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Una vez estaba jugando videojuegos por unos minutos, cuando me vi confrontado con una cosmovisión extraña a la mía. “Pregúntate todo”, una voz tranquila dijo mientras cargaba el juego. La pequeña voz se fue, y el bombardeo a ciudadelas enemigas de pronto comenzó, pero ese momento se ha quedado conmigo desde entonces. En él, oí al espíritu de la época, y la tentación de las eras.

Desde las primeras palabras de la serpiente a Adán y Eva, la humanidad ha luchado con la idea de si se puede confiar en Dios. La serpiente cuestionó a Dios, y plantó en la mente de Adán y Eva dudas sobre si Yahweh verdaderamente había hablado, y si había hablado la verdad. Satanás atacó la veracidad de Dios, iniciando una serie interminable de desafíos a su doctrina.

La veracidad de la Escritura es dilema continuo para los evangélicos. Hoy, sin embargo, las iglesias enfrentan un desafío relacionado: la bondad de la Escritura.

Constantemente se nos pide que demostremos por qué la perspectiva de la Escritura es moralmente correcta. Si la pregunta por excelencia de las generaciones pasadas era “¿Es la biblia verdadera?”, hoy se cuestiona “¿Es la Biblia buena?”. Claro, la Escritura puede tener autoridad epistémica, ¿Pero tiene autoridad moral?

Desafíos modernos para la bondad de la Escritura

La batalla por la Biblia, como Harold Lindsell famosamente la llamó, no es un conflicto nuevo. Durante la Reforma protestante, la Ilustración, la controversia fundamentalista-modernista, y el debate de infalibilidad, los evangélicos trabajaron en la defensa de la doctrina de la Escritura. Con documentos como la Declaración de Chicago sobre inerrancia bíblica (1978) y los escritos de estudiosos como John Woodbridge, Roger Nicole, Tom Ortigas, L. Russ Bush, James Boice y J. I. Packer, la iglesia posee una piedra angular de teología sana. B. B. Warfield, Charles Hodge, y J. Gresham Machen tienen herederos cuyos nombres nunca conocieron.

Pero mientras varios desafíos continúan en contra de esta creencia central, la iglesia también debe dirigir mayor atención y energía al tema de la bondad de la Escritura. Los desafíos en contra son una legión hoy en día, tanto en nuestros propios corazones como más allá. Comúnmente escuchamos que el derramamiento de sangre iniciado por Dios en el Antiguo Testamento está degradado moralmente. Ambos, evangélicos profesantes y los no evangélicos, argumentan que Dios estuvo mal —incluso, fue “inmoral”— al acabar con los cananeos que buscaban la destrucción de Su pueblo. En términos similares, la doctrina de la expiación sustitutiva penal nos deja con un Dios que es supuestamente vengativo y que está obsesionado con la sangre. La herejía de Marción todavía vive.

El plan de Dios es visto como no amoroso y por lo tanto no bueno. Está mal por parte de Dios elegir a unos y condenar a otros, así que su amor es manipulado y universalizado. Aunque esta teología renombrada suena bien —¿Quien quiere ser anti-amor?— violenta al Dios bíblico de Romanos 9 y Su perfecta voluntad

Por otra parte, en una era carnal que iguala los apetitos propios con la identidad propia, el diseño de Dios para la sexualidad humana está rotundamente en duda. A menudo escuchamos, que hacer diferentes a las personas, con roles distintos en diversas áreas es injusto de parte de Dios. Las objeciones dicen que esto degrada a las personas, así que textos como 1 Timoteo 2 son reelaborados y explicados fuera de contexto. El plan de Dios para la sexualidad humana tampoco es acertado, es despiadado por parte de Dios dejar sin posibilidad de matrimonio a personas que no tienen ninguna atracción natural por el sexo opuesto. Ver la homosexualidad como pecado es fundamentalmente cruel (contra Rom. 1:26-27; 1 Cor. 6:9-11).

La lista de objeciones a la moralidad de la Escritura y más allá de esto a la moralidad de Dios, se extiende aún más lejos. Cuando este es el caso, no nos engañemos: no es la moral que está en juicio, es Dios. Él está siendo juzgado y hallado en falta.

Debemos responder bien

Los cristianos no necesitan preocuparse por estos desafíos. La Escritura habla a ellos, y aborda el tema de la moral divina sin vacilación ni calificación. Podríamos ir a tantos lugares en las Escrituras para establecer esto; el aire refrescante del Salmo 19: 7-9, es uno de los más claros. Tenemos que leer, y volver oír la confesión del salmista:

            La ley del Señor es perfecta,
que restaura el alma;
el testimonio del Señor es fiel,
que hace sabio al sencillo;
los preceptos del Señor son rectos,
que alegran el corazón;
el precepto del Señor es puro,
que alumbra los ojos;
el temor del Señor es limpio,
que permanece para siempre;
los juicios del Señor son verdaderos,
todos ellos justos.          

La conexión en este pasaje entre Dios y la moralidad bíblica es inconfundible. Ley, el testimonio (enseñanza), preceptos, mandamientos, reglas, todos estos son de Dios, y perfectos. La enseñanza de Dios es perfecta. No hace ningún daño; no necesita interrogatorio; no tiene ningún desperfecto. Mientras que la iglesia ya no practica gran parte de la ley del Antiguo Testamento, la voluntad moral de Dios es infalible y totalmente confiable. Puedes apostar tu vida en ella, y saber con absoluta certeza que estás seguro en el Señor.

Vemos en el Nuevo Testamento que Jesús mismo, el mismo Hijo de Dios, obtuvo una confianza inquebrantable en el hecho de que habló el “mandamiento” de Dios. Así dijo, poco después de entrar en Jerusalén en su camino a la cruz:

Porque yo no he hablado por mi propia cuenta, sino que el Padre mismo que me ha enviado me ha dado mandamiento sobre lo que he de decir y lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna; por eso lo que hablo, lo hablo tal como el Padre me lo ha dicho. Lo que yo digo, por lo tanto, les digo como el Padre me lo ha dicho. (Jn. 12:49-50)

Nos hemos acostumbrado a la imagen de un Jesús autosuficiente, esencialmente auto-enviado. Sin embargo su testimonio real indica que el Padre lo envió, le dijo “qué decir y qué hablar”, y por lo tanto infundió el ministerio del Hijo con la autoridad del Padre. A causa de la comisión y de la comunicación del Padre con autoridad, el Hijo habla con autoridad. Porque Él habla con autoridad, se puede confiar en Cristo. Debido a que se puede confiar en Él, nuestra búsqueda de la “vida eterna” termina con Él.

Esto significa que Jesús es verdadero, bueno y el que salva. Él tiene la autoridad de Dios, y en la plenitud de este estado Él lleva a cabo el ministerio dado por el Padre, y luego lo pasa a sus apóstoles, discípulos, y a la iglesia (Mat. 6:12-13). Su Palabra, escrita por sus seguidores, no provienen de la voluntad del hombre, sino del Espíritu Santo (2 Ped. 6:19-21). Como tal, es infaliblemente verdadera e inquebrantablemente buena de las raíces hasta las ramas, desde Génesis hasta Apocalipsis, desde la doctrina de la creación hasta la doctrina de las últimas cosas (2 Tim. 3:16).

Como los autores de la Escritura, los apóstoles, no cometen errores. Pablo nunca se equivoca; Dios nunca erra la marca moral. La Biblia es verdad. Y porque es verdad es virtuosa.

Recuperando Nuestra confianza

La iglesia debe recuperar su confianza en la autoridad moral de Dios. Tenemos que hablar como los cristianos del pasado, y no debemos ser tímidos acerca de presentar la cosmovisión elegante que da vida en Cristo. Si Dios es Dios, Él es perfecto. Él nunca exagera las cosas; nunca subestima las cosas. Él consigue el equilibrio exacto, y establece la huella en su Palabra justo donde debe establecerse.

Debemos manejar las objeciones con habilidad y fidelidad. De hecho, debemos cuestionar muchas cosas, sobre todo la sabiduría recibida de una época secular. Pero no la de la Escritura. De principio a fin, la Biblia es verdad. De principio a fin, la Biblia es buena.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Taducido por Martín Rodrigo Preiti
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