Los nuevos medios habilitados por Internet sacan a flote nuestros profundos deseos de auto-promoción y auto-importancia. Creamos nuestros personajes en línea mediante la recopilación de seguidores, aficiones, fotos, tuits y retuits, y “pineando” en Pinterest lo que creemos que el mundo necesita saber acerca de nosotros. En un artículo reciente, el psiquiatra Keith Ablow advirtió que estamos criando una generación de narcisistas engañados. Argumenta: “Hay que tener cuidado con el impacto psicológico tóxico de los medios de comunicación y la tecnología en los niños, adolescentes y adultos jóvenes, en particular en lo que respecta a convertirlos en imitación de celebridades, equivalente a los protagonistas en sus propias historias de ficción”. Los cristianos están luchando contra esta tentación a través de blogs y libros que alientan el anonimato y el olvido de sí mismos. Sabemos que la búsqueda de la grandeza y la gloria es vacía y sin sentido, y no traerá paz.
La buena noticia es que no tiene que luchar muy duro para ser olvidado, porque con certeza lo será. Cada uno de nosotros está a solo un suspiro de distancia de la muerte y del olvido total. No vamos a ser recordados, ya que hay miles de millones de personas en el mismo barco. Pocos serán los que estén presentes en los libros de historia. Lo mismo sucede con nuestros hijos. Generaciones enteras no serán recordadas. ¿Por qué es esto una buena noticia? Porque mientras luchamos contra el orgullo y abrazamos el anonimato, podemos cambiar nuestro enfoque y esforzarnos por seguir a Cristo.
Es bueno centrar nuestra atención en matar al pecado, porque sabemos que la paga del pecado es muerte. Debemos luchar contra el pecado y la tentación por medio de la Palabra de Dios y por el poder de su Espíritu. Pero cuando estamos luchando contra el orgullo, podríamos caer en la tentación de retirarnos del servicio debido al temor de pecar, o tal vez por temor al hombre.
Nos centramos en el orgullo tratando de sacarlo de nuestras vidas y nombrarlo como lo que es, pero tal vez no pensamos en los medios adecuados para combatirlo. Si recuerdo que el pecado permanece en mí, puedo caminar en mi fe sin el temor de pecar. Yo ya sé que voy a pecar. Sé que voy a tener que luchar contra la tentación de ser orgulloso. No lo tomo a la ligera. Pero luchar contra el pecado retirándose (aunque a veces puede ser necesario) no es siempre la respuesta. A veces tenemos que seguir adelante y confiar en la Palabra de Dios cuando Jesús dijo: Consumado es.
Corra con fuerzas, sirva con fuerzas. Usted tiene ambiciones, metas y sueños para servir al Señor en beneficio del cuerpo de Cristo. Pero no las está llevando a cabo porque no quiere ser orgulloso. Tal vez tenga un artículo que puede escribir que edificaría la fe de los demás, pero no desea compartirlo. Aquí es donde el olvido se aplica. Usted será olvidado, pero la Palabra de Dios no volverá vacía. Podemos dar un paso de fe y compartirla. Al abordar estas cuestiones de orgullo y de servicio, Dave Harvey escribe en su libro Rescuing Ambition (Rescatando la Ambición):
Cuando Dios habla, usted tiene dos opciones. Puede huir en un intento de protegerse contra el riesgo de la obediencia. Jonás lo intentó. Pero Dios nos ama demasiado como para aprobar nuestra estrategia de escape. Jonás finalmente entendió que no iba a salirse de esto sin antes pasar tres noches en el “Hotel Jorobado”.
La segunda opción es seguir adelante con fe, no descartando el riesgo, sino aceptándolo como parte de la ruta.
Existen riesgos para correr la carrera puesta delante de nosotros, y no está destinada a ser cómoda. Cuando se enfrente con ese miedo de pecar, encuentre la paz en la Palabra de Dios que dice que sus pecados le son perdonados y luego corra con fuerza para seguir Cristo. No permita que el temor ahogue su servicio. El miedo a pecar distorsiona el evangelio, diciendo que la obra terminada de Jesús en la cruz fue suficiente para nuestra salvación, pero no suficiente para que nosotros pudiéramos terminar la carrera. Eso no es lo que la Palabra de Dios dice, más bien dice: “Pues su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia” (2 P 1:3).
Con esto vienen grandes promesas y el poder a través del Espíritu. Yo no escribo como crítico, fuera de la locura de los medios sociales de comunicación. Estoy en las mismas que usted, con preguntas acerca del orgullo y la ambición. Pero me consuela saber que Dios puede ayudarnos a unirnos a Pablo al decir: “Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia. Pero si el vivir en la carne, esto significa para mí una labor fructífera, entonces, no sé cuál escoger” (Fil 1: 21-22). Nuestro servicio para el Señor puede parecer distinto, pero nuestra ambición puede estar centrada en el evangelio. Una vez más, aprendemos de Harvey:
El evangelio requiere una ambición imparable y feroz. Pablo dijo: “De esta manera me esforcé en anunciar el evangelio, no donde Cristo era ya conocido” (Ro 15:20). Para que Pablo pudiera llevar el evangelio a nuevos lugares y a nuevas personas, tuvo que “hacer de eso su ambición”.
Tener una ambición por el evangelio nos empuja a hacer cosas que nunca esperábamos. Nos incita a mirar más allá de las fronteras de nuestra comodidad y conveniencia. El evangelio aviva la ambición haciendo afirmaciones audaces sobre ella.
Podemos anunciar a Cristo de manera audaz y ambiciosa, sin miedo, es más, tenemos que hacerlo. Ahora no es el momento para que los cristianos se retiren. Vamos a proclamar con valentía y con mucha fe sabiendo que Dios recibirá la gloria. Él no puede ser burlado.