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Las estadísticas de violencia dentro del seno familiar son alarmantes, y nuestras iglesias locales no están exentas del fenómeno. Las iglesias locales son llamadas a ser refugio para los oprimidos, huérfanos, y viudas, pero son primeramente un lugar de acogimiento de pecadores para ayudar a otros pecadores. Si creemos esto, no nos extrañará que haya casos de violencia en nuestras comunidades. La mayoría de las veces encontramos a la mujer como víctima y a su esposo como el abusador, pero también existen muchos casos donde los niños y los esposos son las víctimas.

La violencia intrafamiliar no solo es un patrón cultural, aunque en muchos lugares aún se cree que el esposo es dueño de la esposa y por tanto tiene el derecho de lastimarla; o que los hijos le pertenecen a los padres y pueden hacer lo que deseen con ellos. Como cristianos, sabemos que la fuente de la violencia es el pecado que mora en el hombre, el pecado que no se rinde al Señor (Stg. 4:1-2). Si entendemos que la violencia es la expresión más grande de ira por la necesidad de controlar a otros y someterlos a sus deseos, encontraremos todo tipo de violencia con la cual lidiar. Es un problema del corazón.

¿Cómo puede ser la iglesia local un lugar de refugio, restauración, y confrontación en un caso de violencia intrafamiliar? Aquí cuatro cosas a tomar en cuenta:

1. Resguardo inmediato de la víctima

Los golpes son heridas físicas serias que deben ser tratadas inmediatamente. La víctima que ha sido lastimada debe ser alejada de su abusador y resguardada, ya sea con un familiar o alguien de la congregación (cp. Proverbios 22:3). La situación debe reportarse a las autoridades pertinentes, y se debe acompañar a la víctima mientras se realiza su informe médico.

Las personas iracundas y violentas suelen vivir en un ciclo de patrón repetitivo: violencia, cargo de conciencia, pedir disculpas, un tiempo de aparente paz, y el ciclo inicia nuevamente. Algunos abusadores, cuando ven escalar la situación, inician con el cargo de conciencia y un aparente arrepentimiento porque el temor de lo que no pueden controlar les abruma. Las personas que están apoyando a la víctima deben saber controlar este tipo de comportamiento para no dejarse manipular.

Esto es de suma importancia: la iglesia local debe contar con un grupo de personas que sepan cómo manejar estos casos, que atiendan, cuiden, y apoyen en estas situaciones. Esto incluye la atención médica, espiritual y, dependiendo el caso, gubernamental.

2. Confrontación

Parte de ayudar a la víctima es confrontar al abusador. Mateo 18 nos enseña acerca de la disciplina para el hermano que ha pecado. Si el abusador se congrega y se profesa creyente, los ancianos necesitan confrontarlo; deben apuntar al evangelio para arrepentimiento y perdón. Si resiste en arrepentirse, el asunto debe ser notificado a la congregación. Si aún así no se arrepiente la Biblia nos dice que debemos tenerlo como “gentil y publicano”, es decir, como a un inconverso. En 1 Corintios 5 vemos que Pablo hace lo propio con una persona que se rehúsa a arrepentirse, al entregarlo “a Satanás para la destrucción de su carne, a fin de que su espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” (v. 5). El propósito de esto es la restauración, la cual se lleva a cabo “si ganas a tu hermano” (Mt. 18:15).

Existen casos de todo tipo; algunas familias han guardado el secreto por mucho tiempo, otras lo han contado pero no han querido ayuda directa, y otros han sido casos sorpresivos. De cualquier forma, si ambas partes implicadas son creyentes y parte de una comunidad o iglesia local, deben ser atendidos para ayudarlos a sanar. Lastimosamente, si no se practica la confesión y el arrepentimiento en el discipulado en comunidad, habrán casos que pasen desapercibidos. He ahí la importancia del llamado al creyente a congregarse y ser discipulado.

3. Sanidad

La gracia de Cristo está tanto para la víctima como para el abusador. Sin embargo, Dios muestra amor y misericordia a la víctima y al abusador de diferente forma. A la víctima, al acompañarle en su dolor físico y emocional; al abusador al acompañarle en las consecuencias de su pecado, incluso si resulta en el encarcelamiento.

Cada caso es diferente, sin embargo, las palabras de Juan el Bautista y de Jesús, “arrepiéntanse y conviértanse” aplican para toda la vida del cristiano. Nuestro corazón sana a través del arrepentimiento y del perdón; nuestras relaciones se restauran a través del arrepentimiento y del perdón. Cristo muestra esto cuando nos llama a creer en Él. Vemos nuestra condición de pecado por Su gracia, corremos en arrepentimiento por vivir una vida alejada de Él, y nos convertimos para creerle y seguirle. Él nos restituye al perdonar nuestros pecados. La restitución sólo sucede cuando hay arrepentimiento y un perdón genuino. Entonces tanto el perpetrador como la víctima pueden reconstruir una relación con Dios primeramente, y que de ella fluya la restauración de su familia.

Buscar la sanidad es importante tanto para la comunidad local como para la familia afectada.  Dios ha enviado a su único Hijo para sanar nuestros corazones de todo pecado, de toda idolatría, y de todo salvador sustituto que ha controlado nuestras emociones y pensamientos. Ni la víctima ni el abusador pueden ser restaurados o ayudados sino reconocemos que necesitan ser sanados. Si el abusador no desea esta sanidad, debe ser dejado a las consecuencias de su pecado, orando que pueda regresar a su Creador.

La gracia de Cristo está tanto para la víctima como para el abusador. Sin embargo, Dios muestra amor y misericordia a la víctima y al abusador de diferente forma.

4. Acompañamiento

Ya sea que lo sucedido se suscite en pocos días o tome años, la víctima debe ser acompañada por uno de los pastores, diáconos, o líderes que brindan en amor la ayuda que se necesita. Las víctimas necesitan reordenar su vida a través del evangelio. Muchas de las víctimas experimentan períodos de depresión, alejamiento, vergüenza, y debilidad en su fe.  Necesitan de una comunidad que los abrace y les recuerde las verdades imperecederas de la Palabra de Dios reveladas en Cristo.

Algunas víctimas también pueden tender a lastimarse o lastimar a otros, porque han aprendido a defenderse y responder con violencia. Algunos simplemente se alejan de su comunidad y de buscar al Señor porque temen relacionarse nuevamente. Muchas implicaciones provienen de una situación violenta, pero pueden ser restauradas y requieren de acompañamiento mientras el Espíritu Santo obra en la víctima.

Si el abusador desea restauración, debe ser separado de la víctima, mientras muestra un verdadero arrepentimiento, ya sea que esté en las manos de autoridades legales o viviendo solo. Cuando los pecadores violentos abrazan el amor de Jesucristo, la doctrina, la mirada introspectiva, la estructura, el compromiso, la comunidad, y el consejo se transforman en canales por donde fluye y se manifiesta la eficaz gracia de Cristo.

Una exhortación a las iglesias locales

Hablemos claramente del pecado, de la esperanza en el evangelio, y de la gracia que encontramos en Cristo. Hablemos claramente de la centralidad de Jesús. Aunque pensemos que no hay casos de violencia dentro de nuestras iglesias, promovamos una comunidad de discipulado, donde exista confesión y arrepentimiento, y donde las personas y familias caminen juntas para crecer en el evangelio. Además, como iglesia también necesitamos identificar a personas específicas que tienen el llamado y la capacidad para apoyar a los hermanos o hermanas en necesidad.

Que el mensaje de nuestras congregaciones sea uno de compasión, como el corazón de Dios a sus hijos al enviar a Cristo. Una iglesia centrada en el evangelio prepara discípulos movidos a compasión para ayudar a los que claman, “¡Dios!, ¿dónde estás?”. Seamos manos de ayuda para ellos.

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