La más pequeña ofensa merece la ira total de Dios. Eso es difícil de escuchar si nos olvidamos que Dios no solo ha cubierto nuestros pecados en Cristo sino que también nos permite acercarnos a Él continuamente para recibir de su gracia. Sabemos que Dios es Santo —apartado en su perfección, gloria y majestad. Somos pecadores, pecamos cada día. Nuestro pecado debe entristecernos pero no condenarnos, porque servimos a Dios quien es no solo bueno y misericordioso sino también santo y justo. Entonces ¿qué hacemos con el enigma de nuestra naturaleza pecaminosa y la santidad de Dios que se aferra a nosotros? Arrepentirnos y recibir la maravillosa gracia de Dios.
¿Es Dios un monstruo?
Ahí está de nuevo. Esa sombra misteriosa que me acecha desde el interior del armario. Parece tan impredecible. ¿Qué me va a hacer ahora? ¿Qué me va a pasar? ¿Va a saltar y atraparme?
Esos eran los pensamientos que me solían aterrar cuando era una niña. Con miedo me acurrucaba en mi cama, esperando que ese monstruo saltara y me atrapara. Cuando me convertí al cristianismo, me di cuenta que de alguna forma mi relación con Dios reflejaba a esa niña atemorizada por ese monstruo. Sentía que no tenía control sobre mi vida, en vez de darme cuenta que estaba en las manos de un Padre bueno y amoroso, yo lo veía a Él como un tirano. Yo pensaba que Él tenía todo el control, y que el único amor que Él había demostrado fue el de la cruz (lo cual desde luego era más que suficiente). Realmente yo pensaba que Dios era como un monstruo escondido en mi armario, esperando el momento exacto para castigarme o causarme algún daño.
Qué triste. Si solo conocemos a Dios como el rey soberano del mundo, entonces podemos cometer el mismo error que yo cometí como una recién convertida. No fue hasta cuando entendí el gran amor de Dios que yo empecé a ver sus caminos como buenos y amorosos. Sí, aquellas cosas dolorosas en nuestras vidas también vienen de las manos amorosas de Dios, (1 Pedro 1.3-9; Hebreos 12.3-17). Podemos descansar al conocer que los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos y que sus caminos no son nuestros caminos, y aun así Él sigue siendo bondadoso. (Salmo 8.4; Isaías 55.8)
Vemos evidencia de esto en Isaías 55:1, la cual comienza con un llamado urgente para que comamos y bebamos: “Todos los sedientos, vengan a las aguas; Y los que no tengan dinero, vengan, compren y coman. Vengan, compren vino y leche sin dinero y sin costo alguno”. Dios se delita al cubrir nuestras necesidades (espirituales y materiales). Tenemos un Padre que nos invita a su trono de gracia para recibir ayuda en el tiempo de nuestra necesidad, (Hebreos 4.16). Y aunque no pude entender correctamente el significado de la cruz en mis primeros años de conversión, ahora entiendo que la mayor demostración del amor de Dios hacia nosotros es el sacrificio de Su hijo por nosotros. ¿Existe otro amor más grande que ese?
Dios no es un monstruo. Él es soberano, amoroso, un Dios increíble quien vino a redimir a su pueblo para sí mismo. Él es bueno y nos ama sin descanso. Así que, como resultado de nuestro conocimiento de Su carácter amoroso, desarrollamos una disciplina de arrepentimiento diario del pecado por el cual Cristo ya murió.
Caminar en la luz
Una de las secuelas del envejecer es la inhabilidad de ver el camino cuando conduzco por la noche. Todo brilla. Si llueve, es como si una luz resplandeciente brillara en mis ojos. Como una mujer adulta responsable que soy, aún tengo pendiente ir y hacer una cita para ver a un oculista. Pero mientras tanto estoy conduciendo en la oscuridad tan ciega como un murciélago.
Gracias a Dios, no tenemos que hacer eso como cristianos. Hemos visto la luz. El evangelio ha brillado en medio de la oscuridad. Y esta luz no es una que desorienta; es un regalo de su gracia que nos purifica y guía.
Tal vez has caminado como si todavía estuvieras en la oscuridad. Dios te llama a caminar en la luz. El caminar en la luz significa hacerlo en la bondad y gracia de Dios, viviendo una vida que refleja al Salvador, y caminando de una manera a la altura del evangelio. El arrepentimiento es una de las formas claras del caminar en la luz. El apóstol Juan nos dice: “Si decimos que tenemos comunión con Él, pero andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad.” El caminar en la oscuridad es caminar con el conocimiento del pecado e ignorarlo o caminar como si estuviéramos completamente sin pecado, sin arrepentimiento (1 Juan 1.8). La gracia de Dios nos permite no solo tener conocimiento de que seguimos luchando con el pecado, pero sino también el poder alejarnos del pecado.
Vemos claramente que nuestro caminar en la luz para nada es perfecto. Nunca vamos a alcanzar esa perfección en este mundo. Es por eso que el arrepentimiento es un regalo maravilloso de nuestro Dios. “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad”. (1 Juan 1:9) Qué hermosa gracia. Confesamos nuestros pecados hacia Dios —reconociendo nuestra gran necesidad de Él para alejarnos del pecado— y ¿qué hace Él? Él hace lo que ya hizo —vierte su gracia la cual necesitamos para cambiar. Su ira fue dirigida hacia Jesús. Nosotros no recibimos el castigo o su ira por nuestros pecados —recibimos su gracia. Desde luego existen las consecuencias de nuestros pecados, pero aun así, nuestra posición frente a Dios no cambia. Dios es soberano y gobierna sobre todo.
Él es santo, y por Jesús podemos acercarnos a Él. Corre, no camines, hacia el trono de la gracia. No camines como una persona ciega mientras puedes caminar en la luz que está a tu disposición. Camina en la luz. Confiesa tus pecados y recibe su gracia. No hay condenación para ti.