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Inclina tu oído y oye las palabras de los sabios,
Y aplica tu corazón a mi conocimiento;
Porque te será agradable si las guardas dentro de ti,
Para que estén listas en tus labios (Pr 22:17-18).

La necedad está íntimamente ligada a la ignorancia. Aunque la ignorancia es un mal que combatimos con instrucción, el problema con la ignorancia ligada a la necedad es que se trata de una ignorancia terca. Es una ignorancia manifestada a propósito, una de la que el necio no quiere deshacerse, sino que, por el contrario, se envalentona por su falta de conocimiento y no busca aprender un ápice de sus errores, dolores o experiencias.

Los consejos contra la ignorancia necia son evidentes en Proverbios: «El prudente ve el mal y se esconde, pero los simples siguen adelante y son castigados… Espinos y lazos hay en el camino del perverso; el que cuida su alma se alejará de ellos» (22:3, 5). Es interesante notar que el imprudente (sinónimo de «necio») no solo sufre el mal, sino que el maestro de sabiduría dice que los simples son «castigados». El castigo es una pena por un delito, no por un error, accidente o descuido. Eso significa que desafiar la realidad neciamente y sufrir las consecuencias es visto más como una penalidad producto de nuestra terquedad, más que como un accidente fortuito. El necio no entiende que andar por la vida justificando sus necedades simplemente porque está «aprendiendo de sus errores» no lo libra de las consecuencias (o castigos) de vivir una vida sin límites prudentes y saludables.

Por otro lado, el maestro de sabiduría dice que la vida del «perverso» —es decir, alguien sumamente malo, torcido, que causa daño intencional— está plagada de espinos y lazos, ejemplificando con ellos que sus acciones son dañinas y perniciosas. Por tanto, lo mejor para el sabio es no enredarse con él, sino mantenerlo a distancia por el bien de su alma. Como podrás notar, habrá tanto circunstancias como personas que pueden hacernos daño y, por nuestro bien, debemos «aprender» a evitarlas. Bueno, ese conocimiento adquirido resultará al alejarnos de la ignorancia necia que siempre nos acecha.

En el pasaje del encabezado, vemos cómo la exhortación a disponernos a aprender de forma diligente es siempre animada. «Inclina tu oído», «oye las palabras», «aplica tu corazón» y «las guardas dentro de ti» son frases que hablan de nuestra responsabilidad por aprender. Yo me inclino, oigo, aplico y guardo las enseñanzas. Todo eso es algo que nadie puede hacer por mí. Cuando me dispongo a tomar las enseñanzas y asimilarlas con esfuerzo y dedicación, entonces el propósito de ellas se cumple y paso de la ignorancia a la sabiduría. Como dice el maestro de sabiduría, ellas pasan a estar «listas en [mis] labios». Además, algo sorprendente ocurre porque dejo de poner mi confianza en mí mismo, pues paso de la ignorancia necia arrogante a algo que solo la instrucción produce realmente: «Para que tu confianza esté en el Señor, te he instruido hoy a ti también» (v. 19).

El espíritu de los tiempos en que vivimos hace casi imposible que las personas crean que exista un «no» válido. Más allá del rojo en el semáforo y algunos «no» enfáticos con respecto a lo que debemos evitar en las comidas, pareciera que los «no» se hubieran esfumado de nuestro lenguaje y que, en realidad, todo estuviera permitido. «Si soñamos podemos ser lo que queramos», «el cielo es el límite», «que nadie se cruce en el camino de mis “sí”», «no aceptes un “no” por respuesta», y muchos otros clichés pueblan la atmósfera de las redes sociales y nos hacen creer que unos «no» son casi una ofensa capital que solo buscan impedir que llegue a lo más alto de mis potencialidades.

Sin embargo, los no son tan importantes como los . Así como un buen semáforo en rojo facilitará que todos podamos circular con seguridad y llegar a nuestro destino sin morir en el intento, de la misma manera el maestro de sabiduría establece una lista de «no» fundamentales. Es una lista para la vida que quisiera dejar contigo y que no creo que requieran mayor explicación:

No robes al pobre, porque es pobre,
Ni aplastes al afligido en la puerta;
Porque el Señor defenderá su causa
Y quitará la vida de los que los despojan (vv. 22-23).

No te asocies con el hombre iracundo,
Ni andes con el hombre violento,
No sea que aprendas sus maneras
Y tiendas lazos para ti mismo (vv. 24-25).

No estés entre los que dan fianzas,
Entre los que salen de fiadores de préstamos.
Si no tienes con qué pagar,
¿Por qué han de quitarte la cama de debajo de ti? (vv. 26-27)

No muevas el lindero antiguo
Que pusieron tus padres (v. 28)

Estos cuatro «no» son solo una muestra de cuán saludables son los límites para vivir una vida buena con sabiduría:

  • La primera cita tiene que ver con un «no» que nos acerca a la misma disposición con Dios, quien cuida de los pobres y los afligidos.
  • El segundo «no» nos aleja de los iracundos y violentos, no por el daño que nos puedan causar, sino porque podemos aprender y validar sus formas.
  • El tercer «no» nos lleva a la prudencia al no ponernos en peligro al buscar respaldar de forma imprudente un crédito que ni nosotros pudiéramos pagar.
  • Finalmente, el último «no» nos lleva a resguardar los límites establecidos por nuestros padres para nuestra protección, es decir, el respeto de nuestra propia historia que no es contada solo por nosotros, sino también (para bien o mal) por nuestros antepasados. 

Nuestro Señor Jesucristo fue enfático con Sus «no» por el bien nuestro. Sin embargo, Sus palabras no se tratan simplemente de lo que no debemos hacer, sino que Él dijo: «El que no está a Mi lado, contra Mí está; y el que a Mi lado no recoge, desparrama» (Lc 11:23). Nuestros límites saludables siempre los descubriremos en la medida que hayamos descubierto que vivíamos sin límites separados de Él, que nos ofreció la liberación del castigo en la cruz y que nos invita a que caminemos a Su lado mientras nos guía a vivir la vida tal como Él la vivió.

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