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Esta pregunta es cada vez más común. Posiblemente, así como yo, tú también te encuentres ante lo que parecieran ser dos bandos entre los cuales debemos elegir: por un lado, el de los que no pueden asimilar el hecho de que Dios condena la homosexualidad, pues argumentan que «Dios es amor» y no podría juzgar a dos personas que se aman. Por otro lado, están aquellos que ven la homosexualidad como si se tratara de una enfermedad altamente contagiosa. Ambos extremos parecen absurdos, pero son reales y también contrarios a la enseñanza bíblica. 

Antes de continuar, es importante aclarar que en este artículo me referiré a personas homosexuales que no se identifican como cristianos, pero que forman parte de nuestras relaciones.

Debemos partir de la siguiente premisa: la homosexualidad es un pecado. La Biblia lo señala claramente (1 Co 6:9), así como también afirma que el chisme, la envidia y la codicia son pecados (Gá 5:19-21). También es cierto que todos somos pecadores y ofendemos al Señor de múltiples maneras. Esa es la razón por la que los creyentes recurrimos con frecuencia al perdón de Dios y a su sacrificio perfecto a nuestro favor. 

La realidad es que todos nuestros pecados ofenden a Dios. ¿Por qué nosotros elegimos cuáles pecados nos ofenden y cuáles no?

Quizás hemos visto a la homosexualidad como un pecado en el cual «yo nunca caería». Al pensar de esta manera, estamos afirmando que ese pecado es diferente al nuestro o que el nuestro no es tan malo como la homosexualidad. Como consecuencia, se nos olvida que nuestra amiga lesbiana es igualmente pecadora y tan necesitada de Cristo como nosotras. 

Ciertamente, las consecuencias del pecado sexual suelen ser más graves y, en ocasiones, notorias y hasta escandalosas. Es en este aspecto terrenal que con frecuencia nos estancamos. Sin embargo, debemos recordar que nadie es más digno de salvación que otro. Todos nos encontramos igual de necesitados de gracia y misericordia. 

No hay mandamiento mayor que este 

Marcos nos relata la ocasión cuando Jesús respondió al escriba sobre el mandamiento más importante: «“Amarás a Dios por sobre todas las cosas y a tu prójimo como a tí mismo”. No hay otro mandamiento mayor que estos» (12:28-31). No hay distinción entre nuestro prójimo heterosexual y nuestro prójimo homosexual al momento de obedecer este mandamiento. 

Puede que esto te resulte muy difícil de asimilar, pero debemos recordar que no estamos en esta tierra para predicar el evangelio solo a algunos, sino el evangelio de Jesús que es para todos. Entonces, ¿qué debemos hacer? Empecemos por amar a nuestras amigas lesbianas de la misma forma en la que amamos a cualquier otra amiga que no conoce al Señor. Busquemos intencionalmente cultivar esa amistad. Mi amiga lesbiana es una persona en primer lugar, no es un proyecto evangelístico más en mi vida.

Reflejando el amor de Jesús

Algunas personas me han dicho que tener una amistad con una mujer lesbiana es difícil porque piensan que ser su amiga es aprobar su pecado. Otras dicen que es difícil porque algunos cristianos pueden pensar mal de ellas y desaprobar la amistad. Ante esto, oremos y procuremos que nuestras palabras no solo sean palabras de amor, sino palabras que comunican la verdad en amor

Considera los siguientes consejos prácticos mientras caminas en una relación de amistad con alguien que es atraída hacia su mismo sexo:

  1. Ora por tu amiga. Pídele a Dios que abra sus ojos y que pueda conocerlo a Él. Solamente Cristo puede salvarla. 
  2. Compártele el evangelio sin esperar nada a cambio. 
  3. Muéstrale gracia y amor en cada oportunidad. Que el amor de Dios rebose en tu corazón, porque Él mismo mostró su amor en la cruz para quitar la ofensa de tu pecado y reconciliarte con Dios. 
  4. Ora por tu propio corazón. Pídele paciencia a Dios. Muchas veces nos resulta difícil convivir con personas que no piensan igual a nosotras o no viven como creemos que deberían vivir. 
  5. Ten expectativas realistas. No esperes que tu amiga entienda con rapidez todo lo que la Biblia dice, especialmente si ella no ha conocido el amor perfecto de Cristo. No esperes que se comporte como una discípula de Jesús, si no ha sido salva. La única razón por la que tú y yo podemos entender que la homosexualidad es pecado, es porque Dios ha cambiado nuestro corazón de piedra por un corazón de carne (Ez 36:26-28).

Jesús se acercó a los pecadores sin ignorar su pecado, sino predicándoles la verdad y otorgándoles el perdón. Jesús los amó aun cuando los líderes religiosos lo juzgaron por asociarse con pecadores y comer en la misma mesa con ellos (Mt 9:10-13). Jesús se acercó a nosotros en la condición en la que nos encontrábamos, cuando éramos sus enemigos (Ef 2:1-5). ¿De qué otra manera hubiéramos podido ser salvadas?

Amar no es aprobar. Así que aprovecha esta amistad para predicar la verdad del evangelio, pues Jesús nos recordó que «No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos. Y yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mr 2:17).

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