con la que esperas que el Señor se presente a ti y a tus oyentes.


Imagen: Lightstock.
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