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“Ve a la iglesia”. En algún momento, probablemente hayas escuchado a tu padre, abuela, o amigo decírtelo. Quizá te lo dijo alguien que se preocupa por ti y pertenece a una iglesia local. Tal vez sea alguien que intenta culparte. O tal vez esa voz ha sido la tuya. La mayoría de los creyentes saben que congregarse con la iglesia es importante, pero no todos los creyentes hacen caso.

Una vez confronté a una amiga por su falta de compromiso con su iglesia. Ella culpó a las diferencias y desacuerdos con su marido. Si bien ella quería ir a la iglesia con sus hijos, él sentía que no era necesario “comprometerse”. Para él era suficiente ir a un servicio aquí y allá. Pero ella sentía que eso no era suficiente.

Mi corazón se puso automáticamente del lado de mi amiga, pero tuve que parar y recordar que nuestros sentimientos no deben guiar nuestras decisiones sobre la iglesia.

Su esposo no iba a la iglesia porque no sentía ganas de ir. Él no lo consideraba una prioridad, ni se preocupaba por cómo afectaba su relación con Dios. Después de todo, él todavía era cristiano sin importar si iba o no a la iglesia, ¿cierto?

Por otro lado, ella sentía que debía congregarse porque eso es lo que hacen los cristianos. Se sentiría culpable de no hacerlo. Puede haber algo de verdad en eso, pero ¿deberían nuestros sentimientos determinar nuestras decisiones?

No lo creo.

Los sentimientos son débiles

Los sentimientos son traicioneros. Vienen y van con facilidad. Nos llevan a hacer cosas incorrectas, y muchas veces a hacer cosas correctas pero por motivos equivocados.

Es por eso que a veces vamos a la iglesia porque tenemos miedo de sentirnos juzgados si no lo hacemos. O en el otro extremo, vamos a regañadientes, no porque realmente deseemos hacerlo. Aun así, si condicionamos nuestra obediencia a cómo nos sentimos, ¿quién puede decir que los sentimientos del marido de mi amiga no son más importantes que los de ella? ¿O viceversa?

Congregarnos es un acto de obediencia que nos llena de alegría y que debemos atesorar.

La verdad es que ir a una iglesia local y pertenecer a ella no se trata de sentirnos de una forma u otra: es un acto de obediencia que debe traernos alegría y que necesitamos atesorar.

¿Atesoras a la Novia?

Recuerdo haber escuchado a John Piper predicar sobre cómo debemos atesorar las cosas que Dios atesora porque Dios ve y sabe y siente las cosas como realmente son, de modo que si Él atesora algo, usted sabe que vale la pena atesorarlo también.

Y si Cristo atesora a su novia, su Iglesia (vivió, murió, y resucitó por ella), ¿no debemos nosotros atesorarla también? Efesios 5 menciona que Cristo aprecia y nutre a la Iglesia. Colosenses 1 dice que Cristo dirige la Iglesia puesto que Él es la cabeza del cuerpo.

Entonces, si creo en Cristo, no puedo hacerlo sin aceptar y atesorar a su Iglesia. En primer lugar, ¡porque el creyente es parte de la Iglesia! Cuando venimos a Él, nos hacemos parte de algo (un cuerpo y una familia, según 1 Corintios; un hogar, según Efesios 2).

Debido a eso, tenemos acceso a un entorno en el que podemos ser santificados y crecer más en la semejanza a Cristo, como se nos dice que debemos hacer. La Palabra nos enseña:

“Consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca”, Hebreos 10:24-25.

Cristo no solo nos llama a encontrarnos unos con otros para escuchar, enseñar, y practicar la palabra (Stg. 1:21-22); amonestarnos con salmos, himnos y canciones (Col. 3:16); para orar y partir el pan (Hch. 2:46), sino que también nos equipa de manera que podamos crecer cada día más a su imagen (Ef. 4:1-13).

Alegre pertenencia

En la Biblia no se nos da la sugerencia de que tal vez, si sentimos ganas para eso, arrastremos nuestros pies a la iglesia para ver si tenemos algo en común con el extraño en la próxima banca. ¡Debemos estar dedicados el uno al otro porque tenemos a Cristo en común! Y cada uno de nosotros es esencial para que el cuerpo prospere y crezca (Ro. 12:4-5).

La iglesia es un medio de gracia a través del cual Dios te cambia y te usa para ser una bendición.

Convertirte en parte de un cuerpo cuyo objetivo es saber más acerca de Cristo y ayudarte a parecerte más a Él es una muestra de la gracia de Dios. Y más aun, ¡te llenará de gozo (cp. Sal. 43)!

Por supuesto, a veces se presentarán dificultades legítimas para congregarnos. Y sin duda, las iglesias tienen defectos. Cada miembro de la iglesia es un pecador, como tú y como yo. Pero recuerda: al igual que tú, esas personas imperfectas necesitan un Salvador. Al igual que tú, tus hermanos en la fe tienen dificultades, días malos, a veces hablan palabras duras, o hacen algo para molestar a otros. Al igual que tú, esas personas serán usadas para santificar a los demás en semejanza a Cristo.

Entonces, si te cuesta mucho levantarte los domingos por la mañana o tener que convencerte para ir a la iglesia, te animo a recordar estas verdades. Tu caminar cristiano no es estático. Está cambiando y creciendo siempre, y la iglesia es un medio de gracia a través del cual Dios te cambia y te usa para ser una bendición.


Traducido por Josué Barrios.
Imagen: Lightstock.
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