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Si tú eres la mujer que dice algo como “prefiero tener amigos que amigas porque las mujeres son muy dramáticas o muy exigentes o muy chismosas”, no serías la primera en pensar de esta forma, ni tampoco serás la última. Es lamentable decirlo, pero a muchas mujeres se les hace difícil encontrar amistades con otras mujeres en su iglesia. Muchas han pasado por una mala experiencia y se han terminado alejando de los ministerios de mujeres. Otras lo usan como una excusa para no acercarse a otras hermanas.

Sea cual sea tu experiencia previa, el patrón que vemos en las enseñanzas de Pablo a su discípulo Tito es el discipulado de mujeres a mujeres dentro de la iglesia (Tit 2:3-5). Ese es el modelo que nos enseña la palabra sin excepciones. No nos dice que si hay mucho drama o si has tenido una mala experiencia, entonces está bien no seguir este modelo diseñado por el mismo Señor.

Sigue el modelo bíblico

Si has decidido no seguirlo, ¿cuál es la razón? ¿Qué razón piensas que le puedes dar al Señor para pensar que te ha dicho “Sí, ok, no camines junto con otras mujeres cristianas”? ¿Cuáles son las actitudes y motivaciones de tu corazón para no caminar con otras mujeres? ¿Te has preguntado cómo puedes reflejar el amor de Cristo de la misma manera que a ti te gustaría que lo hubieran hecho contigo? ¿Te has preguntado cómo puedes mostrar paciencia y gracia en relaciones donde solo encuentras drama y chisme? 

Es posible que muchas de nosotras podamos compartir malas experiencias que hemos tenido con otras mujeres en la iglesia, pero aun en estas situaciones, nuestro llamado a ser santas como Él es santo no cambia (1 P 1:16). Nuestro llamado a ser discipuladas y a discipular tampoco cambia.

Nuestro llamado es a amar a nuestras hermanas de forma intencional y consistente con el amor de Cristo

No dejes que el consumismo que satura todo aspecto de nuestra cultura afecte la forma en que ves las relaciones. A lo que me refiero es que en nuestro caminar, a medida que Dios nos hace más como Cristo, debemos buscar más que transacciones que redunden a nuestro favor en nuestras amistades. Nuestro llamado es a amar a nuestras hermanas de forma intencional y consistente con el amor de Cristo. Aun cuando otros te traten mal, lo que te debe motivar es el amor de Cristo y, por lo tanto, debemos mostrar amor.

Nuestra actitud puede cambiar cuando reconocemos que el evangelio nos llama a entender que esto no se trata de lo que otras mujeres pueden hacer por ti, sino de cómo tú puedes servir a otras mujeres siguiendo el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo que no vino para ser servido (Mt 20:27-28). No se trata de cuánto puedes enseñarle a otras mujeres, sino de cuánto pueden aprender juntas al considerarse iguales. No se trata de todos los consejos y lecciones de vida que puedes aprender para mejorar tu vida leyendo libros tú sola, sino de aprender a ver el amor de Cristo modelado en mujeres mayores y más sabias que tú y de las que estás dispuesta a seguir su ejemplo con humildad.

Examina tu corazón

Quisiera volver al tema del consumismo que afecta como una plaga todas las áreas de nuestras vidas y que solo nos hace buscar nuestro propio beneficio. Al examinar tu corazón, ¿no será posible que solo estás dispuesta a buscar relacionarte con personas de quienes sientes que puedes ganar algo de ellas? Ese no es el ejemplo de Cristo. Literalmente, Él no necesita nada de nosotros y aun así nos buscó y nos amó de una forma intencional y para nuestro bien.

Al amar como Cristo, ¿no crees que esa es una forma poderosa en la que Dios puede usarte para mostrar a otras personas la diferencia entre el mundo y Cristo? La forma de expresar el amor es tan diferente de todo lo que el mundo nos enseña y nos mueve a vivir. 

Somos parte de una comunidad que Cristo ha redimido y el amor que se ve en esa comunidad es el testimonio que ve el mundo (Jn 13:35), el testimonio de mujeres que aman y enseñan a otras mujeres y que no están limitadas o restringidas por las expectativas culturales o mundanas de cómo debe funcionar una amistad entre mujeres.

Mi invitación es a que no te pongas límites a ti misma. No te conformes con vivir en un mundo donde hablas el lenguaje cristianés y haces “cosas buenas” superficiales por otras mujeres con el amor que Cristo nos manda a tener las unas para las otras. El llamado de Cristo es infinitamente mayor: “Nadie tiene un amor mayor que este: que uno de su vida por sus amigos” (Jn 15:13).

El discipulado es la herramienta que Dios nos ha dado para trabajar juntas áreas en las que necesitamos crecer y aplicar el evangelio en nuestras vidas

No te pierdas de esta maravillosa herramienta de discipulado transformador que Dios nos ha dado. No solo es genial porque es Su diseño, también lo es porque aprendemos a ser más como Él. Dios usa a otras mujeres de la familia de nuestra iglesia para hacer crecer nuestra fe. Para señalar cosas a las que podríamos estar ciegas. Para enseñarnos, por ejemplo, a amar a nuestros maridos más profundamente y a cuidar a nuestros hijos con más gracia (Tit 2:4-5).

Cuando Jesucristo te llama a la salvación, te vuelves parte de la familia de Dios (1 Jn 3:1). Tu relación con Dios no es solo entre tú y Dios, sino entre tú, Dios y cada una de las personas que también tiene relación con Dios, especialmente las que forman parte de tu iglesia local. El discipulado es la herramienta que Dios nos ha dado para trabajar juntas áreas en las que necesitamos crecer y aplicar el evangelio en nuestras vidas. A través de estas relaciones intencionales en las que el punto en común es Cristo, podemos crecer en nuestra relación con Él.

Cristo es nuestro punto de encuentro

Entiendo que esto puede ser difícil, no solo por las experiencias que se mencionaron previamente, sino también por otras razones. Cuando te comprometes con estas relaciones de discipulado mutuo, estás siendo humilde al reconocer que necesitas de otros. Estás siendo vulnerable al compartir tus luchas y poder rendir cuentas. Todas estas cosas van en contra de lo que la misma cultura erróneamente nos presiona, a que nos importe más las apariencias que el corazón. Sin embargo, Cristo es claro en que a Él le importa más el corazón y que honra a los mansos y a los humildes.

Al mismo tiempo, no pienses que la relación que se nos describe en Tito 2 significa que todas las conversaciones con otra mujer tienen que ser intensas. Recuerdo muy bien a una amiga que tomó un taxi para venir a mi casa a lavar mis platos durante una época muy ocupada en mi vida. También una mujer mayor, que me llevaba 40 años, me invitaba a su casa a cenar todos los miércoles. En otra ocasión, con otra amiga nos juntábamos a desayunar todos los martes.

Todas estas mujeres han sido puestas por el Señor en mi vida en diferentes países, en diferentes épocas, todas para que creciéramos juntas en Cristo. Todas estas mujeres son muy diferentes entre ellas y muy diferentes a mí. Pero la belleza de estas relaciones no tiene nada que ver con lo que tengamos en común en nosotras mismas, sino con que nuestra relación está centrada en Cristo. Debido a que tenemos a Cristo en común, es que podemos animarnos, exhortarnos, orar la una por la otra, servir la una a la otra y apuntarnos a Cristo la una a la otra.

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